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Ivón y los italianos

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Apenas nos enteramos en estos días del fallecimiento del arquitecto Ivón Grilli, no dudamos en expresar que fue una importantísima pérdida para la cultura de Salto. No solo por su labor como arquitecto, también por su rol docente, sus charlas, su trabajo para variadas comisiones y asociaciones culturales (Sociedad Italiana, Asociación Marosa di Giorgio, Amigos de Las Nubes, entre otras). Gran trabajo también fue el suyo en pos de la revalorización de todo lo que estuviera vinculado al patrimonio histórico y cultural. Insistimos: una gran pérdida.

Quisimos, a su vez, buscar trabajos que Ivón nos hubiera dejado, esos que eran producto de su permanente estudio y riguroso análisis sobre diferentes temas, y pudimos enriquecernos una vez más al releer algunos artículos de su autoría. Hoy queremos compartir con los lectores de EL PUEBLO uno referido a la presencia de italianos en América, en Uruguay y en Salto.

Fue publicado hace exactamente un año en el portal radiolibertadores.com y de él, por una cuestión de extensión, hemos extraído algunos pasajes:

Liliana Castro Automóviles

INTRODUCCIÓN

El siglo XIX estuvo marcado por la independencia territorial de la casi totalidad de los estados del continente americano, iniciados a partir del siglo XV por parte de los conquistadores, como colonias europeas. Se trató del período durante el cual se produce la gran transformación institucional dentro del mapa político del “Nuevo Mundo”, realizándose en el mismo un cambio cromático importante. El continente pasará de ser reducto europeo a la supuesta vida independiente y autónoma, donde cada país involucrado se percibirá protagonista en la determinación de su propio destino y donde sus habitantes tendrán promesas de vida libre, dejando atrás la anterior categoría de colonia.

En este sentido, existen dos hechos que resultan mucho más notorios en todo el proceso de la historia real, que son imposibles de soslayar y que tienen que ver con la legitimidad de las acciones emprendidas por la cultura occidental.

Por un lado, se trata del grado de derecho que asumen los invasores para justificar el desplazamiento y sometimiento de los numerosos estados originales, nativos del continente, consolidados en su medio y en equilibrio dentro de estas tierras, con cultura propia, en algunos aspectos superiores a las del grupo de etnia blanca intrusa. En segundo lugar, se desconoce la autoridad que provee la facultad de desarraigar, transportar e implantar a la fuerza a miles de africanos afincados en sus territorios propios desde tiempos prehistóricos, para transformarlos en mano de obra esclava, degradándolos so pretexto de una construcción ficticia y de control.

Un análisis sobre los hechos consumados hace ya tiempo, apareja una complejidad difícil de solucionar, por lo que se volverá sobre este tema más adelante cuando se haya comprendido el complicado desarrollo de la comunidad inmigrante, apuntalado por su historia propia.

Puede ser que no se comprenda el alcance de esta serie compleja de transformaciones operadas en el mundo occidental dentro del espíritu de cada persona integrada al colectivo. No obstante ello, sí se entiende lo que desde el punto de vista corporativo este panorama significó como transformación en el futuro juego político de las naciones en formación.

El debilitamiento del poder de la corona española, en parte como causa de la invasión napoleónica sobre la península ibérica, fue permitiendo a los movimientos emancipadores de los pueblos de las colonias, en los cuatro virreinatos de Norte y Sudamérica, transformarse y obtener la autonomía propia. Algo similar se produce con la conquista y colonización portuguesa y el Brasil.

Ante este acontecimiento significativo del cambio operado y su consecuencia en el orden socioeconómico de la población, se destaca el proceso demográfico aluvional que tuvo como resultado la gran migración.

LOS CAMBIOS DE LA TECNOLOGÍA

Se debe considerar que, además de esta realidad de carácter político del Nuevo Mundo, el siglo XIX fue testigo de otro fenómeno considerable: la Revolución Industrial, la importante transformación de la naturaleza de la técnica y la maquinización en favor de la prosperidad económica.

Junto a ella irrumpe en la escena europea un elemento detonante fundamental en el panorama del avance del transporte y las comunicaciones humanas, tanto terrestres como marítimas y fluviales: la caldera de vapor. Este nuevo puntal tecnológico originado a partir de la ciencia, fuente de energía motriz autónoma y producto de la inventiva humana, posibilitó el gran desafío a los viajes de ultramar y facilitó los grandes desplazamientos de personas y cargas a través de los continentes en desmedro de los anteriores buques impulsados por el viento. Si bien ambos sistemas de propulsión convivieron durante un período regular, los “vapores” —así llamados— fueron a partir de 1860 los principales responsables del traslado de muchedumbres de inmigrantes que se movilizaron por el Atlántico desde una agotada Europa hacia la América atractiva, en crecimiento y supuestamente floreciente.

Semejante trasvasado poblacional operado durante este período no tiene precedentes y, puesto en mayor o menor grado al alcance de las clases populares, la posibilidad de habitar en un sitio diferente significó en el colectivo generacional europeo un estímulo a la aventura.

En el siglo XIX ya no se trataba de un viaje a lo inexplorado, a la incierta beligerancia de la época de los conquistadores, sino a un cambio con expectativas de mejoramiento, pasar de un mundo a otro ubicado en un plano diferente, a la tierra que prometía —en la fantasía popular europea— el universo “dorado” del tesoro y de la abundancia.

Se trataba del presente real, promisorio de vida plena: “l’américa”.

AVENTURA O DESVENTURAS

Un sinnúmero de anécdotas testimoniales de viajeros de la migración da cuenta de las vicisitudes de episodios insólitos, desde los más trágicos, donde temporales e incluso naufragios catastróficos interrumpieron la aventura, a los que en forma fortuita definieron el destino final de un arribo. (Un viaje promedio en buque de vapor tardaba 30 días aproximadamente en realizar la travesía desde Italia a la cuenca del Plata, mientras que su antecesor a vela requería de 50 jornadas para cubrir la misma distancia).

Los barcos poseían generalmente tres categorías de servicio. Por un lado, la primera clase, donde se observaba un especial lujo de instalaciones y atención con camarote independiente, servicio de mucamas, comedor, etc., reservado para grandes usuarios, personal diplomático, oficiales, empresarios, etc. En segundo lugar, otra categoría inferior pero igualmente selecta como funcionarios, comerciantes o inmigrantes ya asentados que hacían viajes de retorno o de negocios, vinculados a firmas comerciales de Europa proveedoras o receptoras de insumos y materias primas. Tanto los pasajeros de primera como los de segunda tenían especial tratamiento en la atención del capitán y del protocolo del barco. Finalmente, estaban aquellos inmigrantes que venían a probar fortuna a l’América, la clase popular, la mayoritaria, donde las condiciones del viajero se reducían a locales comunes y se sobrevivía en amontonamientos con condiciones de mezquindad, en un grado ínfimo de comodidad y aseo.

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