Elizabeth Widmaier (Unión de Inmigrantes):
En el marco del «Día Internacional del Migrante», conmemorado el 18 de diciembre, la encargada de RRPP de la Unión Inmigrantes Salto, Elizabeth Widmaier (de familia alemana), conversó con EL PUEBLO y compartió algunas reflexiones. Más allá que los diferentes países adopten fechas diferentes para este festejo, entiende que «lo bueno es tener una referencia para ver que la cultura uruguaya se ha visto enriquecida por el aporte de diferentes etnias». La conversación fue propicia para aclarar algunos términos: «El Migrante es la persona que llega a un país o región diferente de su lugar de nacimiento, para quedarse a vivir. El Emigrante es quien se va de su país; y el Inmigrante quien llega de otro país para radicarse de forma definitiva o transitoria», explicó.

La Unión Inmigrantes Salto tiene 21 años de vida, siempre «festejando el aporte del crisol de etnias que componen nuestro Uruguay; lo ha hecho desde la gratitud, el respeto y la amistad, valores que no siempre han sido tan sencillos de practicar, pero se han nutrido con la perseverancia, la tolerancia y los objetivos claros del trabajo de equipo: generar la logística suficiente con los recursos disponibles en el entorno y en la familia, involucrando muchas manos, y hacernos propia una «Fiesta del Inmigrante» para Salto y la región. Así hemos sido declarados de interés departamental, de interés turístico, integramos la agenda cultural nacional de Eventos y Fiestas en Uruguay…. La gratitud mueve y convoca a inmigrantes, descendientes a trabajar por un país que se construye también con los aportes de los que bajaron de un barco alguna vez, disparando de guerras, hambre… Y hoy con migraciones más recientes, como la de venezolanos, cubanos, colombianos, que no bajan de un barco sino de un ómnibus o avión, también esperando encontrar la libertad para desarrollar sus profesiones, sus convicciones humanas en paz con sus seres queridos».
NAVIDAD Y PANDEMIA
Una fecha especial, de un año tan particular, ameritó en la entrevistada este reflexión: «La nueva migración latinoamericana también está contribuyendo a un nuevo aporte a nuestra cultura a veces tan europeizada, que el testimonio es vivo en la arquitectura de casas y ciudades, en las costumbres. Aprovechando la época que vivimos, tenemos un ejemplo clásico del árbol de Navidad, que en otro tiempo adornábamos con pedacitos de algodón, simulando la nieve de los países de origen nórdico y que encontraron aquí su hogar, como italianos, rusos, libaneses, españoles, alemanes, rumanos, franceses, polacos, vascos… Nieve algodón que recuerda las bajas temperaturas, y que tratamos de compensar en los 40 grados de calor (risas) con buenos pan dulces, turrones, sidras, lechón. Es una Navidad hermosa que todos la vivimos desde la familia, pero es el reflejo de nuestro crisol de etnias. Entre tanta pandemia y tristeza, hay que estar agradecidos como todos los primeros inmigrantes que llegaron a estas tierras. No tenían nada más que una valija, pero tenían «vida». Por eso quiero compartir las cosas sencillas de una colectividad cualquiera, para que recordando esas costumbres de antes, nos aggiornemos con los recursos de contacto actuales, y encontremos esa alegría de vivir y de compartir desde el distanciamiento que esta nueva crisis mundial nos ha puesto e impuesto. Era tradición en mi casa vivir el tiempo de adviento, en un tiempo de espera. Se limpiaba la casa, se lavaban cortinas, ventanas, dejando todo pronto como para recibir la Navidad. El 24 de diciembre se armaba un pino natural y se lo conservaba hasta Reyes. En la casa había olor a pino y en cada barrida del living, nos íbamos dando cuenta que se estaba secando porque pinchaba sus ramas secas. El 24 se iba a la iglesia, los niños tenían que decir un versito que luego era premiado con la llegada de Papá Noel que les traía una bolsita de golosinas. Algunos años fue el único obsequio que recibían los niños. Y todo bien, contentos y felices. En la casa luego de la iglesia se compartía una cena fría, con lechón picado y pepinos a la vinagreta. Y el pan dulce o galletitas navideñas hechas caseritas, por la mamá o la abuela. De esas galletitas muchas veces participaban los niños, tarea que disfrutaban haciendo con sus mayores, y siempre se contaban anécdotas de algún familiar. O cómo les iba a los que no íbamos a poder ver ese año. El 25 se recorría la parentela deseando Feliz Navidad. Este año es diferente y tenemos otros medios para manifestar nuestros deseos, pero recuerden que somos un país de inmigrantes, que muchos estarán más solos que nunca, pues su familia no podrá venir a acompañarlos, nadie podrá viajar; no nos olvidemos de nuestro vecino, inmigrante o no, hagámosle sentir que es un ser humano y que en este barco estamos todos, para descubrir que nos une un fuerte deseo de paz, solidaridad, respeto, amistad y gratitud. Aún tenemos vida y eso es un buen motivo para aprovechar las oportunidades de nuevos desafíos, hoy más que nunca compartir con los niños y adolescente, porque podemos salir adelante aunque se nos haya paralizado la actividad».
