-No se necesitaría aplicar mucha sociología (¡el comportamiento humano!), para admitir la amarga decepción (o decepción a secas), que tradujo la selección uruguaya en los 90 minutos afrontados ante Portugal, donde la derrota adhiere un sello poco menos que letal sobre el futuro inmediato.
Y por más que «matemáticamente se tenga chance» (entre insufrible y bendita frase), los coletazos de la miopía futbolística se han prolongado al paso de las horas, en la consecuencia más inmediata: la respuesta de la gente.
O lo que esa misma gente -algo así como el pueblo deportivo- revela desde sus dictados «técnicos y emocionales».
En casos como estos, no solo que «la celeste del alma perdió», denominación de un sistemático rompedor de tímpanos como Rodrigo Romano, sino que el hecho más vulnerable al apunte crítico es CÓMO PERDIÓ.
Las imágenes de la TV, sobre todo a la hora de primeros planos en una mayoría de jugadores (hubo algunas honrosas excepciones), la síntesis de la indolencia o de la mismísima indiferencia, frente al desencanto de atributos en estado de mayúscula crisis.
Más allá del ahora cuestionado Diego Alonso y su brújula argumental al parecer fatalmente extraviada, sorprenden esos rostros de futbolistas cargados de inexpresividad, como si fuese lo mismo seguir o no seguir.
Prolongar la ilusión de tres millones o pegar la vuelta, en desolada procesión.
Algunos jugadores, reflejando el padecimiento de quien quiere pero no puede, pero otros, o la mayoría, en acabada exposición de blandura emocional.
Como si no llegar al gol en 180 minutos no significase nada a cuenta de la historia que alguna vez ganó algo o mucho, pero que de años a esta parte, se comprime herida o sucumbe en «procesos» de oscuros y olvidables finales.
Al fin de cuentas después ese Uruguay de capa caída, cabría preguntarse si la condición de jugadores y de hinchas transitan por el mismo andarivel o caso contrario, hasta se miran de reojo. Casi, con desprecio.
O lejanos de aquella sensibilidad …que alguna vez hermanó.
-ELEAZAR JOSÉ SILVA-
