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miércoles, agosto 20, 2025

Enelsino de Simora, un cuentero de aquellos

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Enelsino de Simora nació en el año 33 de nuestra era. Era hijo de Eliaspe y Supina, dos beduinos afincados por razones del destino en Simora, un poblado a unos sesenta kilómetros al norte de Gádara.

Enelsino se destacó por ser un narrador oral, de viejas historias de cuentos de humor. De recoger y reformular los apuntes de Menipo de Gadara, el viejo maestro, y de otros dos grandes, Filodemo y Meleagro. También por recoger los cuentos breves y cargados de humor de Filogelo, ese extraño escritor, que según se dice fue un seudónimo utilizado por dos escritores que alimentaban al supuesto, (Hierocles y Filagrio).

Cuando se ponía serio, contaba la historia bíblica, según San Mateo de los endemoniados de Gadara.

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Hay pocas imágenes de Enelsino, pero muchas historias del natural de Simora. Pero en esos retratos al carbón, en viejas hojas de papiro, se lo dibuja con una amplia sonrisa, una amplia mirada, una amplia nariz y una amplia boca, se puede decir que fue una de las primera imágenes ampliada de un ser humano o que realmente era jetón, ñato y puro ojos.

Desde su nacimiento Enelsino cumplió su rol de humorista nato, pues nació de cola y ya de entrada, se mandó una que le dejó las manos negras a la partera. Cuando la pobre lo dio vuelta, un chorro finito pero persistente le mojó la cara a la doña.

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Lo que tenía Enelsino es que era muy observador e imitaba voces, movimientos, desde las cabras a los camellos, desde las voces de las mujeres, a los hombres, como así también de los viajeros.

Le encantaba hablar como los extranjeros, y lo hacia con tanta naturalidad que uno podría confundirlo con una persona llegada de otras tierras.

Enelsino creció y se desarrolló en un ir y venir entre Simora y Gadara, vendía chucherías en una feria, cosas que el creaba, porque tenía una habilidad insuperable y cuando los clientes preguntaban decía que era de una creación traída de Egipto, de Grecia, de Roma, de Sumeria, de la antigua Babilonia o la joven Bagdad, y a todas esas procedencias le agregaba unos comentarios en sus idiomas originales que terminaba por convencer a los clientes que eran autenticas.

Terminada la feria, y antes del anochecer y el regreso a Simora, cuando regresaba, a veces se quedaba cinco días en Gadara. Vendía todo y retornaba a su casa donde hacia durante una semana nuevas y distintas chucherías y volvía por otros cinco días a la feria. Cuando se quedaba, en alguna taberna o en la plaza misma, era rodeado por hombres y mujeres, y él los atrapaba con sus historias, cargadas de humor, eróticos y más, que hacia sonrojar a las mujeres y carcajear a los hombres, o con historias picarescas y costumbristas que divertían a todos por igual.

La fama le fue creciendo, y así un día, un jefe beduino, lo invita a la fiesta para que cuente un cuento y luego otro y otro, las invitaciones se fueron sucediendo y su fama creciendo.

Las autoridades de Gadara, de Simora, los círculos literarios y filosóficos, lo invitaban un día si y otro también. Enelsino fue engordando su repertorio, su imagen y su fortuna, porque empezó a cobrar por presentaciones.

Era un tipo muy observador, como dijimos, e improvisaba en el momento, inventaba y reinventaba cuentos, chistes, historias. Un día, se aburguesó del todo y empezó a contar historias de los viejos maestros, hechos históricos como aquel que estaba relacionado a Alejandro Magno “ Dicen que durante su campaña contra Persia decidió Alejandro destruir la ciudad enemiga de Lámpsaco, en una de las orillas del Helesponto, cuando para evitar la catástrofe se aventuró a presentarse ante él Anaxímenes, ilustre hijo de la ciudad, autor del primer Manual de Retórica conocido (fines del siglo IV a.d.Cr). Al verlo Alejandro acercarse con la intención de pedir perdón para su ciudad, le gritó ya a varios metros de distancia: “Te juro que no te voy a conceder lo que me vas a suplicar”.

– “Yo te suplico- dijo Anaxímenes – que destruyas mi ciudad”.

Y así se libró Lámpsaco de ser arrasada.

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Recreaba Enelsino la historia que se le atribuía al rey Antíoco I, fundador de Antioquía de Siria, supo que su hijo Demetrio se encontraba enfermo alejado del palacio real. Por ello decidió hacerle una visita. Al acercarse a la casa de su hijo, vio precisamente salir en ese momento a una bella muchacha. Sentado ya sobre la cama y tomando el pulso a su hijo, dijo éste con cierto desconcierto:

– Me acaba de dejar la fiebre, padre.

– Ya lo sé, hijo mío, acabo de verla salir de casa.

CAMACA

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