La Noche de la Nostalgia
Dicen que la nostalgia es cierto sufrimiento de pensar en algo que se ha tenido o vivido, en una etapa, y ahora, no se tiene, está extinto o ha cambiado.
También se comenta que la nostalgia se puede asociar a menudo con un recuerdo cariñoso de la niñez, un ser querido, un lugar, un objeto personal estimado o un suceso en la vida de un individuo o grupo.
Uno a veces se pregunta si se puede saciar la nostalgia en una noche de agosto?, si las luces y la música conforman un vehículo que transporta al rincón de los recuerdos, a la cajita de los buenos momentos, a la fuente de una juventud, cuyas aguas nos devuelve cual espejo, con nitidez el rostro de lo vivido.

La nostalgia, a veces, cuando se desata es una lluvia que cae incesante sobre esa tierra ancha de la memoria, y entonces comprende, que aunque lindo, agosto nos queda chico, o por lo menos no nos conforma solo con un día, con un baile, con cierta música, con reunión de amigos, con el adictivo de una cena, un brindis, un abrazo, un beso, las caricias de tanta vivencias..,.
DE RECUERDOS ESTAMOS HECHOS
A veces se me atraviesan los recuerdos. Sufrir de “vejentud”, transpolar los tiempos, liberar recuerdos, son los laberintos que intento recorrer. Me gustaría hablar de música, de músicos, de tantas canciones, pero de eso hablamos siempre, una vez al año, por lo menos.

Me concentro, y trato de estar en mi sano juicio. Pero, hay alguien que me quita caramelos del frasco, me pecha y desparrama a mis patitos que iban en hileras. Y entonces, mi nostalgia vuelve en un libro, perfuma el aire con una canción o se va al cine….
Y por allá camina y se encuentra con Gary Cooper, en busca de la hora señalada, Clark Gable con lo que el Viento se llevó, Marlon Brando en El Padrino, la Loren, la Cardinale, la Bardot, la Welch. Cine repletos en esas matinee y John Wayne que viene a caballo, a todo galope, para salvar a la dama que está prisionera, de pieles rojas, que gritan muy fuerte y tienen una gran punteria con sus flechas, pero para pelear con el John son tan torpes, los sopapea
de lo lindo….
Por allá veo venir a Los Cinco Halcones, una especie de cinco llaneros solitarios, mexicanos, sin Toro, están Luis Aguilar, Antonio Aguilar, Javier Solís, Miguel Aceves Mejia y me falta uno que se me perdió en el tiempo, en esta frágil memoria, Julio Aldama, creo.
Por allí me encuentro leyendo algunas revista Lunes, un par de revista de Peloduro sobre todo el de la tapa en que el ómnibus estaba en el aire y había que treparse porque habían subido el boleto.
Veo a Lorenzo y Pepita, a la pequeña Lulú, al Llanero Solitario, Kemo Sabay, con Toro y todos los malechores. Red Ryder y Castorcito, los elegantes atuendo de Roy Roger, Gene Austry.
Se me mezcla el santo de Charlton Heston, Los 10 mandamientos, Ben Hur, Moisés. Yul Brinner en los 7 magníficos, Gregory Peck, Kirk Douglas.
Me veo leyendo Jackaroe, Mi novia y yo, y el deslumbre de Ringo Wood o Giuliano Gemmna. Django o Franco Nero, las películas de Sergio Leone, Clint Eastwood, Lee Van Cleef, Elich Wallac, las de Leonardo Fabio, como el Aniceto y la Francisca, El Dependiente, con Walter Vidarte, uruguayo él.
El Tony, D´Artagnan, El Gráfico, La Revistas de los Deportes, todo un hito uruguayo.
Me rio con Luis Sandrini, con Cantinflas, vuelvo a ver asombrado las películas de Chaplin, de Buster Keaton, y me pongo a caminar y a fumar como un héroe, pero me duele la cintura, el lumbago, y cuelgo mi traje de actor, para seguir recordando.
Sean Connery o James Bond, que se las sabía todas y tenía una suerte con las mujeres. Uno a duras penas “conseguía” una cada siglo y el desgraciado este con cinco o seis mujeres la pasaba de maravilla en cada película…
En medio de tantas lecturas, me gustó siempre leer diarios y por suerte, gracias a una vecina podía hacerlo, los diarios de Montevideo y de Salto, de entonces, a fines de los sesenta y comienzo de los setenta.
Iba al futbol a ver a Ferro Carril, soñaba con jugar algún día, cosa que no pude, pero ya escribía, para mi, crónicas deportivas, comentarios de partidos, inventaba reportajes, armaba selecciones
De pronto alguien me acercó un libro de Frank Fanon, luego me hice de “Así se forjó el acero”, la historia de Pablo Korchaguin, que me marcó para toda la vida, Pablo Neruda, los poetas españoles, los libros que empecé a leer en el liceo, vinieron los clásicos, Homero, la Iliada y la Odisea, Dante, Shakespeare, Cervantes, Wherter de Goethe, Quiroga y toda la troja estudiantil.
Pero yo ya me entretenía con Juan Rulfo y Pedro Páramo, con Jorge Amado, Capitanes de la Arena, La ciudad y los perros de Vargas Llosa, El coronel no tiene quien le escriba y Cien años de Soledad, del Gabo, hasta que empecé a leer a Alejo Carpentier, el Siglo de las Luces, pero fundamentalmente «El Recurso del Método», y ya nada fue igual.
Las venas abiertas de América Latina de Galeano, La Tregua de Benedetti, El Pozo de Onetti, también me impresionaron, el tanta veces iniciado y nunca terminado Rayuela de Cortazar, que por suerte pude leer varios cuentos cortos y me sacó un poco de culpa de no poder terminar su gran novela.
Zitarrosa rompe el silencio con su “Milonga para una niña”, y uno asocia aquellos prematuros amores.
El galán que andaba detrás de las canciones de Los Iracundos, como aquella vez cuando iba para el “Coctel” en el Anexo del Liceo de la Zona Este, de saco, y Eduardo Franco cantaba «Con el saco sobre el hombro». Nosotros en esos Cocteles del Anexo bailábamos con los Ringo, con el Tachuela Garcia, el flaco Bruno y otros que acompañaban que no recuerdo los nombres…
Hace poco, algo amarillenta y perdidas en algunas cajas encontré novelas del far west de Marcial Lafuente Estefania, y hay una novela, que no era de este autor, «Dick Carrigan, el preso 501», una de las novelitas del oeste que más me impactó, en los años sesenta, y que fue el disparador, de novelas del oeste, de cow boys que escribíamos con Ramón Lanzieri y que nos cambiamos, así leíamos sin comprar novelas, ni revistas. Las escribíamos en cuadernos.
Me acuerdo de mi padre el Lilo Cattani que tenía una revisteria entera y toda la gurisada del barrio Lazareto, y los mayores, le cambiaban.
Suena el teléfono, no, no era el teléfono, era el timbre salgo, alguien que me quiere vender un plumero, le digo que no, me quiere vender otra cosa, le sigo diciendo que no y me lanza, ¿no tiene algo que me de?
Ya no me dieron gana de comer el pan con dulce de membrillo que me había preparado, y se lo di…
¿En que estábamos?, ah!, en la previa a la Noche de la Nostalgia, cierto Bueno, cuando me acuerde de algo más sigo, nos vemos….
CAMACA