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viernes, 6 de junio de 2025
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Voy a hablar de la esperanza

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Diario EL PUEBLO digital
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Sí, pero habría que colocarle comillas, así: «Voy a hablar de la esperanza», porque ese, textual, es el nombre de un gran poema del gran César Vallejo. Un poema que habla de esperanza y sufrimiento. Pero no es del poema de lo que queremos hablar hoy, sino que solo le pedimos prestado a Vallejo el título, porque de lo que queremos hablar es de la esperanza.

«Probablemente de todos nuestros sentimientos el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza…», escribió alguna vez Julio Cortázar, para enseguida explicar que: «la esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose». Es decir, la esperanza es esa fuerza que nos hace andar. Y que nos hace vivir. O nos salva la vida.

Claro, es por eso que ante tantas muertes y sufrimientos que la humanidad viene sumando, casi insólitamente, debido a una peste, desde marzo del año pasado, es que hay muchas esperanzas en las vacunas que nos hagan olvidar, aunque sea un poco, del Covid 19, de la cuarentena, del distanciamiento físico y el tapaboca, de los protocolos sanitarios…

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La esperanza es eso que nos permite tener algo a lo que agarrarnos, esto o aquello para aferrarnos y seguir andando el sendero de la vida. La esperanza está muy vinculada a la ilusión. La humanidad se ilusiona con la vacuna que nos libre de este mal, pero esperanza y espera son hermanas gemelas y habrá que tener cuidado porque a veces, «más mata esperar el bien que tarda que padecer el mal que ya se tiene», dijera otro grande, Lope de Vega.

Y a tener cuidado también, porque haya o no haya vacuna, «los virus no mueren, se quedan», explicaba hace unos días en comunicación con EL PUEBLO el Dr. Telmo Ruso, médico salteño. A propósito, vale repasar lo que decía el profesional: «las vacunas son como los autos: todos tienen la misma función: te llevan, te transportan pero su forma, motor, y marca son diferentes. Algo similar sucede con las vacunas: preparan al sistema inmune, que son células que defienden al organismo contra infecciones, entre otras glóbulos blancos, inmunizándote, protegiéndote para que cuando el virus te ataque, el organismo esté preparado para que el virus no te infecte, o la infección sea muy suave o débil. Los virus no mueren, se quedan. Como sucedió con el de la gripe, que hay vacunas, mientras que el virus del Sida y Hepatitis C no tienen vacunas todavía. Esos virus vinieron y se quedaron».

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Lo cierto es que el Uruguay confía, tiene esperanzas. ¿En qué? En que nuestras autoridades estén demorando, haciéndonos esperar, realmente por algo que valga la pena, algo bueno y seguro. Tiene esperanzas en que la demora de verdad sea debido a que solo importa lo científico y no lo político, como se nos dice. Pero también es cierto, que no hay que dormirse. No se duerma, Presidente Lacalle Pou, porque aunque haya esperanza en el pueblo, no queremos que al pueblo lo mate ni el coronavirus ni la espera.

Y mientras tanto, mientras se discute cuándo llegan las vacunas y si estamos todos dispuestos a vacunarnos o solo algunos, o si la vacunación tendría que ser obligatoria o no, ¿qué más esperan los uruguayos, fuera del ámbito sanitario? Lo decíamos en columnas de lunes anteriores: esperamos, por ejemplo, que así como se nos pide (y se nos exige, y se nos impone) austeridad, también desde el gobierno haya señales en el mismo sentido. Hablábamos de la compra (a nuestro entender exagerada e inoportuna) de los famosos aviones Hércules, o de los desmedidos presupuestos que insumió el Antel Arena.

Es que señales en sentido contrario a lo que se pregona se sigue viendo y en abundancia. Mencionemos ahora un ejemplo muy puntual y cercano a Salto. ¿Se acuerda que hace poco tiempo y por varios meses hubo en calle Brasil, frente al edificio de Prefectura, una embarcación (tipo balsa) que nadie entendía por qué y para qué estaba allí y que lo que solo hacía era estorbar el tránsito? Pues bien, se trata de una «genialidad», propia de «iluminados», pergeñada allá por el año 2015, que costó casi 50.000 dólares pero que nunca pudo funcionar. Se hizo pensando que con esas tablas apoyadas en tanques y dos pequeños motorcitos Yamaha, se podía explotar el turismo náutico en el Río Uruguay. Conclusión: nadie se presentó al llamado a licitación para tal emprendimiento, la embarcación casi se hunde en la primera prueba y la fuerza de los motores no fue suficiente ni siquiera para deslizarse cien metros (del muelle al Muelle Negro). ¿Y ahora dónde está? Ahora en Villa Constitución, donde de paso, algunos malentretenidos ya le han robado algunas partes. ¿Y los casi 50.000 dólares de inversión? Tirados por la borda. Si a esto no le llamamos despilfarro, ¿despilfarro qué es? Si esto no es falta de planificación y sentido común, ¿qué es?

Y si dejamos de lado lo económico y volvemos a la salud, pero sin volver a entrar específicamente en la famosa pandemia, los uruguayos también esperamos que la atención a otros problemas se fortalezca, que empiece a normalizarse lo más posible, porque no solo de Covid se enferma la gente. Podríamos enumerar miles de cosas que están siendo descuidadas. Pero tomemos una: hablemos de depresión, ese mal que somete al sufrimiento y hasta se lleva vidas como el más delicado y silencioso monstruo que es, que hace llorar sin causa y apaga toda luz de esperanza. De este asunto hablamos también para no pasar por alto que este mes, el 13 más precisamente, fue el «Día Mundial de Lucha Contra la Depresión», esa otra peste que afecta a más de 300 millones de personas en el mundo, número que en las últimas dos décadas se incrementó cerca del 20%. Ante estos números, seguro que habrá que pensar muy bien antes de juzgar al familiar o al vecino si notamos que ya no muestra demasiado interés en cosas con que antes disfrutaba, o si advertimos en él permanente tristeza, poca energía, poco apetito, baja autoestima, ansiedad, desesperanza…Si sabemos que le cuesta dormir, que se despierta con frecuencia en la noche o no logra dormir varias horas seguidas…

La atención presencial, pero de forma sostenida, ya es urgente. Dicen los especialistas que «la depresión tiene un abordaje múltiple, aunque principalmente su tratamiento se fundamenta en el aspecto psicológico y la farmacología». Cabría preguntarse cómo un paciente puede llegar a explicarle al médico, por teléfono, todas estas cuestiones que siente. Y cómo el médico puede llegar a diagnosticar y actuar en consecuencia, ¡por teléfono! Y cómo a alguien que se sienta así se le puede decir que espere al mes que viene –con suerte- porque «ahora no hay número».

¿Se puede esperar? ¿Se puede seguir esperando? Nos referimos a esperar una vacuna, o una atención médica normal, o una mayor coherencia entre lo que hace un Estado y lo que el gobierno que está al frente de él exige que se haga. Se puede sí, se puede esperar siempre y cuando junto a la espera esté la esperanza. Aunque quizás con recelo sí, pero se puede, y al fin y al cabo no queda otra. Recelo decimos, y junto a él –¡cuando no!- el miedo, porque en definitiva, como ya fue dicho alguna vez, la esperanza y el temor son inseparables y no hay temor sin esperanza, ni esperanza sin temor.

El inglés Francis Bacon escribió una vez algo parecido a esto: «la esperanza es un buen desayuno, pero una mala cena». Aún estamos en el desayuno, tal vez. Pero las horas pasan…Avanza el día. Ojalá todo lo que esperamos llegue antes de la noche, y antes que la desesperanza

Contratapa por Jorge Pignataro

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