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“La sombra en el molino”, un cuento de Marta J. García

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Todas las mañanas Don Antonio se levantaba con los primeros rayos del sol. Abría la ventana para dejar que sus rayos calentaran el ambiente frente a los primeros fríos de otoño. Aún estaba lindo el tiempo para hacer su primera caminata del día, hacia las afueras del pequeño pueblo. Calentó el agua para el infaltable mate mañanero, se calzó, caminó hacia la puerta, le quitó la llave, salió sin volver a poner llave. Este pequeño pueblo, todavía estaba incontaminado, por ciertas cosas de la gran ciudad.

Aquí, todos se conocían, un saludo amistoso, y cada cual a sus tareas. Don Antonio, ya estaba jubilado, así que era libre para disponer de su tiempo, charlar con algún amigo, ir al almacén por lo que necesitaba y esa era su manera de sociabilizar, sin necesidad de visitas, salvo en caso de enfermedad, y si lo necesitaban. Esa era su manera de ser. Viviendo desde hace un tiempo sin hijos, se acostumbró a estar solo y disfrutaba de sus días a su manera; sus caminatas hacia la salida del pueblo, era una de esas, a veces con un vecino.

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Despacio, saboreando el mate, el verde ambiente lo llevaba, a saber, si era época de algún fruto silvestre, todavía podía observar alguna calandria y otros pájaros que todavía se veían cerca del pueblo.

También estaba cerca el arroyo, donde tantas veces fue a pescar con su padre, los sarandíes cercanos a la orilla, los espinillos cuando estaban en flor, y robarle algún fruto al mburucuyá, colgado de algún árbol del monte. Pero había algo, que siempre atrajo su atención, algo que debía de tener muchos más días que él. ¡El viejo molino!, que cuando era niño le parecía inmenso, y lo asustaba cuando giraban sin cesar sus aspas con la ayuda del viento. Siempre se detenía a mirarlo. Ya estaba viejo, descascaradas sus paredes, alguna queja de su herrumbrada voz. Tenía una ventana y una puerta semi abierta. Nadie lo visitaba. Había quedado perdido en la memoria de muchos, pero él siempre iba a verlo, por los recuerdos de su niñez.

Le gustaba mirar la ventana alta por donde entraba el sol, iluminando su interior. Pero un día, le pareció distinta la ventana. Ya no reflejaba el sol sus paredes. Una sombra se veía en la pared interior donde se adueñó de un rincón.

Miró a su alrededor, nada había cambiado y en el molino no vivía nadie. La sombra parecía de alguien que lo miraba. ¡Tonterías! Alguna nueva rama que él no distinguía, esa era la causa.

Preguntó a los que pasaban por allí, si veían una sombra en la ventana. No. Nadie había notado algo nuevo en el molino.

Cada día iba con más apuro hasta allí y estaba la sombra que él sólo veía.

Se obsesionó con ella, y cada día más nervioso no podía dejar de ir a verla. -¡No puede ser!- dijo. Tenía que salir de dudas. Podía ser una humedad en la pared, que desde la ventana parecía alguien siempre igual mirándolo. Cada día un poco más nervioso, su corazón le decía que se tranquilizara, que no lo forzara.

Se decidió, una mañana tomó el mate y se dirigió al molino. Esa mañana entraría para salir de dudas. No podía ser que él viera algo que los demás no. Abrió del todo la puerta, miró la escalera, no le parecía tan alta como cuando era niño. Ya comenzaba a entrar el sol por la ventana. Siguió subiendo aunque se cansaba y el corazón le latía como sobresaltado, pero no paró. Llegó al piso superior, lugar que tenía la ventana. El sol brindaba sus colores entonces decidió mirar la ventana, y allí estaba la sombra, sin forma definida pero parecía mirarlo, y atraerlo. Con las pocas fuerzas que le quedaban se acercó, y la sombra poco a poco lo envolvió, y su cuerpo se deslizó hacia el suelo.

Cuando dejaron de verlo dar su paseo empezaron a buscarlo, y como últimamente lo veían ir hacia donde estaba el molino, comenzaron a buscarlo alrededor, pero al ver la puerta abierta, dos o tres entraron, subieron la escalera, y encontraron a Don Antonio sin vida, miraron la ventana y la vieron sin una sombra y dijo uno de ellos -¡Nadie veía la sombra, solo él. ¿Será la muerte que lo esperaba? Pasados los primeros días de sentimientos encontrados, el pueblo volvió a su vida habitual.

Manuel, viejo paisano, hace años se quedó en el pueblo, porque «afuera» ya no le quedaba nadie. Se había hecho amigo de Don Antonio y muchas veces, hacían el paseo mañanero juntos Sintió su ausencia pero decidió seguir la rutina por el mismo camino junto al molino, mientras pensaba. -¡Que buscaría Don Antonio en el molino! ¿Estaría desvariando por los años, viendo cosas que nadie más veía?¡Que la sombra, que la sombra!.

Él pasó, miró la ventana, como siempre, ninguna sombra extraña, ni a la ida ni a la vuelta. ¡Tonterías de viejos!

Siguió su camino, sin darse cuenta, que ya estaba la sombra nuevamente en la ventana, mirándolo…

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