8 de marzo: DIA DE LA MUJER
Por María Luisa de Francesco
En esta propuesta para el día de hoy, quiero dejar una pequeña huella, un pequeño afecto en forma de homenaje, a todas aquellas mujeres que fueron transgresoras en el momento histórico que les tocó vivir con respecto a ser lectoras y escritoras.
Tengo que hablar primero de la mujer como lectora porque sin ellas, jamás hubieran existido las escritoras. Y quiero recordar que llevamos como género femenino, años de atraso ante los hombres. Si bien a fines del 1800 se hizo el esfuerzo que todas las mujeres, lo hablo en el sentido de las mujeres de pueblo de escuelas públicas, aprendieran a leer, esta ley no fue aplicada en forma regular ni en forma mundial.
Cuando estalló la revolución industrial, al poco tiempo, se vio la necesidad de que los obreros leyeran, porque las máquinas requerían leer las instrucciones. Muchos años después las escuelas de señoritas, incluyeron algunas horas de lecturas en las largas jornadas donde aprender las labores caseras ocupaba toda la educación femenina. Aclaro también que en estas lecturas lo más importante era el aspecto religioso y el de cómo llevar a cabo el hogar, entre otras cosas más o menos similares.

Hasta ese momento histórico las mujeres lectoras eran exclusivamente de la nobleza. Siempre tuvieron institutrices o profesores para enseñarles lectura en varias lenguas y escritura. La mujer de pueblo no leía. Cuando llega la educación a través de las escuelas públicas, ya muy cercana la primera Guerra Mundial, estas escuelas tenían muy poca regularidad en la enseñanza de la lectura y escritura, por lo tanto, sólo las mujeres que podían acceder a Colegios Privados, lograban leer y escribir fluidamente.
Sin embargo, siempre hubo mujeres transgresoras, en todos los tiempos y para muchos oficios. También para leer y escribir. Una de esas transgresiones era entregarse a congregaciones religiosas para ser catequistas: a esas mujeres, una vez monjas, se les permitía acceder a leer y escribir para justamente, catequizar. Así nacieron las carmelitas descalzas, las Teresa de Córdoba, entre otras órdenes. De ahí surgió Sor Juana Inés de la Cruz, maravillosa escritora mexicana. Sufrió incluso dentro del convento su curiosidad por la ciencia, la astronomía, la poesía libertaria y la prosa que no se usaba. Nos dejó Redondillas, como manifiesto femenino y algunas otras poesías donde su ser femenino se revelaba al poder masculino. Sus manuscritos fueron celosamente guardados para no morir en la pira de la frenética religión que la acusaba. Fue severamente castigada, pero para su suerte, algunos nobles, condesas, princesas, gustaban de su escritura y se salvó la mayor parte de ellos.
Otra forma brillante de escabullirse y aprender a leer, fue la forma autodidáctica que muchas lograron por su sed de saber y de expresión. Recordemos que la mujer no podía firmar ningún escrito (si no era una noble), y muchas mujeres firmaron escritos como hombres siendo mujeres. Siendo mujeres tiempos más tarde podían escribir si el padre o el marido las autorizaba. Hubo algunas que prefirieron ponerse seudónimo masculino. Voy a nombrar sólo una: Aurora Dupont, que firmaba como George Sands, se vestía siempre como hombre y confundió y alarmó a la sociedad de su época. Se habló de su homosexualidad, sin embargo, fue por años la amante del gran músico y pianista Federico Chopin. Escribió entre otras cosas interesantes, un escrito que recomiendo: LA REPÚBLICA DE LOS LOBOS, un ensayo lineal y profundo sobre la monarquía de las abejas, la oligarquía de las hormigas y la republicana forma de vivir de los lobos.
Entre las primeras profesiones que se aceptó la postura de la mujer que trabaja ya no en labores femeninas adentro de una casa o para sus patrones fue el rol de maestra. Eso no fue casualidad, ni fue aceptación del valor, hasta el día de hoy, sobre todo con los niños y niñas más pequeños, se considera a esa tarea: una tarea menor, no del menor. Que son dos cosas diferentes. Y es notorio hasta hoy la feminización del magisterio: sin embargo, en las altas cúpulas de la educación prevalece el género masculino. Las mujeres transgresoras que se animaron a escribir fueron y son censuradas. Recuerdo en la historia a Safo y a Annaís Nin, sus diarios eran de un terrible revuelo en la sociedad de otrora. Pues no fueron las únicas ni son las únicas. Imposible no nombrar a Ipatia primera bibliotecaria de Alejandria, que murió lapidada porque sus grandes conocimientos le valieron el titulo de bruja. Cuantas mujeres sabias habrán muerto con el titulo de brujas?
Hace poco tiempo seleccionaban los mejores escritores de Colombia, país que dio al genio de García Márquez, fueron seleccionado diez hombres y ninguna mujer. Yolanda Reyes, escritora colombiana, nombró en su columna grandes escritoras que merecían esa distinción. Sucede en Colombia y en otras partes del mundo. Sucede con el Nobel y con casi todos los premios grandes. Porque ser escritora sigue siendo en cierta forma: ser transgresora. Hasta hoy pleno siglo XXI una mujer que mata su soledad o su hastío o su vacío, escribiendo, es una mujer caprichosa y solitaria, abandona la familia para volcarse a escribir y no le importa el resto del mundo, ni aún su mundo cercano, vale decir sus hijos, si los tuviera, su marido, su familia…aún hoy prevalece ese concepto.
Sucede casi lo mismo para quienes escribimos para la LIJ: fuimos casi siempre bien aceptadas porque escribir para los más pequeños es cosas de mujeres. La misma LIJ es la Cenicienta de la literatura. La casa de los libros para niños y jóvenes, es cosa menor y quienes nos dedicamos a ello será porque no somos aún del todo adultas, o no sabemos escribir para adultos. Sin embargo, quién pudiera entretener con un libro a unos cuantos niños y niñas de hoy: es una aventura.
Así como fuimos aceptadas para ser escritoras de la LIJ, hubo también toda una censura previa y un llamado de los grandes críticos a «literatura femenina», a grandes novelas escritas por mujeres. Se nos puso ese nombre y hasta hoy, algunos escritores siguen manteniendo la postura.
Cuando uno nombra la literatura, nombra uno de los 7 artes, y no importa quién cinceló las palabras. Si es arte, no debería de ser categorizado como femenino o masculino, incluso ni siquiera infantil, juvenil: es arte o no, es literatura o no.
Le debemos a muchas mujeres escritoras haber desafiado ese improperio soberbio de que sólo los hombres pueden hacer buena literatura. Le debemos a muchas pioneras leer hoy como leemos, donde sea que esté el texto. Sin embargo, no debemos olvidar que aún hoy, hay muchísima resistencia a las letras femeninas, muchas son aceptadas por escandalosas, otras por divagantes y otras por censurables pero son muy pocas las que son realmente valoradas como escritoras.
Tendría muchas para recordar pero quiero dejar aquí, para finalizar mi pequeño homenaje a la escritora uruguaya Cristina Peri Rosi. Según algunos críticos fue la única mujer influyente en el mundo de hombres que se denominó el «boom literario de Latinoamérica» allá por los 60 y 70.
Cristina se batió a duelo con todo: con la política y con la sexualidad. Fue una transgresora. Exilada por sus escritos en plena dictadura se fue a España, donde después de algún tiempo, marcada por la dictadura de Franco, no sólo por sus escritos sino por su homosexualidad, tuvo que vivir en Francia prácticamente en el anonimato. Julio Cortázar su gran amigo, le dio refugio por mucho tiempo.
Cuando regresó a España fue aún peor, escandalizó hasta el rubor las letras catalanas, ella vive en Barcelona, con sus escritos sobre la sexualidad, el dominio del hombre, pintó escenas prohibidas, y se hizo de un público que estallaba en el destape español. Ha obtenido numerosos premios, vive en Barcelona y viene cada año a su Montevideo que según ella, nunca dejó de extrañar. Tiene las dos nacionalidades.
ESCORIACIÓN
Herida que queda, luego del amor, al costado del cuerpo
Tajo profundo, lleno de peces y bocas rojas,
Donde la sal duele y arde el yodo,
Que corre todo al costado del buque,
Que deja pasar la espuma,
Que tiene un ojo triste en el centro.
En la actividad de navegar
Como en el ejercicio del amor
Ningún marino, ningún capitán,
Ningún armador, ningún amante,
Han podido evitar esa suerte de heridas
Escoriaciones profundas, que tienen el largo del cuerpo
Y la profundidad del mar,
Cuya cicatriz no desaparece nunca,
Y llevamos como estigmas
De pasadas navegaciones,
De otras travesías. Por el número de escoriaciones
Del buque, conocemos la cantidad de viajes
Por las escoriaciones de nuestra piel,
Cuántas veces hemos amado.