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miércoles, agosto 20, 2025

Guido Silva y sus “Poesías a Lucy”

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(2da. Parte)

Aquello que “de poeta y de loco todos tenemos un poco”, decíamos en la edición del pasado domingo que le quedaba muy bien a Ramón Guido Silva, aquel hombre que recitando sus poemas a viva voz recorría las calles de Salto (aunque era concordiense) principalmente en los años 50 y 60 y tal vez un poco más, al punto de convertirse en un verdadero personaje popular. Y comentábamos en la ocasión que fue todo un hallazgo haber dado con un librillo, de muy humilde confección, titulado “Poesías a Lucy”, editado en 1966. Los doce poemas allí reunidos son una suerte de respuesta a un par de cartas enviadas por Lucy al poeta, de Montevideo a Salto. Es eso lo que se explica en el propio libro, donde además están reproducidas las cartas. En la edición de hoy, además de algunos poemas, transcribimos esas dos cartas que los inspiraron y reiteramos lo ya dicho hace unos días: ¿Existió esa mujer llamada Lucy? ¿Y le escribió esas dos epístolas a Silva? ¿O es todo parte de su imaginación e invención poética? Al menos para nosotros, quedara la duda.
Carta 1: “Después de dormir un poco leí su poema bellísimo y amargo. Quedé sin palabras. ¿Era real entonces lo que yo imaginaba tantas veces? Había alguien en la tierra digno de ser amado. ¡Qué tarde, qué terriblemente tarde aparece usted tras de su ángel que jamás me pasó inadvertido, Ramón Silva! ¡Qué mal lo recibí la primera vez! ¡Fue como descargar sobre una rosa toda la miseria humana que me abarcaba entonces! ¡Cómo me perdonó! ¡Qué nobleza de corazón! Se lo prometo. No lo podré olvidar nunca. No devorará el tiempo lo que no devora nadie. Tal vez lo precisara para seguir. Pero es cruel. Se me moriría, me lo quitarían, jamás pude poseer nada, voy en busca de paz y mire lo que encuentro, una torre de sol de donde he de caer fatalmente. ¿Dónde está usted ahora? Dónde su ángel que desgarró mi piel más pura, donde su mirada de angustial presagio, o de pronto sus ojos prometiendo tanto, risueños y apacibles, infinitamente hechos para el amor. Me duele el corazón más serio. Me duele su rostro de ayer y su voz de niño que promete no volver a decir esto ni lo otro. Más que ayer, más que nunca estoy, está usted dentro de mi vida, de esta pobre vida mía, usada para hacer mal justamente donde más quisiera hacer bien. Ya me pasó antes. Aquella vez fui más inocente que nunca. Esta no sé. Porque lo veía bien, y aquilataba todo su valor. Después, sentir que me estaba esperando hasta tan tarde, ver como trataba de salvarme, me hizo quererlo más aún. Quién iba a decirme que iba a leer esa carta quien leyó tantas en el tren la otra mañana!! Qué diferente es esta, no escapa a mi comprensión la sangre que hay en sus palabras, qué verdad es lo que está sucediendo. Jamás a mí me importó que me despreciaran. Más, me reí siempre de aquellos que tomaron mis defectos bondadosamente. Pero aquí no. Nos pasa lo mismo. El domingo, de noche, Silva, amigo querido, celebremos este dolor con un poco de estar juntos. Yo también me condené. Seguiré mi camino, llevando, a rastras mi pobre suerte, diciéndome: tendría razones para ser feliz. La escondida joya, empezó a brillar y me ha cegado. ¡Hombre! Ten piedad de Dios. ¡Dios! Ampara la piedad del hombre. Guía los pasos angélicos de este niño mío, guía su corazón, no lo apartes de mi recuerdo nunca, ha de limpiarme siempre saber que ha existido en la zona más clara de mi ser su efecto indestructible, su mano generosa. Deja de ser hombre, se va haciendo etéreo, desde el cielo de su color es la primera nube. Gracias otra vez por el poema de su vida. Gracias por haber posado sus ojos en mi pobre soledad. Gracias por haber dado vida a esta muerte que estamos viviendo. Gracias por tanto mal y por tanto bien. No lo dejo aún. Espero muchas veces sentir la voz de su corazón. ¡HASTA NUNCA! ¡ESTO ES EL SUEÑO!”
Carta 2: “Silva amigo: no me quiso dar su mano, y no sabe qué mal hizo. Creo que sé por qué. Creo que no me equivoqué nunca frente a ciertas cosas. Si usted mereciere explicación, si no se cerrase así, me la hubiera dado. Pero ya es tarde. Le faltó fe. No quiso siquiera ser mi amigo. Solo le preocupaba ayudarme. Y lo hizo; y hoy que realmente no lo veré más solo me queda decirle: gracias, Silva, perdón por no haberle inspirado la fe necesaria para que se sintiera feliz. Cómo se equivoca usted cuando desconfía. ¿No comprende que precisamente usted es quien en este preciso momento no debe acercarse a mí? No hay peligro por otro lado. No soy tan oscura como se permite creer. Soy o no soy. Pero ya es tarde. Me resultó casi fácil borrar con un gesto tanta idea de cosa perdurable. Le faltó vivencia, y a mí, tolerancia. Otra vez, Silva, le doy mis sentidas gracias y le prometo devolver en cuanto pueda tanto favor. El tiempo nos reencontrará, aunque creo que cada vez crecerá más y no un muro de palabras, sino un muro de silencios. El ruiseñor volverá a su noche, y las caricias pérfidas, serán olvidadas por otras, más pérfidas aún. Es hora de ser claro. De decir las sombras que nos ocupan, de enseñar nuestra copa de vino y la borra amontonarse en lo más recóndito del alma. De decir por una vez que todo es una trampa formidable y maldita, que uno es el títere feliz con el que juegan las cosas. Me queda de usted el mejor de los recuerdos, fue el hermano blanco que guió mis horas de infortunio, el príncipe purísimo que presidió mi desolación en estos días, el enamorado triste y doloroso, el romántico lago donde enterré mis sueños… Sus cartas me robaron el corazón. Me queda el eco decantado de sus cánticos puros. Nada más. Las he destruido esta mañana. Creí ver gotear sangre de todas ellas. La palabra amor se dividía dolorosamente. Y la palabra lástima aparecía en cada trozo destrozado. Y la palabra cielo, y la palabra noche, me seguirían torturando durante mucho tiempo. Y el recuerdo de su voz inolvidable, y de sus manos de terciopelo herido, incrustándose en el fondo más íntimo, será solo lo que quede de todo esto, tan irreal, tan impoluto, y tan, a pesar de todo, enormemente bello. Felices fiestas. Y adiós. Hasta el sueño…definitivo. – Fines de 1951 –Montevideo”.

ENCUENTRO
“Dicen que no nos queremos…”, cantabas!
Azules ojos, tornábanse los tuyos.
Te entreveía, en medio de mi alma anhelada,
y de mi tempestad, te halagaban, sus mágicos arrullos!

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Sollozo iridisado tus cartas: gemas puras!
Cincel la angustia cierta, del sorpresivo encuentro.
De pronto entre nosotros, había miradas duras,
y huía furioso y raudo, el firmamento.

Una noche, besé tu cuello níveo.
“Qué delicado eres”, me dijiste.
Yo caminaba al borde de un suspiro,
y en el tráfago de la ciudad desapareciste!

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TE TUVE
Flor! Suspenso. “Trabajo”.
-Peso leve-
“Fardo”.
Qué dulcemente duele!
Te tuve.
Fuiste carne sonrosada.
Un alba fugaz, anduve
a tu sombra perfumada…!
Te tuve.
Caíste en mis sueños!
…Por octubre, noviembre…¡diciembre!
…allá en Montevideo.

Y TE TOCA
La inmortalidad a mi lado. Te toca.
Te toca! Busto y línea! Mi ser!
Huella misteriosa
de un excelso placer!
¿Me amabas? No lo sé.
-Yo busco en todo la verdad oculta-
“Llegué!”
Vivo la Verdad y me gustaaaa!
Te tocó! Eres feliz.
Yo soy así! GUIDO.
En mi reino, el servir,
Es mi linaje. Y recibo…

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