No hay caso. El clásico del fútbol uruguayo no se empalidece en el tiempo. Es Nacional y Peñarol. Razón del inconfundible embrujo, pero también de años a esta parte, la dinastía del no se puede. El imperio de lo no posible.

El ausentismo de jerarquía a manera de cachetazo letal.
Las imágenes, en casos como estos, no mienten ni traicionan. ¡El poder de las imágenes otra vez, para admitir en los dos grandes, eso de cómo se puede jugar tan poco y como se puede jugar tan mal!.
Cuando se observó un clásico como el disputado, no puede menos que concluirse en una certeza argumental: es inviable que Peñarol y Nacional suscriban una determinada dimensión en copas internacionales, cuando la chatura se transforma en consecuencia inevitable.
La escasez de situaciones ofensivas, las cesiones de pelota a domicilio para que la sorpresa se vacíe si es que existió como objetivo, criterios irreconocibles a la hora de la progresión y la llegada. Peñarol no produjo cuatro llegadas en 90 minutos y los minutos finales de Nacional, para acentuar el calvario del que no sabe como hacer….para algo hacer.
Y para colmo de males, no faltó la arrogancia del verdugueo (cuatro expulsados), cuando el despiole superó la pretendida esencia de fútbol y el pobre De Armas (árbitro), sintetizó la imagen del terror en medio de la inmadura condición de sus 29 años.
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Realmente. Cuando se observa un clásico como el del sábado, es puntual interrogarse: cuál es la lección en materia de fútbol o disciplina.
Cuál es el mensaje que se transmite a la platea de niños y adolescentes de este país, porque en el caso de quienes peinan canas, seguro que confluyen en el mismo pensamiento: la descortesía de este tiempo barnizado de limitación, contrapuesto a aquel ayer acumulador de glorias.
Lo imperfecto se fue metiendo como cuña en este fútbol de la disociación, mientras que las chanzas del hincha al final, ya pocas ocurrencias tienen en medio de la tibia liviandad de los argumentos revelados.
Cabe preguntarse además si a veces en este medio salteño, no se nos va la mano a la hora de la crítica frente al fútbol doméstico. Hasta de repente,
caemos en la garra de la injusticia, frente a lo visto por ejemplo este sábado, 500 kilómetros al sur.
Ese sábado en que el fútbol terminó como empezó: en muletas.
-ELEAZAR JOSÉ SILVA-
