Madre de cinco hijos, referente barrial, impulsora de comisiones vecinales, luchadora incansable por la justicia ambiental y la salud mental… Adriana Cardozo es una de esas mujeres que se entregan por completo, no solo a su familia, sino también a su comunidad.
Nicolás, Sebastián, Andrea, José y Victoria enorgullecen a Adriana porque entiende que sobre todo sus hijos son buenas personas, sanas de corazón, con buenos valores.
“Fui madre a los 18 años. Hoy mi hijo mayor tiene 42 y la más chica, 21. Son cinco, cada uno con su historia, con su camino, pero todos criados con el mismo deseo: que sean autosuficientes y buenas personas”, dice con orgullo.
Mientras criaba a sus cuatro primeros hijos, Adriana también organizaba a su barrio. “Andaba con el más chico a upa, y a la vez buscaba formar una comisión, pedir un CAIF, mejorar el barrio. Era difícil, pero no imposible. Si una quiere, siempre encuentra el tiempo”, asegura.
Ese impulso de ayudar al otro fue su motor desde siempre. “Yo no podía quedarme quieta. Sentía esa necesidad de moverme por los demás. Escuchaba a la gente contar sus necesidades y no podía mirar para otro lado”.
La lucha por respirar sin miedo
Cuando se mudó a la zona del hipódromo, junto al vertedero municipal, la realidad la sacudió. “Nos despertábamos en la madrugada con dolor en el pecho, el aire irrespirable, plástico quemado… Solo los que vivimos ahí sabemos lo que es eso”.
Entonces, como tantas veces antes, armó grupo con otros vecinos y empezó a golpear puertas. “No lo hacíamos para molestar a nadie, queríamos ayudar. Pero muchas veces no nos entendían. Algunos te escuchaban, otros no. Aun así, seguíamos”.
En 2018, la causa ambiental tomó fuerza. Organizaciones se sumaron y se realizó una gran marcha. “Pero después bajó. Así es esto. Quedamos tres personas, pero seguimos. Y seguimos. Hasta que decidimos presentarnos ante la Justicia. No por venganza, sino porque vivir en un ambiente libre de contaminación es un derecho humano”.
Una madre con los brazos siempre abiertos
A lo largo de su vida, Adriana también se comprometió con otra causa silenciosa: la salud mental. Su hija menor atravesó una etapa muy difícil y ella acompañó cada paso, durante diez años. “Era Dios, yo, y el mundo”, resume con crudeza y ternura.
Esa experiencia la impulsó a ayudar a otras personas en crisis conformando un grupo de referencia y contención en salud mental. “Una vez una mujer me llamó diciendo que se iba a matar. Fui hasta su casa. Hablaba con gente de madrugada. Pero claro, llegó un punto en que no podía más. Era mi hija, mi casa, el trabajo… y la salud emocional también tiene un límite”.
El grupo que había formado quedó en pausa, pero la intención sigue viva. “Queríamos hacer una organización formal, con equipo técnico. Porque escuchar no alcanza, se necesita preparación. Pero yo solo quería que a otras madres no les pasara lo que a mí”.
Adriana también trabaja en la Oficina Departamental de la Corte Electoral. “Me encanta. Conocés gente, te involucrás. Siempre me gustó el trabajo electoral. Es otra forma de estar cerca de la comunidad”.
Bueno es decir también que Adriana se involucró en la vida política participando activamente.
Hoy sus hijos están grandes. Algunos viven en Montevideo, otros en Salto. “Son personas sanas, que no se drogan, que no toman. Que formaron su familia. Y sobre todo: son buenas personas. Eso es lo que les quise enseñar. Después, cada uno hace su camino”.
El mensaje de una madre que mira hacia adelante
Al final de la conversación, Adriana deja un mensaje que habla por ella, pero también por tantas madres que entregan su vida sin esperar aplausos.
Una mujer que se involucró hasta los huesos en la vida de sus hijos, de su barrio, de su comunidad. Una madre que lucha por el aire, por la salud mental, por la dignidad de su entorno. .
“Hay que ser uno mismo y mirar siempre hacia adelante. Lo que hiciste mal, lo que no hiciste, ya está. No te podés quedar ahí. Hay que seguir con lo que tenés, con lo que te hace feliz. Vivir el día a día con lo que sos. No hay otra.”