Por: Jorge Pignataro
Hablábamos días pasados de un nuevo aniversario de la poeta Delmira Agustini (Montevideo, 24 de octubre de 1886- 6 de julio de 1914). Hoy volvemos a recordarla pero no con datos biográficos ni con poemas, sino con una carta. Una de las varias que Delmira escribió al político argentino Manuel Ugarte (que fuera testigo de su boda), y una de las pocas que se salvaron de los celos de la esposa de Ugarte. Fechada «Febrero de 1914» (Delmira sería asesinada por su ex esposo Enrique Job Reyes cinco meses después) así respondía, por lo que se ve, a una anterior carta de Ugarte:
«Su carta me ha hecho casi más mal que su silencio.

Yo creía que Ud. me interpretaba mejor. Estoy cierta de no haberle dicho en mi arabesco literario una sola cosa que no fuera verdad, y que no fuera, eso sí, más pálida que la verdad. Y lo más raro del caso es que protesto de sus palabras y en el fondo tal vez le doy la razón. Es cierto, yo no he sido absolutamente sincera con Ud. Pero piense Ud. que hay sinceridades difíciles. Ese ligerísimo velo artístico era casi necesario… Piense Ud. que yo debo adivinar y decir. Piense Ud. que todo lo que yo le he dicho y le digo se podría condensar en dos palabras. En dos palabras que pueden ser las más dulces, las más simples, o las más difíciles y dolorosas… Piense Ud. que esas dos palabras que yo pude en conciencia decirle al otro día de conocerlo, han debido ahogarse en mis labios ya que no en mi alma. Para ser absolutamente sincera yo debí decirlas; yo debí decirle que Ud. hizo el tormento de mi noche de bodas y de mi absurda luna de miel… Lo que pudo ser a la larga una novela humorística, se convirtió en tragedia. Lo que yo sufrí aquella noche no podré decírselo nunca. Entré a la sala como a un sepulcro sin más consuelo que el de pensar que lo vería. Mientras me vestían pregunté no sé cuántas veces si había llegado. Podría contarle todos sus gestos de aquella noche… La única mirada consciente que tuve, el único saludo inoportuno que inicié fueron para Ud. Tuve un relámpago de felicidad. Me pareció un momento que Ud. me miraba y me comprendía. Que su espíritu estaba bien cerca del mío entre toda aquella gente molesta. Después, entre besos y saludos, lo único que yo esperaba era su mano. Lo único que yo deseaba era tenerle cerca un momento. El momento del retrato… Y después, sufrir, sufrir hasta que me despedí de Ud. Y después sufrir más, sufrir lo indecible… Ud. sin saberlo sacudió mi vida. Yo pude decirle que todo esto era en mí nuevo, terrible y delicioso. Yo no esperaba nada, yo no podía esperar nada que no fuera amargo de este sentimiento, y la voluptuosidad más fuerte de mi vida ha sido hundirme en él. Yo sabía que Ud. venía para irse dejándome la tristeza del recuerdo y nada más. Y yo prefería eso, y prefiero el sueño de lo que pudo ser a todas las realidades en que Ud. no vibre. Yo debí decirle todo eso, y más, para ser absolutamente sincera. Pero, entre otras cosas, he tenido miedo de descubrirme muy en el fondo, una de esas pobres almas débiles enteramente rendidas al amor. Imagine Ud. esa miseria frente a su sonrisa un poquito irónica de poderoso… Y yo, que he sabido sonreír tan irónicamente como Ud.… Ya está dicho. Si después de todo esto vuelve Ud. a acusarme de engañadora y sutil, yo lo acusaré simplemente de mal intérprete sentimental. Nunca le acusaría de nada peor. Ni esperaría a que la brisa de primavera me trajera perfumes de allá para escribirle sin saber por qué. Y conste que me siento íntimamente herida.
«DELMIRA»