¿Será cierto que ocurrió? ¿Será verídico? Amado Dubarry, bajo el título “Menos precio”, hoy le regala a los lectores de EL PUEBLO un texto a medio camino entre el cuento y la crónica, al tiempo que se encarga de explicar la difusa línea divisoria que hay, o podría haber, entre la realidad y la ficción en lo narrado:

MENOS PRECIO
En lo sustancial, no hay dudas acerca de la veracidad del hecho; el paso del tiempo y la admiración que provocó, hizo que cada persona que lo reviviera le agregara, tal vez, detalles a título personal que no hicieron otra cosa que enriquecer la anécdota. Trataremos, entonces, de aunar brevemente esos relatos y darle un toque más o menos literario para complacer al lector.
Hace muchos años, un hombre vestido con sencillas ropas de campaña se apersonó en una de las concesionarias de vehículos más importantes de Montevideo. con el sombrero en la mano, en un gesto humilde y educado, denotaba su incomodidad ante el ambiente lujoso lleno de escritorios y oficinas. Luego de esperar varios minutos de pie viendo clientes que entraban y salían, por fin un empleado impecablemente trajeado lo atendió. Le explicó nuestro hombre, siempre de pie porque nunca le ofrecieron sentarse, que en Salto, el lugar de donde venía, se cosechaba mucha naranja, que estaba trabajando bastante bien comprando y vendiendo por lo que cada día tenía más cajones de fruta para fletear y que quería agrandar el negocito. Necesitaba entonces algún vehículo para los traslados, y preguntaba si ahí se lo podrían vender. El empleado pareció meditar un poco la respuesta permaneciendo en silencio por unos instantes, disimulando apenas una sonrisa. Luego extrajo de un bolsillo interior del saco una tarjeta y esgrimiendo una delicada lapicera escribió en el reverso. Se la entregó diciéndole que lamentaba mucho el no poder ayudarlo, que no contaban con ese tipo de vehículos, pero que le anotaba una dirección donde, seguramente, le iban a solucionar el asunto. Un poco contrariado el hombre le agradeció despidiéndose con un fuerte apretón de manos y se retiró, observando de reojo unos murales enormes en las paredes que mostraban varios tipos de camiones.
Al día siguiente el mismo empleado atendía cómodamente en su escritorio a un cliente que portaba un maletín y con el cual conversaba y se reía animadamente, cuando vio ingresar de nuevo al sencillo hombre. Con un gesto de contrariedad se excusó y sin disimular su desagrado se dirigió hacia quien ya lo esperaba con una mano tendida, el sombrero en la otra, y que le pidió, en voz muy baja, si por favor lo podía acompañar afuera un momento. Accedió de mala gana y ya en la vereda pudo ver la larga hilera de camiones nuevos estacionados en toda la cuadra.
-En la dirección del bazar de juguetes que usted me dio no había de estos tan grandes, pero me mostraron donde comprarlos -sentenció el comprador.
No podemos asegurarlo, pero el ingenio y la crueldad popular hablan de que el pobre empleado pasó muchos años sin conseguir trabajo.
AMADO DUBARRY
(Salteño, nacido en 1958. Obtuvo reconocimientos en concursos literarios, como el de “microrrelatos” organizado por Antel hace algunos años y otro organizado por la Fundación Camilo José Cela, de España. Tiene publicaciones propias, como la novela “Puñado de piedritas blancas”. Durante algunos años asistió al Taller Literario Horacio Quiroga, que dirigía Leonardo Garet en la Biblioteca Felisa Lisasola. Actualmente asiste al taller literario que orienta Jorge Pignataro).