Estos últimos cuatro días, días en que la noticia del inminente cierre de Diario EL PUEBLO se convirtió en una de las más comentadas en nuestra sociedad, han sido tantas pero tantas las cosas que hemos escuchado, que daría, como suele decirse, para escribir una novela.
Están también, no menos abundantes, las sensaciones y pensamientos que invaden a todos quienes en mayor o menor medida hemos sido o somos parte de esta casa periodística, de este medio que tiene justamente ambas cosas: tiene mucho de casa -con todas las connotaciones asociadas a un hogar-, y tiene mucho de periodismo. Es por eso y mucho más, que nunca quisiéramos decirle adiós.
Entre lo que se ha podido escuchar y leer –en otros medios, en la calle, en las redes- felizmente ha predominado el sentido de solidaridad, de la tan mentada empatía, las muestras de apoyo de una población que sabe que si EL PUEBLO apaga su voz, la pérdida será muy grande. Sería una falta que seguramente solo podrá aquilatarse dentro de algún tiempo. Diario EL PUEBLO no es imprescindible, pero es necesario. En tiempos donde la desinformación y la mentira campean, en tiempos donde es evidente cierta desorientación por falta de referencias claras que permitan acercarse a la verdad, a lo bueno y a lo bello, vaya que es necesaria una voz que hable seriamente y con honestidad de todo lo que hace a la esencia humana: el arte y la cultura en general, el deporte, la educación, la economía, la religión, la política…
Sin embargo, queremos detenernos hoy en otra cuestión no menos importante. Una cuestión que tiene que ver con la nefasta tendencia a opinar sobre lo que no se sabe, a juzgar sobre lo que no se entiende. Hay quienes lo hacen de una forma casi –o totalmente- inconsciente; otros, y eso es lo peor, con una mala intención que duele.
Dicen que en las situaciones extremas, en los momentos difíciles al menos, es cuando aflora la verdadera esencia de las personas. Y así, ante el posible cierre de este diario, hemos encontrado gente de la que solo brotó ingratitud, una «amnesia» de cosas que deberían despertar lo contrario: agradecimiento; o tal vez, en todo caso, tan solo un respetuoso silencio. Pero, en esa escala de valores con que algunos se conducen en la vida, es entendible que opten por unos minutos de fama a cualquier costo, en lugar de un perfil de humildad y rectitud. De todas maneras, no vale la pena dedicarles más líneas. Adiós.
Volvamos sobre lo apuntado antes, los comentarios y opiniones de quienes desconocen de lo que hablan.
Estos días he tenido ganas de releer la quinta novela publicada por Juan Carlos Onetti, allá por mediados del siglo pasado: «Los adioses». Estupenda obra que invito a leer o releer. Y no es que quise volver a ella porque el título sugiere despedidas. Es que en esta novela se muestra magistralmente lo que son las habladurías en un pueblo, las especulaciones, las conjeturas. Se trata de la forma en que esas suposiciones de la gente hasta llegan a construir (falsamente, por supuesto) la historia de vida de alguien, para luego llegar a creérsela de tal forma que ese relato pasa a ser asumido como una verdad.
En «Los adioses», Onetti cuenta parte de la vida de un hombre que, muy enfermo, llega a instalarse a un pequeño pueblo donde recibirá un tratamiento. El hombre casi que no habla con nadie. Es un misterio para todos. Solo se lo ve cuando deambula parco y solitario por las calles, o cuando se dirige al almacén y bar, donde periódicamente le llegan cartas de dos mujeres. Y allí empiezan las especulaciones de la gente sobre quiénes serán esas mujeres que le escriben. Alguna vez una de las mujeres llega al pueblo a visitarlo. En otra ocasión llega la otra, bastante más joven. Las habladurías crecen. Hasta se entreteje una gran historia que señala a una como la esposa y la otra como la amante joven. Nada que ver. Es más, la joven es la hija. Pero así funciona muchas veces la lógica de los humanos: en base a suposiciones. Como si los humanos fuéramos lógicos, además.
¿Y qué tiene que ver esta historia con el anuncio de posible cierre de Diario EL PUEBLO? Que inmediatamente se supo la noticia, comenzaron las especulaciones. Veamos algo de ello.
«Y sí… ¿cómo no va a cerrar?… si ahora la gente solo lee lo digital». Esa fue una de las expresiones más oídas. Otro ejemplo: «Si no es rentable, está bien que cierre, ¿por qué hay que regalarle plata a una empresa privada?»; en este caso, amén de la falta de sensibilidad hacia las familias que perderían su sustento económico, hay otra vez un error grave. Un ejemplo más: se ha escuchado decir también «Qué mal hace la Directora en mandar a los trabajadores a reclamar en vez de hacerlo ella». Nuevamente, hay un error que nace de la especulación apresurada.
Aclarando un poco. 1- Sigue habiendo mucha gente que elige leer en papel, y lo demuestran los suscriptores y otros compradores que siguen prefiriendo el diario en su formato tradicional. No es por falta de lectores que peligra esta empresa. 2- Nadie está pidiendo que se regale nada; lo que se pide es facilitar un adelanto (a modo de préstamo, nunca de regalo) de un subsidio que desde hace muchas décadas el Estado brinda a los medios escritos asociados a la OPI (Organización de Prensa del Interior), que se conforma con un porcentaje de lo recaudado por venta de pasajes al exterior y que, desde que se inició la pandemia (no hubo más viajes, por ende no se constituyó fondo para este subsidio) se interrumpió abruptamente.
Se propone que ese dinero adelantado sea devuelto (debitado) en las próximas entregas, las que seguramente vendrán, porque de hecho la reactivación de viajes y de varios rubros más se está dando. Pero no ha habido señal de respuesta, ni a favor ni en contra, y el diario no puede esperar. ¿Esperar qué? ¿Que los funcionarios sigan trabajando para un día decirles que no hay dinero para pagarles el sueldo? De ninguna manera; EL PUEBLO siempre pagó a sus empleados conforme a la ley. 3- El pasado miércoles, la Directora explicó a los funcionarios la situación de crisis y fundamentó los motivos del cierre; allí terminó su participación.
No pidió a ningún empleado que realizara ninguna acción, ni impidió a ninguno que la hiciera. Hubo total libertad. Fueron los empleados quienes reaccionaron inmediatamente y de forma espontánea decidieron reclamar por su cuenta, a ver si así logran la respuesta que las gestiones de la Directora no pudieron lograr.
Como en «Los adioses», a veces en la vida real también se cae en equivocaciones groseras por querer hablar sin saber. Los hechos están a la vista. Todos somos libres de interpretarlos y juzgarlos. Pero lo bueno sería hacerlo con pleno conocimiento de causa. Y además, como escribe Onetti en otra de sus novelas, los hechos tienen alma, no lo olvidemos. Dice el maestro: «…los hechos son siempre vacíos, son recipientes que tomarán la forma del sentimiento que los llene». Y es claro, algunos llenarán estos hechos con sentimientos nacidos desde su ignorancia, su desagradecimiento o su indiferencia. Otros, preferimos llenarlos de gratitud.
CONTRATAPA POR JORGE PIGNATARO