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domingo, febrero 23, 2025
Columnas De Opinión

APUNTES EN BORRADOR XVI

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NUNCA MÁS. Mañana martes se estará recordando los 50 años del último Golpe de Estado que derivó en una dictadura de 12 años que padecimos los uruguayos. Algunas familias incluso con torturas, asesinatos, secuestros de bebés y desapariciones, que fue caer en lo más bajo en la cadena animal de este zoológico universal, porque como más de un testimonio ha declarado, en muchas ocasiones eran torturados sin recibir ninguna pregunta (que tampoco lo justifica), torturaban y violaban solo por saña y sadismo.

Lamentablemente en nuestro país, pese a la documentación existente y a los hechos que muchos de los que fueron protagonistas han contado de primera mano, de un lado y del otro, los uruguayos no logramos ponernos de acuerdo en una única versión histórica de qué fue lo que nos llevó a que un presidente constitucional se refugiará en una concepción autoritaria y antidemocrática rodeado de militares golpistas, culpando de todos los males que vivía en ese entonces el país a los partidos políticos, y por propiedad transitiva, a la Central de Trabajadores, la CNT.

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Prueba de ello fue la suspensión de las elecciones siguientes, prohibición de actividades políticas y sindicales, y la proscripción a todos los partidos políticos tras disolver las Cámaras a través de Actos Institucionales que redactaban los tiranos como si fueran leyes.

Por tanto, esto nos exige un análisis más profundo y menos apasionado de aquellos lejanos tiempos que derivaron en una de las épocas más oscuras de nuestra República. Hay un libro que me prestara una querida amiga (y que aún poseo, el libro y la amistad) que lleva por título “Cómo mueren las democracias” de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, cuyo análisis es trasladable a nuestros tiempos (lo que debería encender algunas alertas a nuestro sistema político), y también a aquellos previos al Golpe de Estado de 1973.

Países como Uruguay sustentan sus democracias por un sistema de partidos políticos fuertes y sólidos desde sus cimientos. Si los partidos cambian su hoja de ruta y pasa a ser más importante ganar una elección y alcanzar el poder por sobre todo lo demás, el autor de cabecera para algunos terminará siendo Machiavelo, y pese a que lo dio a entender de otra forma, el fin terminará justificando los medios.

Tras la muerte repentina de Oscar Gestido, asumió la presidencia Jorge Pacheco Areco en tiempos realmente turbulentos, con los Tupamaros enfrentando a las autoridades constitucionales y el gobierno administrando la crisis económica en la que estaba envuelto el país con medidas prontas de seguridad, limitando los derechos de los ciudadanos.

Hubo quien planteó la reelección de Pacheco en un país donde no existe la reelección presidencial. Para eso, había que cambiar la Constitución, que fue lo que se planteó en la misma elección de noviembre de 1971, postulándose nuevamente a la presidencia por si salía la reforma constitucional. Y si no salía, Pacheco eligió al Ministro de Ganadería como su delfín, Juan María Bordaberry. Uruguay nunca fue un país reeleccionista, al menos desde los tiempos de Batlle y Ordóñez que imprimió esa máxima a fuego en el ADN de los uruguayos, por lo que la reforma plantada por el pachequismo fracasó, siendo electo presidente Bordaberry, en una elección donde incluso hubo denuncias de fraude.

Saber de estos entretelones y teniéndolos claro, nos permitirán ver que a veces los orígenes de tiempos oscuros también parten de partidos políticos que no saben poner límites a situaciones como la planteada en 1971 y terminar eligiendo a un enemigo de la democracia. Por poner solo un ejemplo, también recordemos que Adolfo Hitler se hizo legítimamente del poder de Alemania en las urnas en 1933. Todos sabemos cómo siguió la historia en Europa y en Uruguay unos años más tarde.

Las alertas se encienden 50 años después, cuando vemos partidos políticos que surgen por intereses de grupos de presión o se ve claramente la debilidad de algunos partidos donde prima el intercambio de cargos a sustentos ideológicos y metodológicos, donde el fin no puede ni debe justificar nada de lo que se haga para alcanzar el poder.

 Hasta la semana que viene…

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