No por sorpresiva, la muerte del científico argentino Damián Marino, a los 46 años, puede considerarse inesperada. Es que este científico, que luchó denodadamente contra la fumigación de las escuelas o su área de influencia con agrotóxicos, vivía un “estrés” permanente, que le había costado la internación en centros hospitalarios en varias oportunidades.
Sus investigaciones le habían permitido afirmar que el rio Paraná tiene más agroquímicos que un campo cultivado. Sin embargo nadie le prestó atención, como tampoco se le presta atención al resultado del los estudios realizados por el científico, sobre el Rio de la Plata.
En estas columnas hemos insistido en que se necesita un cambio cultural para lograr revertir el daño que le estamos haciendo al planeta, nuestra casa. La contaminación que le estamos proporcionando al aire, el agua o la tierra es monstruosa y a nadie parece interesarle.
Como el resultado de nuestras acciones no se ve el corto plazo, sino con el tiempo, casi que a nadie interesa.
A poco de enseñarnos una gran lección, recordándonos el daño que le estamos haciendo, el agua dulce nos recordó que sin agua no hay vida. Pero no sólo se trata del agua, sino del aire y de la tierra.
Todo va en el mismo camino. En todos los casos que conocemos los elementos son perjudicados, destruidos y arruinados al punto de lamentarnos luego de las consecuencias.
En tanto “mandan” las multinacionales, las que con mucho dinero “compran voluntades” y nos arruinan el agua, el aire o la tierra. Mucha gente ha quedado entusiasmada, por la reciente cumbre global que ha decidido terminar con los combustibles fósiles, lo que no se sabe es hasta cuando habría este combustible, porque la sobrexplotación de algo que lleva millones de años en formarse no se detuvo hasta el momento.
La cuestión es que mientras el planeta resista el hombre seguirá depredando y destruyendo, todavía recordamos aquella máxima que escuchamos por primera vez cuando Salto Grande estaba en construcción y se aprestaba a desforestar “no destruya el hombre lo que Dios le dio, o vivirá en la miseria”.
Si es que logra subsistir, diríamos nosotros. Es que la ambición humana no tiene límites y mientras no asumamos el costo de nuestras acciones, seguiremos tentando la desgracia.
A.R.D.
