Arturo Fajardo, Obispo de la Diócesis de Salto
El Obispo de la Diócesis de Salto, Monseñor Arturo Fajardo, recibió a EL PUEBLO para permitirnos conocerlo un poco más, con aquellos primeros años de vida en el campo en su Aiguá natal, la búsqueda de su vocación y el descubrimiento de su camino sacerdotal.
1. ¿Qué recuerdos tiene de su infancia?
– Nací en Aiguá, un pueblito del norte del departamento de Maldonado el 17 de julio de 1961. Me acuerdo de mis abuelos, me crie con mi mamá, que era maestra, mi padre era un pequeño productor agropecuario. Una familia de tierra adentro, muy sencilla, trabajadora. Tengo dos hermanos, uno que trabaja en el campo y el otro es militar. Me acuerdo de mis primeras idas a la escuela, de las idas al campo con mi padre, de andar a caballo, trabajar la tierra en la cosecha de la papa, en el ganado, cargando leña.
2. ¿En qué momento sintió el llamado de Dios?
– Me resistí mucho, nunca pensé ser Cura. El que era Obispo de Minas, Monseñor Quaglia, un hombre muy bueno y que tenía mucho vínculo con los jóvenes, siempre me decía que él sentía que yo tenía que ser Cura. Hice Liceo Militar en Minas y después entré a la Escuela Militar en Toledo, años muy especiales, yo tenía un tío que era militar de Caballería, alguien a quien yo admiraba, unido a que nos habíamos criado en el campo y andábamos a caballo. Pasé un par de años en la Escuela Militar y cuando salí terminé los preparatorios de Derecho pensando en hacer un poco de vida normal. Recién decidí entrar al seminario en 1981.
3. Pero, ¿por qué decidió ingresar al seminario?
– Entré por ser cristiano, tratando de contestar algunas preguntas, buscando el sentido de la vida, del dolor, de la injusticia, de la muerte. Para el cristiano es un encuentro con Jesús, y a partir de ahí uno se empieza a preguntar por el sentido más profundo que le quiere dar a la vida de uno. Es cuando descubro que Jesús le daba un sentido nuevo a la vida a toda persona, y servir al Evangelio, que trae una buena noticia. Nunca vi a la Iglesia como una gran institución sino como una actitud de servicio a la gente y a la comunidad, que era lo que viví en mi pueblo, donde la parroquia estaba muy integrada a la vida del pueblo, mi madre era catequista y animaba a los grupos. Además, siempre sentí que Monseñor Quaglia dejó una semillita, una lástima que nunca me viera seguir por los pasos que él había anticipado en mi vida. Una vez que ingresé al seminario nunca dudé de mi vocación, me ordené en 1988 cuando vino el Papa Juan Pablo II a Uruguay.
4. ¿Qué recuerdo tiene de su primer destino?
– Fue en la Casa de la Juventud Monseñor Quaglia, pegado a la Catedral. Me acuerdo que le dije al Obispo que no servía para trabajar con jóvenes, y el Obispo me puso encargado de la Pastoral de Jóvenes y encargado de la Casa de la Juventud. Hoy le agradezco porque la verdad que fue todo un desafío muy lindo que terminó cambiándome la vida, porque los jóvenes son muy cuestionadores, muy directos, a uno lo desafían a explicar los por qué de la opción por la fe en años muy fermentales a la salida de la dictadura. Todos los fines de semana tenía actividades con ellos, campamentos, retiros, jornadas en el Verdún. Fueron años muy lindos que guardo con mucho cariño.
5. En estos casi 34 años desde que se ordenó sacerdote, ¿qué ve cuando mira el camino recorrido?
– Me queda un agradecimiento muy grande al Señor Dios, en primer lugar. Siempre digo que Dios no elige capaces, capacita a los elegidos. Pero también un agradecimiento a la gente, he sido muy feliz como Cura y tengo recuerdos muy lindos de las comunidades en las que he ido pasando. Fui Cura en Minas en la Casa de la Juventud, luego en la parroquia de un barrio. Después estuve en la formación de los futuros sacerdotes en el seminario, después me mandaron ocho años a José Pedro Varela, al norte de Minas, cerca de Treinta y Tres. Después volví a la formación de futuros sacerdotes y luego me hicieron Obispo de San José.
6. ¿Cómo ve al mundo en el que vivimos?
– Lo miro con esperanza, porque un cristiano siempre tiene que tener esperanza. Pero esta guerra en Ucrania, por ejemplo, me genera grandes preguntas, parece que no hemos aprendido nada, menos en Europa que aparentemente es tan civilizada, y además entre cristianos, porque son comunidades cristianas, tanto ortodoxas como católicas, aunque este conflicto no es un tema religioso, pero que haya tanta violencia, uno ve imágenes y ve el sufrimiento de tantas poblaciones. Leía a un Obispo africano que decía que guerras como la de Ucrania hay treinta en el mundo, pasa que esta se está dando en el centro de Europa, por eso genera tanta visualización. Y es cierto, hay otras situaciones de mucho dolor y sufrimiento donde la Humanidad demuestra que nada hemos aprendido. Aquello de las Sagradas Escrituras, ¿dónde está tu hermano? Porque en el fondo se trata de una guerra fratricida entre hermanos, por política, por dinero.
Ha habido muchos cambios en el mundo. En algún momento pensé que se avanzaba en positivo, como lo que significó la caída del Muro (1989), hubo como un nuevo comienzo, una nueva esperanza, pero después, en la práctica, no se vio. De todas maneras, pienso que siempre lo positivo es más que lo negativo, la Humanidad también ha avanzado, y los cristianos han aportado a ese avance junto con todos los hombres de buena voluntad, mucha gente que no es cristiana, que tiene otra religión, pero que tenemos que buscar, seguir esperando y confiando que la Humanidad encuentre el camino para superar estos momentos dolorosos, la pandemia y luego la guerra.
7. ¿Cómo opera en las personas el sentimiento de culpa?
– La culpa no es buena, si nos culpabilizamos nos auto flagelamos. Uno tiene que reconocer los errores, saber que es frágil y que se equivoca. Yo me equivoco, todos nos equivocamos. Desde la perspectiva cristiana está el perdón, pero quedará siempre la cicatriz. Hay gente que me dice que le cuesta mucho perdonar, pero una cosa es la herida y otra la cicatriz, hay que tratar de cicatrizar las heridas y seguir avanzando también como Humanidad. La culpa no nos deja avanzar. En ese sentido, la psicología ayuda, pero desde la perspectiva cristiana no hay pecado que no se pueda perdonar. Siempre está la oportunidad de recomenzar.
8. En ese caso, ¿cómo ayuda el perdón?
– El perdón es lo más grande, es un don inmenso que no merecemos pero que está ahí. También en esta época de conflictos y de guerra habrá que buscar luego entre los pueblos una reconciliación que parta desde la justicia y la verdad, que supone también el perdón. Tiene que haber esa apertura como cuando lo decimos en el Padre Nuestro al rezar, “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. El amor es lo que salva y que hace posible la vida. Se trata de un amor que el Señor lo da hasta llevarlo a la Cruz. En la novela de Dostoyevski, “El Idiota”, hay una pregunta, ¿qué belleza salvará al mundo? La belleza de Cristo crucificado es lo que creemos los cristianos, la belleza del amor entregado hasta el fin, el amor que tiene una mamá cuando cuida a un niño enfermo. El amor que tiene un hijo cuando cuida a su padre, el amor que está presente en la sociedad, es eso lo que salva al final.
9. En este mundo tan convulsionado, pleno de culpas y de perdones, ¿hay espacio para la felicidad?
– Creo que sí. Jesús dice que ha venido para que tengan vida, y vida en abundancia. La vida es la que vence a la muerte, y ese es el fondo de los cristianos. Ahora estamos viviendo la preparación a la Pascua, para los cristianos es el triunfo definitivo del amor sobre la muerte que se dio en un momento que se tiene que dar cada día. Los primeros cristianos decían, vivamos según la Pascua, vivamos según la resurrección de Jesús. Si fuéramos capaces de eso, viviríamos de otra manera. Entiendo que hay otra forma de vida que es la que el Evangelio nos propone, que estamos lejos, que somos frágiles y que siempre tendremos que recomenzar la vida cristiana. Por eso de alguna manera este tiempo previo a la Pascua es un tiempo justamente de conversión, de volver a empezar el ejercicio cristiano que lo vamos como deshilachando. También la vida en la Iglesia tendremos que volver siempre al comienzo. La Iglesia lleva también mucha fragilidad y mucho pecado adentro.
10. ¿Quién es el Padre Fajardo?
– Un hombre que intenta ser fiel a lo que cree, que conoce sus fragilidades y que intenta también servir a la comunidad que le ha tocado sabiendo que intenta vivir humildemente lo que el Señor le ha regalado, que es una vocación que siempre nos trasciende.