El sector lechero uruguayo atraviesa un momento delicado. No es la primera vez y, probablemente, no será la última, pero esta vez el agotamiento se siente más profundo. Sequías reiteradas, costos crecientes, endeudamiento estructural y una cadena de pagos cada vez más frágil componen un cóctel que golpea especialmente a los pequeños y medianos productores.
La situación en la cuenca lechera del Santa Lucía refleja las tensiones del sistema:
- Productores que malvenden ganado para cubrir gastos;
- Tambos que bajan la persiana;
- Gremiales que alertan sobre el envejecimiento del rubro.
El promedio de edad de los tamberos activos supera los 55 años. A la vez, la presión hídrica sobre una fuente clave de agua potable pone sobre la mesa otra dimensión del problema: la sostenibilidad.
Pero a pesar del panorama, sería injusto caer en el fatalismo. La lechería uruguaya sigue siendo una de las actividades más integradas del agro, con más de 3.000 productores generando seis millones de litros diarios y una industria que exporta el 75% de su producción a más de 80 países. Es un sector que aún tiene mucho para dar, si se le ofrecen las herramientas correctas.
El cierre de tambos —particularmente en el norte del país— debe servir como alarma, pero también como oportunidad. Oportunidad para rediseñar políticas de financiamiento accesibles, revisar la estructura de costos y, sobre todo, pensar en un modelo productivo que le dé espacio a los jóvenes, porque sin relevo generacional no hay futuro posible.
El reciente llamado al diálogo entre el Banco República, el Ministerio de Ganadería y referentes del sector va en la dirección correcta. Pero no puede quedarse solo en una declaración. Se necesita acción:
- Líneas de crédito específicas;
- Apoyo técnico;
- Acceso a tierras;
- Mejoras en la comercialización para que los productores no sigan vendiendo por debajo de los costos.
La lechería es más que un negocio: es parte de nuestra identidad productiva. Es trabajo familiar, cultura del esfuerzo y motor de muchas comunidades rurales. Cuidarla no debería ser una consigna de emergencia, sino una política de Estado.
El país ya ha demostrado que puede superar crisis aún más profundas. Lo que hace falta ahora es voluntad política, coherencia institucional y un compromiso real con quienes, a pesar de las dificultades, siguen ordeñando todas las mañanas.
Mientras haya tamberos dispuestos a resistir, Uruguay tiene futuro lechero.