«La democracia es el arte de elegir a quien te va a defraudar durante los próximos años.»
Georges Clemenceau
Pasaron las elecciones. Se contaron los votos, se celebraron victorias, se lloraron derrotas. Y ahora comienza el gran espectáculo. Porque la democracia socialista moderna no se sostiene sobre verdades, sino sobre ficciones cuidadosamente elaboradas.
Dos de ellas son fundamentales para mantener viva la ilusión:
(i) – la transubstanciación del político
(ii) – y la soberanía popular.
Ambas son falsas. Pero ambas son funcionales al poder.
I. La alquimia democrática: la transubstanciación del político
Uno de los actos más insólitos de esta democracia teatral es la metamorfosis repentina que sufre un ciudadano común cuando deviene en politico. Un vecino, un profesional cualquiera, con defectos, miserias, ambiciones —a veces incluso corrupto—, se convierte, por obra del voto, en representante de «la voluntad general«.
¿Pero cómo sucede ese milagro? ¿Cómo puede alguien que en su vida privada vela por su propio interés, transformarse de pronto en portavoz iluminado del bien común?
La respuesta es simple: no sucede.
El político sigue siendo el mismo. Solo cambia su discurso. En su casa protege su propiedad, cuida su bolsillo y defiende lo suyo. Pero al asumir un cargo, se disfraza: habla “en nombre del pueblo”, invoca “el interés general”, legisla “por el bien de todos”. Como si al sentarse en su banca hubiera recibido una revelación moral superior.
Lo cierto es que no representa al pueblo.
Representa a su partido, a sus alianzas, a sus financiadores… y, sobre todo, a sí mismo. No conoce tu vida, ni tus valores, ni tus necesidades. Y lo más grave: ni le importan.
La idea de que un hombre común, al ser electo, deja de ser él y se convierte en “todos” es ridícula. Pero es el dogma central de la religión democrática.
Ayer, el Rey gobernaba por derecho divino. Hoy, el político gobierna por mandato popular. El resultado es el mismo: unos pocos deciden por millones. Y para justificarlo, usan su arma más eficaz: el «interés general«, esa fórmula mágica que sirve para justificar cualquier atropello:
• Más impuestos: interés general.
• Más regulaciones: interés general.
• Más deuda, más censura, menos libertad: siempre… por el interés general.
¿Pero qué es exactamente el “interés general”? Nadie lo sabe. Porque no existe.
Lo que sí existe son millones de intereses individuales, legítimos y muchas veces contradictorios, que ningún político puede representar sin traicionar a otros.
El “interés general” es solo una máscara para concentrar poder.
II. La gran ilusión: la soberanía popular
La segunda gran ficción es la que sostiene que el pueblo es soberano porque vota. Nos lo repiten como un dogma desde niños, en la escuela, en los discursos, en los medios y en cada elección: “Vos decidís”, “el poder es tuyo”, “votá con responsabilidad”. Pero la realidad es otra y el análisis honesto nos obliga a desmontar esta mentira fundacional de la democracia representativa.
¿De verdad somos soberanos?
- Si te obligan a votar, no sos libre: en Uruguay el voto es obligatorio. Si no votás, te sancionan con multa, no podés cobrar tu sueldo o jubilación del Estado, no podes presentarte a licitaciones, no podes iniciar tramites en oficinas públicas, no podes presentar escritos judiciales, entre otras sanciones. Eso no es libertad soberana. Es obediencia bajo amenaza.
- No elegís personas, elegís estructuras: listas sabanas, cerradas, armadas por cúpulas partidarias, que impiden elegir personas en forma individual y así premiar a los honestos y castigar a los corruptos. Vos solo podés aceptar o rechazar el paquete completo. Eso no es elegir: es simular que elegís.
- No podés revocar mandatos: si el político miente, traiciona o legisla contra vos…te lo tenés que bancar igual hasta el final. La representación real solo existe si se puede revocar. De lo contrario, es esclavitud con urna.
- No decidís nada relevante: no votás leyes, presupuestos ni políticas públicas. No votas nada que pudiera afectarte en tu vida. Solo elegís quién lo hará por vos. Pero una vez que entra al poder, se debe a su partido y al consenso con la oposición. No a vos. ¿A eso se le llama ser soberano?
- El sistema ya está armado: no decidís las reglas, ni las condiciones del juego. Solo participás dentro de un laberinto electoral diseñado por otros, con trampas, puertas cerradas y pasillos sin salida. Y lo más trágico: nadie te explica cómo funciona. El sistema es opaco a propósito. Difícil. Técnico.
¿Puede haber soberanía donde reina la ignorancia? ¿Puede un pueblo ser libre cuando no entiende siquiera cómo funciona el mecanismo que supuestamente lo hace libre? - Delegás, no gobernás: la soberanía real no se delega. Pero en este modelo, el ciudadano aparece un día cada cinco años… y luego desaparece.
- Todo está montado para que creas que decidís: campañas, encuestas, redes sociales: todo diseñado para reforzar la ilusión de que el poder es tuyo, cuando solo estás eligiendo entre lo que otros ya seleccionaron.
- Y lo más trágico: votás en la ignorancia: vivimos en una sociedad empobrecida, adoctrinada, sin cultura política ni formación ciudadana. Se vota por miedo, por costumbre, por fanatismo. No puede existir soberanía política si previamente no existe soberanía económica y cultural. Allí donde hay ignorancia,
hay dependencia.
En definitiva, la llamada soberanía popular no es más que una puesta en escena. Un teatro bien armado para que las masas crean que mandan, mientras una minoría decide todo.
III.- Conclusión: de la ilusión al control

La democracia representativa no es sinónimo de libertad. Es solo una forma elegante de dominación. Unos pocos deciden todo, escondidos detrás del voto popular.
Y mientras sigamos creyendo que somos soberanos porque votamos, y que alguien nos representa solo porque fue electo, seguiremos siendo piezas reemplazables de un engranaje que premia la obediencia y castiga la responsabilidad.
Porque la verdadera libertad no se vota. La verdadera libertad se ejerce.
No necesitamos más delegación. Necesitamos más responsabilidad individual.
No necesitamos más intermediarios políticos. Necesitamos menos poder concentrado y más autogobierno.Porque la única persona que puede representarte de verdad… sos vos mismo.