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«El fútbol es muy lindo como para que te amargue la vida»

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Entre los años 60 y los 70, cuando el fútbol de LUIS COLLARES fue un impacto en sí mismo. Líder de la delantera de Wanderers de Paysandú y la «blanca». Y la verdad sea dicha: las veces que Salto lo padeció en el Litoral. ¡Una y otra vez, aquel «Negro» Collares!
El mismo que rescata JUAN RAMÓN SILVERA, otro de los inolvidables de esos tiempos, que la leyenda suele recoger. Cuando los Litorales se convertían en fiesta y Salto-Paysandú, a la medida de un duelo envolvente y pasional.


Cuenta Silvera en su Paysandú natal y suma EL PUEBLO, a manera de reencuentro de un delantero de excepción. Collares del gol. Una auténtica declaración de clase en el tiempo.


BARRILETE DE SU DESTINO
«Lo tuve que acompañar, yo tomaba Amarga Amaretto bebida típica de Uruguay, record es el pueblo Sanducero en tomar Amaretto, antes de la previa de los bailes del salón de Cristal del Paysandú Wanderers y él tomaba vino, él hablaba y yo lo escuchaba con una admiración única, le quedó el «Che gurí» desde cuando yo vivía atrás del arco del Cairo Cosio, por Benito Chain, yo ya era un hombre y el «che guri», lo había adoptado.
Su vida, como su juego, fue puro frenesí, aunque falleció hace un par años, ahora, en las calles de Paysandú en esos rincones en los que se respiran fútbol y nostalgias, su nombre aparece como el de esas leyendas que atraviesan los tiempos.
Son murmullos que se van haciendo mitología entre los que él imitó, de los que lo vieron jugar y los que escucharon que jugó.
«Lucho Collares», fue barrilete de su destino, desde el comienzo, el surgimiento del futbolista con un bagaje de anécdotas, un poco entrenador, un poco filósofo sin acreditación, un poco loco, se instalaba detrás de un mostrador de la cantina de su querido Wanderers como si fuera un vendedor en la playa de Park.
Cuando hablo de él, estoy hablando del mejor de todos los tiempos, el mejor número nueve, centroforward, punta, como lo quieran llamar en el fútbol de antes o en el de ahora, fue una gloria del fútbol de Paysandú.
En la década de los sesenta y de los setenta, años de fútbol, el viejo Parque Artigas y paseó su talento por todo el Litoral, tenía su campamento, su laboratorio donde perfeccionaba lo que nos iba a mostrar en los esperados clásico con Salto a nivel Nacional, en el Cairo Cosio en tiempos de crack, yo que lo conocía de chico para mí o los que tenían más confianza era el «Lucho».
Luis Alfredo «Lucho» Collares, la contracara de su portentosa técnica era su excesiva bohemia, algo de vino, trasnoche, naipe y comidas, pero la hinchada del Paysandú Wanderers y del Uruguay entero, siempre lo idolatraba, era la excepción a la regla, se iba convirtiendo, partido tras partido, en un ídolo irrenunciable.
Con sus gambetas, sus malabares, sus bicicletas y toda una batería de recursos que explotaba gracias a su dominio de ambas piernas, hacían delirar a los fanáticos sanduceros que colmaban el viejo Parque Artigas, en más de una oportunidad, solo para verlo, pasaran los años y su frentazo sacándole unos cuantos centímetros a los rivales no lo vi más nunca y eso que Fox Sport tiene como veinte canales.
Y a los hinchas no se les ocurría criticar al jugador que les brindaba espectáculo, pero los entrenadores y jugadores de otros equipos e incluso sus compañeros sentían admiración, pero había que pararlo de una forma u otra.
Un día me dijo, «che gurí», «Unos cuantos rivales me trataban mal, me recordó, me querían sacar de la cancha, lo que pasa es que a veces se me iba la mano, porque yo los gambeteaba para un lado, y después los volvía a buscar, ahí era cuando se enojaban», esa declaración de principios del «Lucho» Collares era, al mismo tiempo, lo que hacía vibrar a las hinchadas y el Viejo Parque Artigas.
«A la hinchada le gustaba que tirara caños y firuletes, yo los hacía para ellos», ya tenía cerrado su pase al fútbol profesional, pero después de pensarlo un par de días, Collares se negó a alejarse de su familia, después con la insistencia se fue a probar al profesionalismo, tras pasar la prueba en que le había dado la posibilidad de demostrar si tenía calidad para jugar entre los mejores.
Eso sí, la alegría de dar un importante salto cualitativo en su carrera ya no se lo quitaba nadie. ¿Tendrá el suficiente nivel?, claro que lo tenía, pero no podía desprenderse de sus raíces, barrio, bohemia y noche. Bohemio, bromista y genial, iluminó la época siempre con una sonrisa en el rostro.
«El fútbol es muy lindo como para que te amargue la vida, decía, por eso preferí ser jugador, al nivel que sea, pero yo siempre quería jugar», los últimos metros de su carrera los desarrolló como siempre en su querido Wanderers disputando algunos partidos, en varios puestos de defensa, iluminó la época más dorada de la historia del fútbol de Paysandú, y lo hizo siempre con una sonrisa en el rostro.
Tenía una gran virtud que terminó en el día de su muerte no había quien cocinara mejor que él, las comidas clásicas era su fuerte, el asado, el puchero, buseca, guiso de arroz o de fideos, arrollados del que venga y el deshuesado, codiciado por los entendidos en cocina.
La cocina fina no era su fuerte, pero si cocinaba para la cantidad de personas que quisieran y el sabor que le daba era única solo «el Lucho o el Negro», se lo podía dar. Todo un pueblo lloró y lo siguen recordando como el mejor, se fue con una gambeta, arrimando brasas, rellenando algún mantón.

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