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miércoles, 30 de abril de 2025
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Delmira, a 134 años de su nacimiento

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Se cumplió ayer un año más del nacimiento de una de las más grandes poetas uruguayas: Delmira Agustini, nacida en Montevideo el 24 de octubre de 1886. Sin dudas que si de poetas mujeres hablamos, el Uruguay logra un destaque importantísimo con las obras de Delmira, Juana de Ibarbourou, Marosa di Giorgio, Ida Vitale.
Pero fue Delmira quien de alguna manera abrió al camino, y lo hizo en un tiempo -el entorno de la emblemática «Generación del 900»-, difícil para la incursión de la mujer en todo ámbito de la vida pública, también el de la literatura. Desde niña se sintió atraída por el arte y demostró sus notables condiciones. Estudió piano y pintura, además de ser una voraz lectora de poesía.


Fue cuando tenía dieciséis años que empezaron a aparecer textos suyos -poemas y relatos- en periódicos y revistas. Vendría posteriormente el tiempo de publicar libros. Así es que publicó tres libros, los tres de poemas: «El libro blanco» en 1907, «Cantos de la mañana» en 1910 y «Los cálices vacíos» en 1913. Luego de su fallecimiento aparecieron publicados algunos otros, con recopilaciones de estos y el agregado de textos que habían quedado dispersos. Delmira fue asesinada por su ex esposo el 6 de julio de 1914. En Montevideo existe un espacio dedicado a ella -y a todas las víctimas de la violencia de género- ubicado en la calle Andes 1206, donde fue asesinada. Es una obra del artista Martín Sastre y fue inaugurado en 2014, al cumplirse 100 años del femicidio de la poeta. En Salto, desde 1998 se denomina Delmira Agustini una calle de barrio Salto Nuevo (antes denominada «12 metros»), ubicada entre Orestes Lanza y la diagonal Camilo Williams.

AMOR
Yo lo soñé impetuoso, formidable y ardiente;
hablaba el impreciso lenguaje del torrente;
era un mar desbordado de locura y de fuego,
rodando por la vida como un eterno riego.

Luego soñélo triste, como un gran sol poniente
que dobla ante la noche la cabeza de fuego;
después rio, y en su boca tan tierna como un ruego,
sonaba sus cristales el alma de la fuente.
Y hoy sueño que es vibrante y suave y riente y triste,
que todas las tinieblas y todo el iris viste,
que frágil como un ídolo y eterno como Dios,
sobre la vida toda su majestad levanta:
y el beso cae ardiendo a perfumar su planta
en una flor de fuego deshojada por dos.
Delmira Agustini

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