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«Debajo de la tapa», un cuento de Héctor Curbelo Peña

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Héctor Curbelo Peña, salteño, es un conocido recitador gauchesco con cuya disciplina ha recorrido diversos escenarios dentro y fuera de fronteras, y ha cosechado los más importantes galardones. Ahora, a los 77 años de edad, continúa con el recitado pero también con clases de Danzas Folclóricas, que dicta tanto en Casa Quiroga como en escuelas públicas. “Defender nuestras tradiciones, esa tradición que se va perdiendo”, es uno de sus objetivos, sostiene. Pero Curbelo Peña también escribe; hoy esta página comparte con sus lectores un cuento suyo:

DEBAJO DE LA TAPA

Siempre tengo sobre la mesa de luz, un libro – broquel contra desabridos insomnios que suelen atacar inesperadamente. Unas cuantas páginas noche a noche es la dosis que asegura un sueño reparador y profundo. No soy un científico al que le interesa investigar los hechos de la vida; simplemente me gusta leer cuanto libro aparece frente a mí, y así, mezclo un poco de ciencia, física, poesía, novelas de ciencia ficción, con los otros, los que están de moda: por ejemplo, autoayuda, además de los esotéricos; esos que relacionan todas las cosas con la preexistencia y la vida después de la muerte.
Una noche, mientras trataba de poner en orden las cosas y las ideas antes de acostarme, oí, sin alcanzar a determinar de dónde venía, una especie de susurro casi espectral que llamaba por mi nombre. Había en la casa un silencio sepulcral. Estaba solo y no había razón ni posibilidad de que alguien pudiera estar allí; había una habitación donde depositábamos trastos en desuso y está la mayor parte del tiempo cerrada. Una mezcla de curiosidad y temor a la vez, me llevó a abrir la puerta de donde parecía venir la voz y encendí la luz. Podía oírse el silencio. Pensé que solo había sido el producto de mi imaginación. Volví a mi dormitorio sin dar demasiada importancia al hecho. Acababa de meterme en la cama cuando volvió a sonar la voz, más bien como un murmullo traído por el viento.

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¡El sótano! pensé: el lugar donde desde los tiempos de mis tatarabuelos, descansan arcaicos baúles, llenos de libros, vajilla antigua y trajes medievales que guardan quien sabe qué historias escondidas; sin embargo, a esa hora, en el sótano no puede haber nadie; nadie ni nada más que viejos libros y los enormes baúles cubiertos de polvo.
-¿Quién llama? Pregunté a viva voz en medio de aquel ambiente más que sugestivo.
-Aquí… – respondió un rumor casi agónico, luego que se apagara el eco de mi propia voz.
-¿Dónde?… ¿Quién?… Pregunté atemorizado por aquel halo de misterio que imprimía el lugar.
-Aquí… debajo… abre la tapa… ayúdame… – Con gran cautela sacudí el polvo que la cubría y lentamente comencé a levantar la tapa; en un principio no tuve miedo; no soy supersticioso, ni creo en brujas, ni en esas cosas que algunos libros y la gente afirman que existen. Era simplemente un poco de precaución.
-Eso es. Sostén la tapa; no la dejes caer… voy a salir…- dijo alguien desde la penumbra.
-¿Quien eres? Volví a preguntar y me di cuenta que ante tanto misterio me había convertido en un enorme signo de interrogación.
-Soy Víctor. ¿no me recuerdas? Respuesta y demanda de aquella imagen demacrada, casi fantasmal, de una estructura indefinida que por momentos parecía esfumarse y reaparecía como en un ir y venir de otra dimensión.
Recordé a un amigo que era medio poeta, pero hacía mucho estaba muerto y yo no creo en la resurrección.
-Víctor… ah, sí… sí…,¿Qué haces ahí, debajo de esa tapa? Insistí, sin estar seguro de qué Víctor se trataba.
-La tapa… ah si… no dejes que se cierre… – me dijo algo preocupado.
-Bueno, pero ¿Qué haces ahí…?
-Es donde vivo… -A esa altura mi desconcierto era mayor que cualquier otra emoción que pudiera experimentar. Se habían sucedido todas; curiosidad, recelo, ansiedad, desconfianza, duda…
-Pero… tú…, estás muerto…- dije tratando de adivinar si en realidad se trataba de mi amigo.
-¿Muerto? ¡No! Simplemente vivo ahí, debajo de la tapa. Ven conmigo.
-¡No… Espera! ¡No! Alcancé a decir sacudido por una mezcla de espanto y sugestión
-Ven conmigo… ahí están todos…
-¿Todos? ¿Quiénes son todos?
-Shakespeare, lonesco, Aníbal…, Están todos…, – me dijo. – Hernández, García, está Juana, Marosa, Alfonsina, Víctor Hugo…, ¡Vamos! Entra conmigo.
-¡No! No creo que haya lugar para mi… -dije lleno de dudas, y un poco de miedo.
-Creo que si. Siempre hay lugar. Tienes que haber hecho algo que lo merezca, nada mas… – me dijo –
No contesté. No sabía qué decir. No sé cuánto tiempo permanecí allí petrificado, aturdido por la incertidumbre.
-Bueno, -me dijo– si te decides, ahí estamos todos… esperándote. Se esfumó debajo de la tapa.
Yo permanecí un rato en silencio meditando sobre aquella conversación. Después cerré la tapa del libro, pensando que debería escribir algo a lo Shakespeare, Machado, Trujillo, o algo así y escribí esto, que me salió así, que no sé si valga la pena…

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