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jueves, agosto 21, 2025

Tabaré y «la muerte propia»

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Diario EL PUEBLO digital
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Un año completo si de cosas para lamentar se trata. Como siempre hay que buscar lo positivo, seguro que cada uno podrá pensar y acordarse también de algo bueno. Pero es indudable que en un año donde no hubo uruguayo que de alguna forma no se viera afectado por una insólita pandemia, culminarlo -y eso que aún no terminó- con la muerte de uno de los más importantes líderes del país, no es poca cosa. Convengamos que, al menos, no es común. «Porque el corazón no quiere entonar más retiradas», cantaban algunos hace unos días; pero lamentablemente seguimos cantado retiradas…

Lo cierto es que ayer amanecimos con la noticia del fallecimiento de Tabaré Vázquez, ex Presidente. En realidad, del Presidente Tabaré Vázquez. Una vez un politólogo amigo nos explicó que en Uruguay, al «título» de Presidente la persona sigue teniéndolo aún después de haber dejado el cargo.

«Pero si vendrá torcida la cosa», dice otra canción. Fíjese que hace una semana atrás también hablábamos de muerte tras la partida de Diego Armando Maradona. Y titulábamos esta página: «No, la muerte no redime». En este caso, el del Presidente uruguayo, la muerte no debe redimirlo de nada. No es necesario, porque lo malo que en su vida pueda encontrarse -porque lo hubo, como en la de todos-, es inmediatamente eclipsado por algo bueno. ¿Promovió públicamente el consumo de drogas? No, al contrario, las combatió firmemente, incuso al tabaco. ¿Participó explícita y alegremente de la pornografía hasta explotando menores? No, al contrario, veló por los derechos de todos. ¿Fue desperdigando hijos por el mundo a los que luego dio la espalda? No, al contrario, procuró siempre que la familia fuese el sustento de los principales valores de una sociedad. Y no olvidemos agregar -faltaba más- que fue también un pasional del fútbol, aunque su grandeza no se destacó precisamente en un campo de juego sino fuera de él.

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En definitiva, por supuesto que hay cosas, muchas cosas, en las que se puede discrepar con el pensamiento de Tabaré Vázquez. Pero son siempre cuestiones de ideas, justamente de pensamiento. Y es, además, lo natural que suceda con todo político, más cuando se trata de alguien que llegó a lo más alto; anormal sería la situación si toda una sociedad coincidiera siempre y en un cien por ciento con cada cosa que dice o hace.

Pero hay cosas que van más allá de la postura a favor o en contra que se pueda tener sobre lo que fueron sus ideas y acciones políticas. Sobre ello es abundante lo que podría decirse y escribirse, y que de hecho ya se ha hecho y se seguirá haciendo. Quedarán registrados en la mejor historia del Uruguay los avances que este hombre, médico de profesión, logró para los uruguayos, desde un Plan Ceibal hasta tantas otras cosas. Y serán también varias las cuestiones que se apuntarán como aquellas que le quedaron en el debe. No es momento de esas cuestiones.

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Importa más empezar a recordarlo hoy como aquel hombre de brillantes debates -como el que tuvo con Sanguinetti en 1994-, o como el hombre que posteriormente le devolvería la alegría y la ilusión a gran parte de los uruguayos. El que demostraría que en este país la izquierda también puede llegar a gobernar a través de los votos de la gente, sin necesidad de otro camino que el de la libertad y la democracia. Importa recordarlo como un hombre sumamente inteligente, no cualquiera llega a ser dos veces Presidente de un país (solo José Batlle y Ordóñez y Julio María Sanguinetti lo habían logrado) y además morirse en medio de una congoja popular tan grande. Importa destacar quizás, que no precisaba haberlo votado para sentir que cada vez que hablaba, dentro o fuera del país, uno se sentía tranquilo que nos representaba bien. Y por supuesto que acá no hablamos solamente de su corrección para presentarse donde fuese, vestido como debía vestirse y con un lenguaje siempre apropiado -es que no necesitó inventarse un personaje sino que supo cautivar a las masas mostrándose simplemente como una persona-. Hablamos de cosas más profundas, como el saber que nunca defendió las armas, menos las usó para hacerse del poder, nunca se jactó ni se jactaría de utilizar una metralleta. Mientras otros mataban compatriotas cobardemente y a sangre fría, Tabaré Vázquez estudiaba y trabajaba para salvar vidas.

Es que fue un hombre de ciencia, de altos estudios y universidades, ámbitos que suelen verse como lejanos de lo más común de la gente. Sin embargo él supo, como muy pocos saben hacerlo, articular, conjugar y amalgamar al respeto en lo académico con el amor en lo popular. Un mérito más, sin dudas.

Pero inevitablemente viene ahora a nuestro pensamiento un poeta checo, que escribió en lengua alemana: Rainer María Rilke. Hablaba él de «la muerte propia», de la relación entre muerte y autenticidad. «La muerte propia», explicaba, es aquella que se da como «maduración y remate de una vida auténtica», es decir, una muerte acorde a cómo fue esa vida que se termina y que sería, por lo tanto, absolutamente particular e intransferible. Curiosamente, Rilke, que en sus poemas hizo nacer rosas una y otra vez, un día se pinchó con una espina de rosa, lo que le causó un agravamiento de su leucemia, provocándole la muerte. Él mismo eligió las palabras para su epitafio: «Rosa, oh contradicción pura…». Pero no vayamos tan lejos; hablemos de nuestro poeta salteño Víctor Lima, de cuya muerte ayer se cumplieron 51 años. Víctor Lima, dedicó una serie importante de poemas a su amigo sanducero Elías Savchuck, alguien que si bien no escribió poesía, bien podría decirse que tuvo una «muerte de poeta»: amante de cada uno de los elementos de la naturaleza, a Elías se lo llevó un árbol, al caérsele una rama encima: así encontró su «muerte propia». ¿Y el propio Víctor Lima? Por supuesto que también. Porque el poeta que más le cantó al río se dejó llevar por él, arrojándose a sus aguas para dar fin a su vida, para que de una vez por todas la muerte se enamorara de su canto, aquel 6 de diciembre del 69. ¡Vaya si habrán sido «propias» estas muertes! De paso, anoten quienes gustan de curiosidades y coincidencias, que 6 de diciembre es ahora también la fecha de muerte de un Presidente uruguayo. Otro ejemplo de «muerte propia»: Alcides Edgardo Ghiggia, el héroe del 50, a quien sus allegados saludaban cada 16 de julio al cumplirse un año más de la hazaña de Maracaná, parece haber elegido también esa fecha para ser saludado por última vez por un pueblo entero: falleció el 16 de julio de 2015. Y por si fuera poco, la muerte lo encontró mirando fútbol por televisión.

El Presidente Tabaré Vázquez tuvo también su «muerte propia». Quien estudió y trabajó incansablemente para combatir el cáncer (siempre afectado por los casos cercanos en su familia), y quien combatió frontal e incansablemente el tabaquismo por lo perjudicial que resulta a los pulmones, se enfermó de cáncer de pulmón y murió por esa causa.

Permítasenos una reflexión final vinculada a los acontecimientos ocurridos en las horas siguientes a la muerte de un Presidente. Recordamos como si fuera hoy, algunos grupos de estudiantes que el 29 de julio de 1998 salieron a la calle a festejar que había muerto el Presidente Jorge Pacheco Areco. Más aún recordamos, por ser más reciente, cuando el 24 de octubre de 2016 hubo quienes públicamente festejaron la muerte del Presidente Jorge Batlle, hasta jerarcas de nuestra Intendencia que hoy vuelven a ocupar cargos importantes (incluso vinculados a Cultura nada menos). Si con la muerte del Presidente Tabaré Vázquez nadie cae en tal desubicación, grosera, inconcebible y despreciable por cierto, será una muestra de madurez del país. Una madurez que seguramente el propio Tabaré aplaudiría.

Q.E.P.D., Presidente.

Contratapa por Jorge Pignataro

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