Hoy: poemas de Enrique Cesio
Sucede que cuando una persona ha escrito alrededor de 15.000 editoriales para diario, además de artículos para revistas y libros, pero también libros de ensayo periodístico y de historia, es bastante común que, en algún momento de su vida, intente bucear en el mar de la creación literaria. Es decir, que busque decir lo suyo también bajo los efectos de la pura imaginación, que hurgue en lo ficticio, y así surge un cuento, una novela, un poema…Es el caso del recientemente fallecido Enrique Cesio, que además de todo lo que escribió en el campo de la historia y el periodismo (más todo lo que habrá escrito como escribano y profesor), dejó una novela y un par de libros de poemas. Del primero de ellos, “Ese otro”, editado en 2007, extraemos estos poemas:
MELANCOLÍA
Dijeron que era mala la melancolía.
Oí eso sorprendido porque
siempre me había parecido
disfrutar de aquellos días
en que melancólico había vivido.
Porque estar triste es algo sensible,
digno de ser apreciado
entre tanta vana alegría.
Creí también que andar triste
recogía algo del ser nacional.
Empuñe así mi lanza en ristre,
para rebatir a quienes habían maldecido
a mi pobre melancolía.
Me pregunté qué hacer
con la sensación de pisar las hojas
mojadas del otoño;
dónde reubicar
aquellos emergentes retoños
frutos de las lluvias de estación.
Si es malo estar melancólico,
¿cómo abandonar aquella poesía del liceo:
«Il pleure dans mon coeur
comme il pleut sur la ville».
Y aquel río que arrastraba
las duras y flotantes jangadas;
la palidez de los rosados y amarillos
de los atardeceres míos.
Ante tanta duda, comprendí:
si la vida es éxito y dinero,
no hay lugar para la melancolía,
a la hora del atardecer
hay que revisar el monedero;
antes que pisar mojadas hojas,
otro negocio se puede hacer;
¿de qué lluvia tibia en el corazón
habrá que acordarse, si la vida
es un único ventarrón?
De melancolía se puede morir
como aquellos poetas malditos,
pero a ella los vivos deben vencer,
me lo van a repetir.
Los oiré
mientras camino al río,
al atardecer,
pisando las hojas mojadas,
con esa emoción sin igual.
SOLEDAD
Es un nombre soñador,
romántico y melancólico,
que dan algunos padres a sus hijas
con la profunda convicción
de haber hecho buena opción.
No me parece igual a mí,
declarado enemigo de tal palabra
portadora de negro significado.
La soledad es traicionera,
atacante encubierta en la vida
y en los sueños,
mala compañera de luchas,
gritona sin escuchas,
bruja liberada sin dueños,
mujer deambulante sin comida
recogida en las sombras
a la espera de caer sobre la víctima.
Asesina de la esperanza,
aliada de la tristeza,
pareja de la pereza,
amiga de la desconfianza.
Teje nudos con el alma,
encoge los corazones
aplasta y desangra,
asfixia a cualquiera,
desarma al mejor guerrero.
Patrona del mundo
alimentada de guerras
donde cosecha en las trincheras,
amante deleitada del trueno
de bombas y misiles.
Castigo injusto para el niño desnutrido,
para la madre abandonada,
para el hombre sin empleo,
el anciano del hospicio.
Ubicua y permanente,
la soledad es mala,
intrínsecamente perversa.
Solicito por supuesto mis disculpas
a quienes orgullosas así se llaman,
pero yo estoy seguro que ese nombre no daría
a una hija mía.
EL NIÑO
El sol que se me hunde;
la vereda inexistente;
las enaguas de la abuela;
la hoja que se escapa:
¡Ah, memoria traviesa!
El amigo ya enterrado;
la ansiedad del hijo que ha nacido;
las voces de la casa;
el perfume esfumado
del recuerdo perezoso.
Los labios entornados,
la mano temblorosa,
los miedos y los prados,
olores y jardines, zaguanes
de tintas borradas por el tiempo.
Nubes irredentas en aguas reflejadas.
Un viento con memoria vigente
entre plátanos caducos.
Hombres buenos, hombres malos;
las glorias de los días;
las noches del temor;
las risas espontáneas,
el pan, el vino, la oración.
Todo el sigilo del olvido,
solitario queda en la mano pequeña
de este niño, que con su vida,
me ha resucitado.
ARRUGAS
Las arrugas están a la vista,
indiscutibles, existentes,
en dura resistencia
a los engaños que pretendan
esconder su presencia.
Figuran canales, ríos, aguadas,
cadenas montañosas,
grises campos recién arados.
Se siembran a edad temprana,
maduran a través de soles rigurosos,
se cosechan en tiempos desfasados.
Son resultado del rutinario
golpe del martillo,
de la profesión del arte culinario,
de la desnuda espalda del albañil,
de la femenina mano que recoge
tantas naranjas como pueda.
Son consecuencia del fregado
de camisas y el uso de lampazos.
También de la manual posición
del mendigo, y aunque parezca
paradoja, también se ven
en el brazo del que no hace nada.
Antes se mostraban con orgullo
de vidas recorridas y ganadas.
Ahora se convirtieron en obsesión
de no ser mostradas.
Combaten la biología y la química,
una con demostrar sus leyes exactas,
la otra, con su verdad científica,
para poder borrar las arrugas.
Intervienen el mercadeo, la grifa,
presiona el consumismo
aportando a la engañifa
el peso de la reiteración real.
Las arrugas soportan todo,
tienen la paciencia necesaria,
la promesa divina de su victoria,
la certeza de que estarán
cuando llegue el queda poco,
asumidas en su total dignidad.
ELLA
La muerte es una bribona
sonriente y socarrona,
que no tiene impaciencia
porque cree segura la victoria.
Ella a veces toca suavemente
y otras se vuelve brutal agresora.
Si fuera humana tendría
esquizofrenia total.
Ella no discrimina en caso alguno:
le sirven jóvenes y viejos,
mujeres, hombres y hasta fetos.
Ella cultiva la espera
y se muestra trabajadora completa,
nunca hay pausa en su labor.
No tiene preferencias geográficas
le da lo mismo en Asia o África,
América o la Antártida y hasta
está dispuesta al trabajo doble
al mismo tiempo.
Puros y corrompidos,
reyes y plebeyos,
elegidos y electores,
buenos y malos,
para todos tiene su instante.
Omnipresente, puntual, segura,
jamás se la ha visto enmascarada y con guadaña.
Mil atuendos puede ofrecer
convencida de su poder,
ignorante de sus límites,
no quiere enterarse que
fue creada después de la Vida.
Actuará, actuará
pero un día vencida será:
la derrotará el Amor
principio y fin verdadero,
única apuesta certera
único destino común.
DE ESO SE TRATA
De qué se trata, mi amor,
si no de la vida simple.
De qué hablamos, querida,
si no de nuestras mesas y ollas.
Cuando tú y yo, sin fuerzas,
ni ganas, ni tiempo ni impulso,
miremos que las nubes pasan despacio
y los cielos se oscurecen rápido.
De que se trata, señora,
si no de la simple contemplación
del siempre que llega y el nunca
que se va.
Se trata, aquí no más,
de dos vidas apostadas a más vida;
sin otro laurel que el de las sopas;
con el solo grano molido del aceite;
el único mármol del mortero.
De esa vida se trata, mi amor.
Tómala, hoy, sin perder un minuto;
que la urgencia ya llega.
Como de eso se trata, querida,
te ruego no lo digas en alta voz,
no lo proclames en tus ojos,
no lo dejes en mi mano.
Apenas, entrégamelo en tu beso,
el de todos los días de todos los años,
y también, en el beso sin años ni días.