POR: JORGE PIGNATARO
En la edición de ayer domingo, en esta sección reseñábamos la nueva obra del salteño Álvaro Dos Santos: la novela titulada “El expediente”. Hoy compartimos con los lectores un breve fragmento del inicio de cada capítulo, lo que seguramente motivará a su lectura completa.
La novela se divide en cinco capítulos, cada uno lleva el nombre de un día, de lunes a viernes. Ese dato no es menor, ya que connota la atmósfera oficinesca y burocrática que envuelve toda la trama.
“El expediente” espera por sus lectores en la tradicional librería Ariel de nuestra ciudad.

I
Lunes
Cuando Juan despertó el ómnibus que lo traía a Guenoa se desplazaba por la zona periférica de la ciudad. Se percató de ello porque las pequeñas luces del interior del coche se encendieron súbitamente y, por más que afuera la madrugada luciera renegrida, sin luna a la vista y con algunos que otros bancos de niebla, dentro del vehículo la gente comenzó, de pronto, a hilvanar palabras entre dientes y sentirse felices, ya que el largo y agotador viaje llegaba a su fin (…)
II
Martes
El día anterior mientras Magda, a eso de las nueve de la noche, se duchaba en su habitación y Juan estaba solo en la suya preparando el ambiente para recibir a su amante aquel llamó por teléfono a Margarita. Esta, cansada al extremo pues había tenido una jornada muy movida, y, para peor, su jefe Julián andaba con un genio de los mil demonios, apenas percibió el sonido de su teléfono: se hallaba en la cocina, lavando el último plato de la cena y sus chicos ya habían salido rumbo a su cumpleaños (…).
III
Miércoles
Ese atardecer Juan y Magda caminaban distraídamente por la vereda de una calle lateral de Guenoa y lo que más les llamó la atención fue un ancho edificio, plagado de luces en su interior y que en su fachada lucía una inscripción CRISTO ES VIDA: ÚNASE A NOSOTROS. Se trataba de una de esas iglesias evangelistas y, como allá en el findo un hombre de impecable saco y corbata, subido a un estrado les hablaba, gesticulando a cada instante, a unos pocos feligreses sentados frente suyo, Juan y Magda se detuvieron en la entrada misma del sitio y les pareció divertido escuchar al pastor y la arremetida que este haría contra los pecados del mundo (…).
IV
Jueves
Había sido ayer, al salir del bar pequeño, y en un momento de franqueza, mezclado con dolor y rabia, que Juan le dijo a Magda lo que le había sucedido ese día en el Banco: un nuevo fracaso y la sensación de que, si su amante se alejaba, él se sentiría infinitamente solo y desprotegido. Al caminar junto al Central Juan no pudo evitar derramar alguna lágrima y esto sorprendió un tanto a Magda. Ella siempre había pensado que su amante era esa clase de hombres incapaces de llorar o demostrar debilidad emocional frente a una mujer, pero, lo notaba en esos instantes, se equivocaba. Mientras Juan le contaba todas sus penas de los últimos días Magda percibía que la capacidad de engendrar alegría, chistes y bromas de su amante, que había sido uno de los puntales de la relación, daba paso a la queja y, cada vez más en aumento, a las lágrimas: inmediatamente Magda pensó que Juan era, al fin y al cabo, un mero adolescente sin experiencias vitales fuertes y que por un simple y escurridizo expediente todo su interior se derramaba (…).

V
Viernes
Ayer Juan había intentado, luego de su madrugón y el nuevo fracaso ante el Banco, dormir una siesta para reponer energías y tratar de salir, así, de un estado de tensión y estrés que le comenzó a preocupar. Al mediodía almorzó apenas: cuando trataba de cortar un trozo de milanesa esto le parecía tarea de titanes, aunque sí tomó, luego de un postre que no probó, dos tazas de café negro. Mientras saboreaba la bebida hicieron su aparición en el comedor Antonio y las dos mujeres: andaban, al parecer, de excelente buen humor y saludaron a Juan de una manera que solamente personas finas y elegantes podrían hacerlo (…).