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viernes, 9 de mayo de 2025
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ESPACIO VACÍO

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Diario EL PUEBLO digital
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¡Pobre Rafaelito Montrasso! Estaba aburrido de comer mal y de platos mal preparados. Cierto día decidió cambiar sus hábitos de alimentación por algo más saludable, aunque debiera dedicarle más tiempo a la cocina. Poco a poco le fue tomando el gusto a la tarea y a la vez fue aprendiendo más del oficio. Su plato preferido era la cazuela, la hacía con matambre que cortaba en tiras, con papa rosada y poroto manteca, a la que le agregaba dos o tres hojas de repollo picadas en trozos pequeños y lógicamente los demás ingredientes.

Ahora comprendo porque ese lunes no tenía ganas de cocinar. ¿No tenía hambre? No tenía ánimo para nada, aunque le sobrara el tiempo. Sucedió la noche anterior después de la cena con algunos compañeros de trabajo en la inauguración de una barbacoa. En el baño, cuando se enfrentó al espejo comprobó que los años no pasaban, sino que se quedaban definitivamente en su rostro.

Pero lo peor vino después cuando quiso sonreír como para hacerse una inspección, abrió la boca y descubrió que le faltaba su diente de oro. No lo tenía, solo estaba el espacio vacío. ¿Se lo habría tragado en un descuido?  Se las aguantó y  se fue sin decir una palabra.

En su casa comenzó a preocuparse, le surgió un miedo que se transformó en dolor. Inmediatamente después le dolía la cabeza. Caminó agitadamente por el jardín, fue y vino haciendo todo lo posible por aliviarse, intento golpeándose la cabeza con la parte pulposa de la mano, para ver si de esa manera encontraba calmarse, al contrario, más se agudizaba. Miró con interés el tanque rebosante de agua y sin pensarlo hundió su cabeza de un solo zambullón en el agua helada, hizo que todo se volviera más difícil y sin encontrar solución a su problema, con el riesgo de agarrarse un resfriado. Lo cierto es que todo fue en vano.

La situación seguía incambiada, durante la noche del lunes un silbido le nacía de adentro que no lo dejaba dormir, una sensación de sequedad, una molestia como si le costara respirar. Descubrió sobre la madrugada que el dolor iba desapareciendo, se había trasladado ahora a la garganta, que le dolía hasta para tragar saliva.

Seguía pensando con tanta intensidad que no le permitía dormir, repasaba minuciosamente cada lugar y cada momento desde que llegó al asado y hasta que empezó su desgracia frente al espejo, y cuando tomó la primera copa. Allí encontró un vacío, un momento,  había un espacio que no lograba recordar, unos minutos que no podía decir cuántos.

Las horas pasaron y por suerte Rafaelito Montrasso estaba calmado pero se moría de hambre.

Poco a poco se fue convenciendo de que todo pasaría, que sería cuestión de tiempo. Nada es eterno, pensó. Y juró que él sería el anfitrión de la próxima cena.

ALCIDES FLORES

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