Lic. en Psicología Cristina Beltramelli.-La semana pasada planteaba que mi propuesta de Mindfulness era desde el enfoque científicosecular, y que el fundamento del mismo proviene principalmente de la Neurociencia. Hacía referencia a que Mindfulness o atención plena es la conciencia que
surge al prestar atención, de forma voluntaria, a la experiencia presente y sin enjuiciarla…Este tipo de conciencia nos ayuda a disminuir el modo “piloto automático o mente divagante” en la que solemos caer gran parte del día. ¿A qué me refiero? A esa manera de experimentar donde somos presos de todo lo que nos sugiere el pensamiento perdiendo, así, contacto directo con nuestras experiencias. Según investigaciones científicas, el 46,9% de nuestro tiempo despiertos estamos en esa modalidad de mente divagante o errante y por cierto que no es poco tiempo. El cerebro en “estado de reposo” no se encuentra inactivo sino que, cuando no se está realizando un proceso mental intencional o tarea específica, en el cerebro se activa lo que se denomina “red de funcionamiento por defecto o predeterminada”. Esta red está estrechamente relacionada con el “rumiar de la mente” y con la distracción. En el primer caso estamos hablando de revivir experiencias sobre el pasado de manera involuntaria y no intencional y en el segundo caso es la elaboración no intencional de pensamientos sobre el futuro, incluyendo pre-ocupaciones o escenarios catastróficos. Entiéndase que muy diferente y totalmente necesario es crear voluntariamente escenarios sobre el futuro (tener un plan de acción puede ser muy útil) o evocar el pasado en forma intencional (nos puede ayudar a entender decisiones tomadas y redirigirlas si corresponde, o aprender de ellas).
Tanto en la rumiación como en la distracción, nuestra atención “es secuestrada” por pensamientos involuntarios y la falta de atención nos lleva a la desconexión con nuestros pensamientos, emociones y con nuestro cuerpo. De esa manera no podemos captar las múltiples señales que nos envían, coartando la posibilidad de atenderlas y perdiéndonos la oportunidad de contribuir con nuestra salud física y psíquica. Esto quiere decir que en la “vorágine” cotidiana en que vivimos, no logramos darnos “un respiro” y PARAR* para conectar con nuestras necesidades y deseos. Si nos damos cuenta tenemos la opción de regularlos, soltarlos o elegir darles satisfacción. De lo contrario nuestra vida se vuelve “cosas” que no decimos o de las que no nos dimos cuenta, reaccionando en lugar de responder y estando así más propensos a meternos en grandes problemas. Mindfulness es una especie de antídoto a ese modo de hacer de la mente, al focalizar la atención en el momento presente, permite liberarnos de preocupaciones y miedos que no se encuentran en nuestra experiencia inmediata y bajo nuestro control. Si desactivamos el modo “piloto automático” pode-mos dirigir nuestra atención a eventos internos y/o externos que están sucediendo, logrando mayor conciencia de nuestros pensamientos, sentimientos, sensaciones corporales y ambiente que nos rodea. Está demostrado que las prácticas sostenidas de Mindfulness o atención plena impactan en nuestro sistema nervioso
cambiando gradualmente, para bien, la estructura del cere-bro. La neurociencia sostiene que el cerebro tiene la capacidad de cambiar en función de las actividades realizadas cotidiana-mente; se puede generar mayor crecimiento, activación y número de neuronas. Obviamente que si se tiene hábitos dañinos el cerebro irá cambiando también en ese sentido, ya que se adapta a la actividad que más se realiza.
Esa capacidad de cambiar que tiene el cerebro se denomina neuroplasticidad, y si somos lo suficientemente responsables de nuestra vida seguramente trataremos de cultivar conduc-tas que nos posibiliten mayor bienestar y florecimiento huma-no. Las prácticas de atención plena nos permiten crear experiencias que puedan configurar el cerebro en la dirección que se desee, provocando una neuroplasticidad autodirigida. No olvides que con la práctica todos/as lo podemos lograr… ¿Te gustaría intentar?
*Te invito a comenzar a ejercitar el sencillo hábito de PARAR, no tienen que ser 10´ o 20´, tan sólo unos instantes, en distintos momentos a lo largo del día…
PARAR significa dejar de hacer lo que estabas haciendo. ATENDER a lo que te está pasando, ahora mismo, en tu experiencia (sensaciones del cuerpo, pensamientos, emociones).
RESPIRAR de forma consciente, reparando en las sensaciones de inhalación y exhalación, dos o tres veces.
EMPIEZAR de nuevo lo que estabas haciendo, pero más despacio, y notando cómo te has reseteado y has ingresado a tu ventana de tolerancia.