¡Qué linda la paternidad! Un momento lleno de sensibilidad, emociones a flor de piel, besos y abrazos. Las felicitaciones fluyen, la familia y los amigos se hacen más presentes, y hasta aparece gente que, sinceramente, nunca habías registrado en tu vida. Si no vinieran acompañados del clásico “¡Felicitaciones!”, bien podrías detenerlos y preguntarles: ¿Precisás algo?
Es verdad que, durante los primeros días, gracias a esa peregrinación de gente pasando por tu casa y al sueño atrasado que arrastrás, se te va haciendo más fácil olvidar el tiempo que estuviste internado. Incluso, puntualmente, uno comienza a “olvidar” el parto. Pero, para los futuros padres, les advierto: si no tienen la suerte de desmayarse, por más videos que la madre les haya mostrado, por más tutoriales de partos que ustedes mismos hayan buscado flagelarse mirando… nada, absolutamente nada, los prepara para la carnicería que están a punto de presenciar.
Todo viene bien mientras están entre pujo y pujo. Agarrás la mano, hacés masajes, intentás estimular (y después llega la partera y te das cuenta de que tus intentos no sirvieron para nada; sus manos son mágicas, las tuyas, inservibles). Pero el momento de la verdad llega cuando la cabeza del «producto» empieza a asomar. Ahí, de repente, esa sala tranquila donde estaban padre y madre solos se llena de parteras, enfermeras y doctoras. Te convierten en un asistente de utilería improvisado, y te encontrás en primera fila viendo cómo, con una tijera, le hacen un corte a la parturienta para que todo fluya. Y sí, este procedimiento lo consideran “normal” y “habitual”.
Como dije, uno cree que se olvida del parto. Mentira. Te queda grabado para toda la vida. No te lo sacás de la cabeza, pero hacés de cuenta que fue algo insignificante. ¿Por qué? Porque en una especie de perverso sentido de solidaridad, intentás convencer a otros de que el parto es lo más hermoso que les puede pasar. Y así, te convertís conscientemente en un psicópata emocional que busca replicar en los demás los sufrimientos que vos ya superaste.
Y luego, con el paso de los minutos, esperás poder empezar a interactuar con el recién nacido. Pero te aviso que esa interacción inicial no será más que alguna mirada y, tal vez, un apretón de dedo. No esperen grandes gestos de felicidad de su parte. Es completamente lógico: lo sacaron de su zona de confort, ese espacio que conoció durante nueve meses, donde estaba protegido, alimentado de forma continua, calentito, y sin preocupaciones. De repente, lo obligan a pasar por un túnel de 10 centímetros de diámetro, aprender a respirar, alimentarse, escuchar, ver… y todo eso, en menos de 15 minutos. ¿Contento? No creo.
No se asusten. Esta etapa es solo el comienzo. Queda mucho camino por recorrer de la mano del “producto”, muchas vivencias y momentos que compartir. Aunque parezca increíble, en poco tiempo comenzarán a interactuar con él, y esas primeras miradas y gestos se convertirán en recuerdos inolvidables.
Eso sí, me quiero autoconvencer, y convencerlos, de que llegará un momento en la vida en que olvidaremos la «carneada» de la sala de parto. Lo único que quedará será el sonido de su primer llanto y aquel mágico primer encuentro de miradas. ¿No es eso lo que realmente importa?