En pocos días asistiremos a un nuevo debate entre los dos presidenciables de cara a las próximas elecciones en nuestro país. Previo a las elecciones parlamentarias y la llamada primera vuelta presidencial, un mes atrás, ya se debatía sobre el debate.
Al no llegarse a un acuerdo por razones esgrimidas a favor y en contra de ambos conglomerados políticos que impulsan a los hoy dos presidenciables, llegamos a la instancia establecida constitucionalmente.
Me suena que mucho de lo que se ha venido hablando y se habla en la actualidad tiene más de ruidos que de nueces. La modalidad debate instalada en experiencias internacionales tiene mucho de puesta en escena y poco de productivo, asociadas a estrategias de márketing político y no necesariamente centradas en argumentar sobre dos propuestas o programas de gobierno en pugna y que a su vez dejen traslucir los perfiles de los candidatos.
Hemos visto un año atrás y vivenciado directamente por la cercanía dos debates previo a las elecciones presidenciables de Argentina, con un alto grado de agresividad, ataques, reproches, acusaciones y ese término tan mentado y penosamente asociado a la política: el circo. En estas últimas semanas, mas distantes nos llegaron las instancias y repercusiones de los debates en Estados Unidos. Otro caso más donde la intolerancia, el enfrentamiento desmedido, la descalificación del adversario, primaron sobre la argumentación, la defensa de propuestas propias y la pacificación de una democracia sana.
Hay quienes en Uruguay intentan inflar el globo del acto de debate, pero los acuerdos aquí establecidos en llevar adelante el mismo, donde en principio se buscará canalizar el intercambio propositivo y argumentativo, aventuran si una confrontación pero más basada en ideas, en propuestas, en la búsqueda de soluciones, más allá de que evidentemente de un y otro lado se buscará dejar en evidencia incumplimientos, incoherencias, desvíos en el accionar político, etc. En el ejercicio ciudadano modo uruguayo incluso presumo pesaría más negativamente cualquier agravio de un contrincante hacia otro, dañando más a quien lo cometa que al destinatario del ataque. Salvo un esperable puñado de agitadores de redes sociales, la gran masa social, bastante tensionada ya por la sobrecarga de actos eleccionarios, prefieren la concordia ante que la discordia.
Estudios revelan que en Uruguay los debates no tienen una gravitación que lleve a dar vuelta una elección. Sino un elemento más que se encadena a lo que cada ciudadano viene elaborando en su proceso de adhesión y/o definición. En algunos sectores sirve más para reafirmar o cerrar una decisión, no para revertir un convencimiento así sea débil.
Ya hay un debate previo sobre el debate, cuidemos desde nuestros espacios, más allá de lo justo de promover cada uno la simpatía hacia uno u otro candidato, el después. Que seguro se darán varios debates posdebate sobre el debate. Todo se encauza mejor apostando a un buen porvenir, constructivo, a la tolerancia y el respeto.
Fernando Alonso