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Fuenteovejuna y el Covid 19

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Diario EL PUEBLO digital
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-¿Quién mató al Comendador?
-Fuenteovejuna, señor»
-¿Quién es Fuenteovejuna?
-Todo el pueblo, a una.
LOPE DE VEGA

Hace ya más de un año que se instaló entre nosotros la famosa pandemia del Coronavirus, la enfermedad Covid 19 causada por el virus SARS-CoV-2. El Coronavirus es una especie de Monarca, de alto Soberano o Rey que todo parece gobernarlo, dominarlo. Se debe vivir, forzadamente, en función de lo que ordene. Nos hace vivir encerrados, sin fiestas, con mucha gente que no puede siquiera salir a trabajar, por ejemplo, porque ya no hay quien le compre en los lugares donde antes estaba lleno de gente y vendía y era esa su forma de ganarse el sustento diario.

Pensándolo así, a pesar de que iniciamos estas líneas con un fragmento de una obra española de Lope de Vega, bien podríamos haber tomado uno de una tragedia griega (Esquilo, Sófocles, Eurípides). Porque si razonamos un poco, entenderemos que el destino es acatar las medidas que ha traído consigo este Emperador llegado de China, o de lo contrario, más favores le estaremos haciendo, más tributo y culto le estaremos rindiendo: lo haremos crecer como enfermedad que es y entonces seguirá dominándonos por más tiempo y, como si fuera poco, amén del sometimiento estaremos pagando otros precios, y no solo económicos como el caso del vendedor que mencionábamos antes, sino también en pérdida de calidad de vida por deterioro de la salud y hasta en pérdida de vidas.

La obra de Lope de Vega, uno de los escritores fundamentales del Siglo de Oro español, cuenta que la gente de un pueblo llamado Fuenteovejuna vivía sometida al dominio cruel de un Comendador. Hasta que un buen día ese pueblo ya no resiste y se levanta, se subleva ante su tiranía, y una noche de abril de 1476 le dan muerte al tirano. Los reyes envían jueces para investigar lo ocurrido y ante la pregunta: «¿Quién mató al Comendador?», todos contestan: «Fuenteovejuna, señor». «¿Quién es Fuenteovejuna?», se lanza como siguiente pregunta, a la que se responde: «Todo el pueblo, a una». Traído todo esto al día de hoy, el paralelismo es perfecto. Hay un pueblo que por momentos parece que quiere romper todas las cadenas: salir a la calle, abrazar al otro, volver a besar, tirar lejos el tapaboca y el alcohol en gel…Y en otros momentos, asustado, parece replegarse, retroceder, atrincherarse a esperar qué hace el tirano. Pero el simil con las tragedias griegas viene porque se haga lo que se haga, todo conduce a un destino trágico: que el enemigo se fortalezca. Salvo, claro está, salvo que todos, todo el pueblo como Fueteovejuna se una para matarlo de una buena vez. Aunque para ello es evidente que hay que continuar un tiempo más con un gran esfuerzo, personal y colectivo. Ese esfuerzo es el de seguir cumpliendo estrictamente con todas las medidas y sugerencias que indican quienes más saben del tema.

Hay un problema y es un problema grande: el pueblo no está unido para el combate, aunque el enemigo sea uno solo. Mientras unos se cuidan, otros parece que hicieran todo lo posible por no cuidarse. Mientras unos hace meses que no salen de sus casas, otros hasta organizan bailes. ¿Será porque no le tienen miedo o porque directamente no ven al enemigo? En una reflexión publicada por EL PUEBLO anteayer, el Dr. Néstor Campos Pierri se inclinaba por pensar que la invisibilidad de quien pelea con nosotros es lo trágico: «La gente se adapta en forma progresiva pero generalmente porque ve al enemigo, ve el orificio de la bala o el estruendo del cañón, entonces como se ve al enemigo se respeta más… Acá parece que no te va a pasar, sino que le va a pasar siempre a otro», decía.

Es que los uruguayos solemos ser desobedientes casi que por naturaleza. Fíjese que la revolución cubana había triunfado en 1959 y en agosto de 1961 Ernesto «Che Guevara», uno de sus principales hacedores, llega al Uruguay y en un discurso en el Paraninfo de la Universidad sugiere «no levantarse en armas», argumentando que Uruguay no estaba preparado para eso ya que tenía «una democracia diferente». Pues bien, ¿qué es lo que pasa en nuestro país después, casi enseguida? Que se levantan en armas algunos grupos inspirados en aquella revolución. ¿Desobedientes nosotros?

Pero volvamos al enemigo-pandemia. Hasta puede aceptarse que alguien no quiera vacunarse, tendrá sus argumentos y de hecho no es obligatorio; dicho esto más allá de que somos defensores de la vacunación como lo hemos expresados reiteradas veces en anteriores ediciones. Lo que no se puede aceptar es que se haga lo que explícitamente se solicita que no debe hacerse porque más que demostrado está que perjudica.

Tiene toda la razón la Directora de este diario cuando en la edición de ayer domingo sostiene que «Lo que sí es inconcebible y allí deben actuar las autoridades competentes, es los que transgreden lo prohibido y le buscan la vuelta para hacer reuniones fuera de lo establecido, fiestas clandestinas o reuniones disfrazadas. Acá el primer responsable es el arrendatario, llámese salón, chacra, hotel, no menos importante el que contrata, pero si nadie alquilase fuera de las normas establecidas, los planes se frustrarían, por último los que concurren a dichas fiestas y no estamos hablando de jóvenes adolescentes, estamos hablando de hombres y mujeres de veinte y pico de años, treinta y más. El ingenio humano es inmenso, ante la organización de ciertas fiestas, se les busca la vuelta, con el consentimiento del arrendatario, mientras otros salones reciben inspecciones de las autoridades sanitarias, no una vez, sino hasta tres veces en el trascurso de la misma, aquellos que trasgreden, buscan lugares muy alejados, donde los controles no llegan, dando veracidad a aquel estribillo de una vieja canción que dice, «siga el baile, siga el baile», para algunos, otros eligen cumplir».

En definitiva, uno a veces no sabe si se trata de ignorancia, dejadez, falta de empatía…o qué. A propósito de esto último, un artículo sumamente interesante que circuló estos días se titula «Cero empatía» y comenta: «La marcha llevada a cabo contra viento y marea el pasado lunes 8 por el centro de Montevideo, además de un radicalismo pueril, denota una absoluta falta de empatía con los uruguayos más vulnerables, a los cuales se los coloca en riesgo de enfermedad y de quedar desempleados». Estamos de acuerdo.

Lo que no creemos es que sea inocencia. Porque, ante el avasallamiento de información, hasta un niño en edad escolar, y antes aún, sabe perfectamente lo que debe y lo que no debe hacer para cuidarse de este enemigo. Se trata, habrá que concluir, de una cuestión puramente de conciencia. Dígalo cantando con Alí Primera: «La inocencia no mata al pueblo…Pero tampoco lo salva…Lo salvará su conciencia…Y en eso me apuesto el alma».

¿Estaremos muy lejos de ser Fuenteovejuna y dar muerte todos juntos al tirano de una vez por todas? Ya va más de un año y no hemos podido. Pero quizás, solo hemos ganado alguna batalla y perdido otras varias. Lo importante es que la guerra no ha terminado. En el camino estamos…

Contratapa por Jorge Pignataro

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