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lunes, 12 de mayo de 2025
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Un relato de Inés Bortagaray

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Diario EL PUEBLO digital
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El pasado lunes, El Pueblo informó que Inés Bortagaray (Salto, 1975) es coautora del guion de la película chilena “El lugar de la otra”, la cual está nominada nada menos que al Oscar. Recibimos innumerables comentarios: algunos felicitaban a Inés por este logro, mientras otros pedían al responsable de esta página conocer textos de su autoría. Por eso, sugerimos buscar sus libros: Ahora tendré que matarte (2001), Prontos, listos, ya (2006) y Cuántas aventuras nos aguardan (2018).

Hace varios años, esta página incluyó el siguiente fragmento, que permite al menos un acercamiento a su estilo narrativo:


De: Cuántas aventuras nos aguardan

“…En todas las playas del mundo hay un hombre panzón mirando el horizonte. Un filósofo que otea la línea que separa nuestra vista del abismo obsoleto. Las piernas ligeramente abiertas y los pies en actitud de: aquí me planto yo, señores, con estos pies tan míos, que tanto lo soportan todo y miran hacia fuera porque reflejan mi mirada positiva y confiada en esta vida.

Soy todo oídos; espero de la vida lo que quiera darme y aceptaré, como un hombre de bien, tanto los momentos dichosos como las tragedias. En ocasiones, también soy confiable. Un ejemplo: con mi familia sanguínea soy confiable. Con mis cuñados y mi familia política, también… mientras no me molesten. Porque yo soy franco y voy de frente, pero hay cada espécimen en esa familia que… ¡mejor ni saber! No, no querés saber.

Vengan, olas, vengan a mí, y verán de mí lo que es bueno.

En todas las playas hay también una señora en actitud de lagarteo, entregada al mutismo absoluto. Un brazo abierto, el otro también, el abdomen como una ofrenda al sol, y las piernas derrumbadas sobre la arena. Uno piensa en un pollo asándose en una parrilla, con brasas crepitando en el subsuelo. Pero la señora respira: no está muerta. Su piel gruesa, como cuero o la escamosa de los reptiles, brilla por efecto del aceite o de alguna pomada con tintura color zanahoria.

A veces masca un chicle. A veces se incorpora y se cubre los ojos con la mano, a modo de visera, para vigilar el sol o las olas, o simplemente para sentirse parte del mundo y de la ciudad, que sigue su marcha unos metros más allá, como si no hubiera sol, ni sal, ni arena, ni ocio. Solo el trajín del mundo absorto en sus propios suspiros, miserias, peleas, y sinsentidos. La playa transcurre en un escenario completamente distinto del citadino.

Todos somos desvergonzados en nuestra flagrante desnudez, en nuestra exagerada exposición al sol, las algas y la espuma del mar.

Los niños cavan pozos en la arena. Los más pequeños corren con pasitos cortos, el pecho precediendo sus pasos, y las piernas avanzando de forma errática mientras levantan arena por todas partes. Los niños juegan en la orilla, corriendo tanto cuando llega la ola como cuando se retira. Los de un año y medio están cubiertos de arena, con trazos de protector solar en la piel, y sus dedos rechonchos parecen pequeñas empanadas.

El hombre que no pesca, igual dedica su tiempo a la pesca. Todo está listo para la ocasión: el tachito con la carnada, los anzuelos, las tanzas, el reel, el gorro, las chinelas, la silla plegable. La familia dice: «Papá está pescando». Y papá pesca, sin pescar. No importa que no pesque; igual pesca.

No hay muchas actividades como la pesca, donde lo importante es el intento, no el resultado. ¿Acaso uno dice que hace gimnasia si no hace gimnasia? ¿O que toma café sin tomarlo? ¿Se lee sin leer? No. Sin embargo, se pesca sin pescar. La pesca no se define por el éxito, sino por la acción, por el acto de fe. Quizás se parezca a la escritura.”


Me pregunté si aquello era una peluca. El pelo siempre igual: el cerquillo aniñado, la melena carré abierta. El cutis pálido, resaltando una aureola carmesí ciertamente enferma, pero también seductora, alrededor de los ojos. Dientes pequeños y amarillos. La expresión de su boca reflejaba puro sentido común.

Las manos fuertes, las manos fuertes de Margaret, recorrían y apretaban los nudos del dolor aniquilante. Me decía:
—Mijita, ¿qué voy a salir yo el Día de la Nostalgia? Si a mí, uno, no me gusta bailar; dos, no me gustan las aglomeraciones; tres, no me gusta salir a cenar y pagar caro por algo que yo puedo cocinar mejor. Porque lo que soy yo, me doy maña y soy más bien asquerosienta para la comida. Sé cómo lavamos la verdura en casa. Cómo se lava la lechuga, cómo se lava la acelga.

Por eso ni loca me como una pascualina de bar. ¡¿Qué sé yo cómo lavaron esas hojas?! Una vez encontré un gusano en la lechuga. ¡Ay, qué asco, por Dios! No me gusta que me asalten. Así que esta noche, tranqui en casa con Freddy, hacemos una picadita, y le dije que si quiere le hago un striptease. Porque a mí me gusta ponerle onda a la vida, ¿viste?

En ese momento, entra una paciente. Saluda desde el umbral, mientras Sara, la otra masajista, tiende las sábanas sobre la segunda camilla de la pieza. Veo las manchas de humedad en el cielorraso y el borde del pomo de un ungüento para la circulación. La paciente advierte que no se depiló.
—Mirá que soy un mono —dice.

Sara emite una risita triste. Imagino sus manos abriéndose paso por la selva húmeda de vello y casi resignándose. Margaret interviene, levantando la voz:
—Hay culturas donde los vellos son cosa de todos los días.

—Sí, se decía que las europeas no se depilaban mucho —responde la paciente, mientras (intuyo) se desnuda. Su voz es arrítmica y oscilante, como la de quien habla mientras se desata los cordones o se baja los pantalones.

—En mi clase de aeróbica hay una muchacha que… si la vieras… Alza los brazos y tiene los vellos así de largos. ¡Nueve centímetros, fácil! Yo digo que es para hacerse notar. Lo que soy yo, no puedo parar de mirarla. Me quedo hipnotizada, porque eso de los vellos… viste, es como que te atrapa, es algo que no podés creer. No sé si será europea, pero se le pegó la costumbre. Bueno, yo tan mal como esa gurisa no estoy, Sara.

Cuando me voy, me cruzo con María Marta, la señora que siempre viene los viernes a las diez de la mañana. Me saluda amablemente y empieza a desnudarse. Veo su panza blanca, con venas que la recorren como un mapa náutico, y sus rodillas rollizas. Mientras se quita la ropa, le dice a Margaret que hoy le va a comprar esmalte a su nuera, que se hace unos diseños “loquísimos” (dice esa palabra) en las uñas.

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