La Inteligencia Emocional (IE), es la capacidad de percibir, comprender y gestionar nuestras emociones y las de los demás. Para entender este concepto es necesario tener en cuenta algunos términos como autoconciencia, que implica reconocer los propios estados de ánimo, nuestras propias emociones y advertir cómo nos afectan. Otra idea a tener presente es la autorregulación, que comprende conocer cómo gestiono mis emociones, abarca nuestra capacidad de fijarnos metas y marchar hacia ellas. Tener empatía, que requiere la capacidad de ponerme en el lugar del otro, comprendiendo sus sentimientos y emociones. Por último, incorporar la habilidad social, analizar cómo administro mis relaciones, incorpora una manera de desenvolverse dentro del grupo con asertividad. Cuanto más aprendamos a manejar estos aspectos, mejoraremos nosotros como personas y nuestro desarrollo social.

Daniel Goleman afirma que existen otras habilidades más importantes que el coeficiente intelectual a la hora de alcanzar un mayor bienestar laboral, personal, académico y social, el coeficiente emocional.
Según Salovey y Mayer, la inteligencia emocional incluye la habilidad para regular las emociones, para promover crecimiento emocional e intelectual.
La pandemia de Covid-19 nos sorprendió, de pronto se acabaron los abrazos, las conversaciones cara a cara, ahora debemos sonreír bajo una mascarilla. Con este cambio de las reglas del juego, es más difícil expresar las emociones, teniendo que ser muchas veces a través de una pantalla. Durante las primeras semanas nuestras emociones pasaron confinadas, en situación de encierro, incertidumbre, con miedo a la enfermedad y a lo que vendrá. Se presentan sentimientos de tristeza, depresión, ira, hostilidad y ansiedad. Pero también desarrollamos nuestra capacidad protectora de la inteligencia emocional, ante la percepción de amenaza por la Covid-19. Recurrimos a un sinfín de recursos emocionales para adaptarnos a la nueva situación.
La educación no es ajena a esta realidad. Sin perder de vista la importancia de otros ámbitos de aprendizaje, es necesario conocer y compartir las vivencias del alumnado en este momento tan particular. Estar atentos a sus emociones y sentimientos tanto positivos como negativos, así como conocer las estrategias que han desarrollado para afrontar los acontecimientos de los últimos meses. Observar el nivel de impacto en su situación de bienestar actual, muchos han tenido la enfermedad, o la han padecido sus familiares, o amigos. Todos estos insumos, permitirán llevar a cabo una intervención educativa ajustada a cada una de las realidades en la que se encuentran. Tal vez, hayamos aprendido que es necesario implementar de manera transversal la Educación Emocional en el Proyecto Educativo. También es necesario atender al plantel docente que se ha visto exigido con este cambio disruptivo de educar, de forma de prevenir el burn out. En cuanto al alumnado, creo importante implementar las «competencias para la vida y el bienestar», las mismas implican lograr que el alumnado desarrolle habilidades, actitudes y valores para organizar su vida de forma sana y equilibrada. Algunas líneas de acción para conseguirlo son fijar objetivos, guiar la toma de decisiones responsables para conseguirlos, alentar a que busquen apoyos y recursos disponibles, de forma que logren experiencias positivas para la vida. Se torna importante que los contenidos a trabajar, sean seleccionados en función de los problemas y necesidades que se vayan detectando en las aulas. Además que dichos contenidos estén sujetos a las modificaciones que se consideren oportunas y necesarias, de acuerdo a los
acontecimientos.
Controlar las emociones es importante para toda persona en su día a día; y es que gestionar las emociones, tanto negativas como positivas, nos permite ayudarnos y apoyar a otros en la toma de decisiones y etapas de cambio. En pandemia hemos aprendido que cualquier cambio ha de ser visto desde la oportunidad, como un reto personal para poner a prueba nuestras fortalezas.