¿Se acuerdan de las canchas de paddle? Ese modismo noventero donde cierto clan social se encerraba en algo parecido a una cancha de tenis, pero con muros. El juego, una versión del tenis con reglas de frontón, fue el furor. Aunque ahora muchas de esas canchas han caído en el olvido: algunas son tristes tendederos de ropa, otras dieron paso a canchas de fútbol 5 y, quién sabe, alguna terminó siendo usada para… ¿clases de bachata?
Pero todo en la vida es cíclico. Cuando el paddle murió, surgieron los cybercafés. ¿Se acuerdan? Había uno por cuadra: en locales específicos, en garajes, en esquinas y hasta en supermercados. Era imposible no tener un vecino que montara un cyber improvisado. Sin embargo, esas épocas también pasaron, y los cyber, como las canchas de paddle, quedaron sepultados en el olvido.
Y ahora, en este eterno renacer de modas, nos enfrentamos a un nuevo monstruo. Uno que avanza como una plaga: las clases de zumba, pilates y bachata. Estamos justo a tiempo de reflexionar como sociedad, de poner un pie en el freno y decidir si queremos ir por este camino… o tomar otro que no incluya contorsiones sobre pelotas gigantes y ritmos caribeños.
Arranquemos con pilates. ¿Alguien sabe realmente si es una rutina de gimnasia o un deporte extremo? Porque solo de ver esa pelota gigante ya da miedo. Subirse a ella es como un episodio de Los Juegos del Hambre, pero con abdominales: equilibrarte, adoptar la forma de la bola, estirarte y no morir aplastado ni desgarrado en el intento. El pilates no es ejercicio; es una prueba de supervivencia.
La zumba, por su parte, es como poner música en tu casa y empezar a saltar sin control, pero con un instructor al frente que grita como si estuvieras en un desfile de carnaval. Eso sí, el uniforme es clave: ropa fosforescente y ajustada, de esos colores que te ven desde un satélite.
El problema es que la gente cree que ponerse ropa deportiva y ajustada ya es medio camino al gimnasio. Pero estimados y estimadas, por más que intenten convencerlos, las licras no queman calorías, pero sí dignidad.
Y llegamos a la bachata, ese ritmo que intenta convencernos de que Uruguay puede ser un país caribeño. Es probable que esta fiebre haya surgido por la llegada de comunidades caribeñas al país, quienes compiten silenciosamente con los orientales por la supremacía cultural. Pero, ¿la bachata en Uruguay? Eso es como intentar bailar candombe en Alaska.
Entre movimientos exageradamente sensuales y letras desgarradoramente cursis, la bachata se ha convertido en una tortura melódica. Y sí, entiendo que el ritmo tenga su encanto, pero vamos… para los uruguayos promedio, eso es como pretender que todos sabemos bailar tango porque somos rioplatenses.
Pero no todo es malo. Lo bueno de ir al gimnasio es el momento glorioso en que volvés a casa, abrís la heladera, agarrás una cerveza helada y te tirás al sillón. Porque, no importa lo que diga tu entrenador, la hidratación y el descanso entre rutina y rutina son lo mejor que le podés dar a tu cuerpo.
Así que, mientras los ciclos de moda sigan girando, solo queda esperar a que llegue el próximo: ¿clases de paddle rítmico? ¿Cyber-pilates? ¿O simplemente un revival de las canchas de paddle, esta vez con luces LED y música de bachata? Lo que sea, seguro será tan absurdo como divertido.