En artículo anterior veíamos como el pago del trabajo político con puestos de carrera en la administración pública producía resultados nefastos. Esto nos lleva de la mano a un tema más amplio que es el del dinero en la política.
La política o sea la administración del poder en una sociedad es necesariamente realizado por personas, ya sea desde el que ejerce directamente el gobierno hasta el que reparte volantes o pega carteles o visita a los posibles electores, pasando por el que hace la publicidad, el que analiza el estado de la opinión pública, etc. etc.
Amateurismo y
profesionalismo
Es cierto que parte de ese trabajo se puede hacer en forma amateur por mano de obra benévola, o sea no remunerada, pero eso siempre es algo parcial, y cada vez es menor la cantidad de personas que dedican parte de su tiempo a esas tareas gratuitas. Incluso hay una gran cantidad de tareas de índole especializada como las campañas publicitarias, la organización de los actos, el poder movilizar una gran masa de personas para un acto (por ejemplo con transporte gratuito y pago de jornales), contar con una flota numerosa de automóviles para conducir los votantes a los circuitos de votación, preparar los discursos según el auditorio, las encuestas de opinión, los estudios de los gustos y deseos de la población, las motivaciones profundas del comportamiento político de la gente. Eso todo debe ser realizado por profesionales y consecuentemente, todo eso hay que pagarlo. También hay que pagar alquileres de locales, al personal que allí trabaja, la publicidad en TV, radios, diarios, cartelería y a quienes atienden las múltiples redes sociales (Twiter, Facebook, Instagram, etc.). Un candidato puede tener las mejores soluciones pero si no tiene dinero para hacerse conocer y trasmitir su mensaje, es imposible siquiera que la ciudadanía lo conozca y más aún que lo vote. La tarea política se ha ido profesionalizando y para todo eso se necesita dinero. En política como en múltiples actividades el dinero hace la diferencia.
El valor de un minuto
Si bien la actividad política se desarrolla en forma permanente y ello requiere dinero, el gasto mayor son las campañas electorales que es donde se decide quien accede al poder. Si una campaña electoral es costosa, en el caso uruguayo eso se multiplica, ya que cada cinco años el ciclo electoral comprende cuatro campañas en un solo año: Internas, Nacionales, Balotaje y Departamentales. Amén de los plebiscitos y referéndums que son otras tantas campañas.

Por cada voto válido el Estado aporta en una Elección nacional 87 Unidades Indexadas, o sea menos de $500.- (UI hoy a $5,4246 x 87 = $472.-). De esa cantidad un 20% es para los candidatos a Presidente, otro 40% para los candidatos al Senado y el restante 40% para los candidatos a diputados. En el Balotaje aporta 10 UI ($ 54). En las Departamentales 13 UI ($71), siendo 60% para los candidatos a Intendente y 40% para los candidatos a ediles. En la Internas 13 UI. Son cantidades que a ojos vista resultan insuficientes para cubrir los gastos. Pero para tener una idea más clara de esa insuficiencia, cabe tener en cuenta que sólo el precio de un minuto de publicidad, en la televisión abierta de Montevideo, está entre mil y dos mil dólares, variando su monto en función del horario, de la cantidad de minutos comprados y de la simpatía o antipatía política del dueño del canal con el candidato o el partido que fuere. Con un dólar a $40.- 1 minuto de TV a U$S 1.500.- (promedio) equivale a $60.000.-. Como el candidato a Presidente recibe por cada voto $94.- (20% de 472), necesita que 638 personas lo voten para pagar un solo minuto de TV (60.000 / 94). Y son muchos los minutos de TV que se emplean en una campaña electoral.
Retribución al aportante
La insuficiencia del dinero que aporta el Estado, hace que los políticos deban recurrir a otras fuentes. En el caso de candidatos que ya ocupan cargos públicos puede ser el excedente no consumido de sus sueldos o aportes de los afiliados. Pero esos, en general, no son importes significativos para los gastos que hay en una campaña política. Pueden también ser particulares o empresas que donan. Pero esto compromete al candidato, porque queda obligado a retribuir. Caso contrario no tendrá donaciones en una próxima elección.
El dinero puede provenir de un préstamo. Y en este caso como es una operación de alto riesgo, ya que el resultado de toda elección es incierto y no hay una garantía, como cuando se compra una casa a crédito con hipoteca, el costo de ese dinero será superior a una operación normal. Y ya sea retribución por una “donación” o pago por un préstamo, en ambos tendrá que hacerse ––y este es el punto importante- en forma ilegal, mediante los bienes públicos, ya sea amañando una licitación o concediendo un crédito a una firma insolvente o contratando supuestos servicios que no se brindan o pagando sobreprecios en una obra pública. U otros medios, como la del famoso expediente 8000, hace unos años en Colombia, donde un grupo de narcos habría financiado la elección de un Presidente, para que una vez en el cargo los amnistiara de sus delitos; y de ese modo poder disfrutar en libertad la inmensa fortuna que habían acumulado con el negocio de la droga ilícita. Lo cual deja también a la vista como la droga entra a dominar en la política, dada las inmensas sumas de dinero que maneja.
El robo para la Corona
y para sí mismo
En la medida que el dinero entra a dominar en la política, la democracia va derivando paulatinamente en una plutocracia. Los ricos se adueñan de la política y por tanto de la sociedad toda. La política en vez de estar al servicio del bien común de una sociedad, se transforma en una forma más y muy importante para enriquecer a unos pocos y seguir manteniendo en el atraso y en la miseria a la gran masa del pueblo.
Lo que inicialmente es “el robo para la Corona”, o sea para financiar la política, al hacerse necesariamente en forma oculta, conlleva la tentación de robar para sí, o sea para el patrimonio personal del político y sus amigos compinches. Situaciones harto vistas reiteradamente en muchos países.
El dinero mal usado en política puede servir tanto para enriquecerse, como para conseguir el voto del que carece de medios de vida.
La opacidad destruye
la democracia
Pero aun cuando los manejos turbios no existieran, la falta de publicidad y de controles sobre el dinero, como sucede en Uruguay, lleva a que la opinión ciudadana sospeche que eso esté sucediendo, lo cual va creando un descrédito para el sistema político en su conjunto. Y algo más grave aún, esa sospecha abre el camino para que aquellos enemigos de la democracia –usando la bandera de una supuesta ”anticorrupción”- traten de derrumbarla e imponer un régimen autoritario, donde se pierden las libertades y se abre un ancho camino para corrupciones mayores, porque ya no habrá publicidad ni controles sobre los dineros públicos. Algo de lo cual ya tenemos experiencia los uruguayos en un pasado no muy lejano.
Necesidad de topes,
controles y sanciones
Por tanto, para la buena política –y la vigencia plena de un sistema político democrático donde el elector tenga realmente libertad- es necesario regular el empleo del dinero en la política. Poner un límite al mismo, porque quien dispone de abundante dinero está en ventaja muy grande, frente a quien no lo tiene en igual cantidad; y se puede distorsionar totalmente el resultado de una elección. También es necesario establecer controles estrictos, ya que su falta posibilita el empleo de medios para engañar a la gente. Las consecuencias del engaño se verán cuando ya es tarde para repararlo. Siendo aquí la publicidad el primer control, a manos de una opinión pública informada. Y son también necesarias sanciones duras para los infractores, incluyendo destituciones e inhabilitaciones para ocupar cargos públicos, devolución de dineros, reparación de daños, multas y cárcel.
La regulación del dinero en la política se ha vuelto un tema de sobrevivencia para las democracias contemporáneas, en tanto pretendan ser sistemas donde reine la libertad política y particularmente la del elector, cuyo voto decide quien gobierna.
Es muy peligroso y artero este “caballero don Dinero”, como lo calificaba don Francisco de Quevedo y Villegas, hace cerca de 5 siglos.
Carlos Texeira Varesi