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jueves, febrero 13, 2025
Columnas De Opinión
Lisandro Prieto Femenía
Lisandro Prieto Femeníahttps://www.lisandroprieto.blogspot.com
Filósofo. Docente. Escritor. Actualmente, Secretario de la Escuela de Formación para la Gestión Educativa (cargo docente part-time), Subsecretaria de Planeamiento Educativo, Ministerio de Educación de la provincia de San Juan. Fui referente jurisdiccional de Políticas Socioeducativas del Ministerio de Educación de San Juan (2014-2016). Participo como columnista en medios de comunicación de habla hispana en el ámbito local, regional, nacional e internacional.

Pensando en el auge del nihilismo

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El nihilismo representa un estado intermedio.
Lo que ha sido derrumbado todavía es más grande de lo que se ha construido.
Pero es el signo de una fuerza aumentada del espíritu.

Nietzsche, Voluntad de poder (§22)1901/2014, p. 18.

Está claro que vivimos en una época en la que las certezas se han desmoronado, las instituciones pierden legitimidad y credibilidad, la verdad es relativizada al extremo y la búsqueda de sentido se vuelve cada vez más una tarea individual, personal e incierta. En este contexto, es importante recordar la advertencia de Friedrich Nietzsche sobre «la muerte de Dios» en su obra «La Gaya Ciencia» (1882), la cual resuena con una fuerza cada vez más potente: no se trata de un mero deseo ateo, sino de la constatación de un colapso estructural en los valores absolutos que sustentaban la civilización occidental. La tradición judeocristiana, la metafísica y la moral tradicional habían sido los pilares que le daban cohesión al mundo y, con su derrumbe, la humanidad se enfrenta a un abismo de caos, violencia justificada e incertidumbre.

Recordemos que, para Nietzsche, la muerte de Dios deja a la humanidad sin un horizonte claro, sumido en lo que él denomina nihilismo, a saber, la experiencia de que todos los valores supremos se han desvanecido, dejando tras de sí un vacío que amenaza con devorarlo todo. La pérdida de la noción de una verdad única y trascendental nos enfrenta a la necesidad de crear nuevos valores o sucumbir al nihilismo pasivo, aquel en el que la desesperanza y la falta de empatía conducen a la inacción y al conformismo que nos vienen inoculando hace más de un siglo.

¿No habéis oído hablar de aquel hombre loco que en plena mañana encendió una linterna y corrió al mercado gritando sin cesar: “¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios!” — Como allí se encontraban precisamente muchos de los que no creían en Dios, provocó grandes carcajadas. “¿Acaso se ha perdido?”, decía uno. “¿Se ha extraviado como un niño?”, preguntaba otro. “¿O bien se ha escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se ha embarcado? ¿Ha emigrado?” — Así gritaban y reían en confusión. El hombre loco saltó en medio de ellos y los traspasó con su mirada: “¿Dónde está Dios? ¡Os lo voy a decir! ¡Lo hemos matado — vosotros y yo! ¡Todos nosotros somos sus asesinos!”.

Nietzsche, F. (1882/2011). La Gaya Ciencia. Madrid: Ediciones Akal.

El problema se pone aún más picante en la modernidad tardía, o postmodernidad, donde el hiperconsumismo, la fragmentación intencionada de la identidad y la sobreexposición a la información falsa han reemplazado las estructuras tradicionales de significado. Este mundo, querido lector, es el mismo en el que vivimos usted y yo, y por más que se muestre súper interconectado tecnológicamente, se encuentra espiritualmente atomizado, atravesado por una crisis de sentido que se vuelve cada vez más aguda.

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En este sentido, Slavoj Žižek, en su análisis del capitalismo tardío y la ideología contemporánea, señala cómo la ilusión de libertad y elección en el mercado global oculta un profundo vacío existencial que, por lo menos a mí, me mete demasiado miedo. En su obra titulada «El sublime objeto de la ideología» (1989), Žižek sostuvo que el sistema actual genera una especie de cinismo generalizado: somos conscientes de las ficciones que sostienen este mundo, pero seguimos actuando como si fueran reales. Así, el nihilismo no sólo se manifiesta en la degradación de los valores trascendentes tradicionales, sino en la ironía y la indiferencia con la que nos enfrentamos a esa pérdida.

La ideología de la sociedad actual no es la que dice ‘cree’, sino la que te permite no creer, pero seguir actuando como si lo hicieras.

Žižek, Bienvenidos al desierto de lo real, 2002, p. 12.

Ante semejante crisis, es preciso que nos preguntemos: ¿cómo enfrentamos el nihilismo en un mundo hiperconectado pero espiritualmente vaciado? ¿Es posible encontrar un sentido auténtico a la existencia sin recurrir a las viejas estructuras absolutas? Pues bien, Nietzsche proponía el ideal del superhombre (Übermensch), es decir, aquel que tiene la capacidad de crear nuevos valores y trascender el nihilismo. Žižek, en cambio, ve en la confrontación con la ideología dominante y en la radicalidad del pensamiento crítico una posible vía para evitar la completa disolución de sentido. Estimados Friedrich y Slavoj, lamento informarles que al día de la fecha, ni una cosa ni la otra, a pesar de haberse dado algunos destellos, no han siquiera rascado la costra de la mediocridad dominante.

¡Ay, viene el tiempo en que el hombre no dará ya a luz ninguna estrella! ¡Ay, viene el tiempo del hombre más despreciable, el que ya no sabe despreciarse a sí mismo!

Nietzsche, Así habló Zaratustra (Prólogo, §5) 1883/2016, p. 10.

Ahora bien, estoy seguro que usted se estará preguntando: ¿pero qué es eso del nihilismo? Para responder a esa inquietud, es preciso retomar la lectura de Nietzsche, el cual distinguía entre dos formas de nihilismo, el pasivo y el activo. El primero, se caracteriza por la resignación, la apatía y el desencanto; es la respuesta de quienes, ante la pérdida de los valores tradicionales, se sumergen en el vacío sin intentar superarlo por estar sumidos en un derrotismo melancólico de un mundo que no volverá a ser lo que supo ser. En nuestra sociedad actual, saturada de información falsa rentada por grupos de poder y estímulos superficiales, muchos caen en este nihilismo pasivo, refugiándose en el cinismo, la indiferencia o el entretenimiento vacío como formas de evasión del pensar.

Por otro lado, el nihilismo activo representa una oportunidad para la transformación. Nietzsche lo concibe como una fase de destrucción creativa, en la que el individuo no sólo reconoce el colapso moral, sino que asume el reto de crear nuevos valores y significados. En este sentido, el nihilismo activo no es una simple negación, sino un proceso de reinvención que desafía la desesperanza y abre la posibilidad de un nuevo horizonte de sentido. Y no, queridos amigos, autopercibirse foca no entraría en esta categoría de reconstrucción simbólica y moral, sino más bien todo lo contrario, es un coletazo de la decadencia de la pasividad de una cultura autodestructiva y egoísta que se desconoce a sí misma.

También, desde su perspectiva crítica, Žižek argumenta que la modernidad tardía nos enfrenta a una paradoja: somos conscientes del vacío y de la construcción comercial y artificial de la mayoría de los valores, pero rara vez damos el paso hacia su superación. Y esto es interesante, porque en lugar de un nihilismo activo que impulse la creación de nuevos valores, nos hemos mantenido en un estado de aceptación cínica y hueca de valores impuestos por las agendas de moda, atrapados por el consumo y la simulación de significado para no ser «políticamente incorrectos». Así nos está yendo…

El capitalismo tardío ha elevado el consumo al nivel de la religión: no se trata solo de comprar cosas, sino de comprar experiencias que nos den un propósito inmediato y efímero.

Žižek, La nueva lucha de clases;2016, p. 57.

A pesar de todo ésto, Žižek nos sugiere que la toma de conciencia radical de este mecanismo puede ser el primer paso para romper con la parálisis nihilista y abrir el camino hacia una auténtica transformación. Y bien sabemos que es imposible tomar real consciencia de nada, y mucho menos intentar cambiar algo, si seguimos aceptando como bueno todo el material basura que nos proporcionan tanto los medios de comunicación tradicionales como las redes sociales, dominadas por legiones de imbéciles con voz anónima.

Ante esto, cabe preguntarse: ¿estamos condenados al vacío o podemos rediseñar nuestra existencia? Esta es la cuestión central que enfrentamos en la actualidad porque si bien la disolución de los valores «tradicionales» puede parecer algo «cool» para algunos y algo catastrófico para otros, también puede ser vista como una invitación a pensar, pero a pensar de verdad, con criterio propio, con juicio y con argumento, con referencia a la realidad y con un escudo anti progresismo barato para recién ahí poder habilitar nuevas formas de sentido. La elección entre resignación y reinvención no depende de la bajada de línea de corporaciones que imponen a los Estados lo que se debe aceptar en silencio y lo que se debe callar con vergüenza injustificada, sino de nuestra capacidad de asumir el desafío del nihilismo activo y enfrentar con valentía la incertidumbre de este mundo devastado que pide a gritos tener sentido.

Quien tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo.

Nietzsche, Más allá del bien y del mal (1886)

¿Por qué digo que estamos pidiendo a gritos un sentido? Básicamente porque es imposible de disimular la tremenda era de la desorientación en la que estamos inmersos. Žižek señala que el capitalismo tardío ha convertido el vacío existencial en un producto, en una mercancía de consumo masivo. En lugar de enfrentarnos con la falta de propósito, el sistema nos ofrece distracciones constantes, promesas de felicidad instantánea y causas efímeras que nos impiden cuestionar nuestra existencia de manera profunda.

Desde el modelo de híper-producción de contenido en las redes sociales hasta el consumismo desenfrenado, la sociedad posmoderna se encarga de mantenernos en un estado de permanente estimulación superficial, evitando así que nos enfrentemos cara a cara con el verdadero problema del nihilismo. El problema de esta dinámica es que el entretenimiento y las distracciones no llenan el vacío existencial, sino que simplemente «lo postergan». Nos encontramos en una era de la desorientación, donde todo parece estar al alcance de un clic, pero nada tiene un significado duradero: sí, nada. Ni las cosas que compramos ni las relaciones que forjamos. Nada.

Esta sobreabundancia de todo, más los huracanes frecuentes de desinformación intencionada, no hacen otra cosa que generar una confusión atroz en lugar de brindarnos claridad para interpretar la realidad. Si a eso le sumamos la inducción a la búsqueda constante de placer inmediato, es evidente que estamos totalmente alejados de cualquier reflexión genuina sobre el sentido de la vida. Un claro ejemplo de ésto lo puedo brindar con mi experiencia: en primer lugar, dudo seriamente que el común regular de éste medio haya llegado hasta este punto del artículo con la lectura. En segundo lugar, es patético que brindar reflexiones a nivel masivo sea algo que no se paga en ninguna parte del mundo, mientras que hacer payasadas en una red social es rentable desde su monetización.

Recuperar un sentido auténtico, en este contexto, requiere más que simples escapes, distracciones o adhesión a modas progres del momento. No, implica un cuestionamiento radical de los valores impuestos, una revisión de nuestras metas como humanidad y una reconexión con lo esencial. Nietzsche propuso la transvaloración de los valores como una forma de superar el nihilismo, mientras que Žižek aboga por una ruptura con la ideología dominante, supuestamente rupturista pero fácticamente autoritaria y reaccionaria, y sin olvidar una confrontación directa con la realidad sin las falsas promesas del mercado.

Volvemos a preguntar, porque filosofar no es hablar pavadas que nadie entiende, sino cuestionar permanentemente: ¿es posible encontrar sentido en un tiempo donde todo parece superficial? Tal vez la clave radique en leer mejor nuestro presente, sin tener miedo de decir que el pasto es verde, cuando es verde, y amarillo, cuando es amarillo, es decir, asumir el pensar para encarar la incertidumbre en lugar de huir de ella. En pocas palabras, se trata de crear significado en lugar de consumirlo pasivamente y militarlo en redes sociales. Estamos saturados de ruido, y la verdadera rebelión, hoy, es el pensamiento profundo, el silencio meditativo, la autenticidad y la construcción de valores propios, en lugar de seguir comprando los caducos que venden en el supermercado de la moda impuesta por la agenda vigente.

Cierro esta conclusión con preguntas, que pueden habilitar la reflexión continua en el lector: ¿Creen que el nihilismo está más fuerte que nunca? ¿Es posible darle sentido a nuestra existencia sin depender de valores compartidos? ¿Las redes sociales refuerzan el nihilismo o lo combaten? Los escucho.

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