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Paco Espínola y la Revolución de 1935

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POR: JORGE PIGNATARO

(Colaboración de Daniel Abelenda, periodista, escritor y docente salteño)

Y uno de los oficiales más jóvenes (que ahora es Coronel o General, creo) me mira y me dice: ¡pero usted es Espínola! ¿Cómo está acá? Yo tengo en el cuartel su libro Sombras sobre la tierra, y le voy a pedir que me lo dedique» (Francisco Espínola, recordando cuando fuera llevado prisionero a Colonia del Sacramento, luego de participar en el Combate de Paso Morlán o «Acción del Colla», el 28 de enero de 1935.)

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Marcha por la Vida - Viernes 28 de marzo, 19:15hs

Dicen que en Uruguay nunca pasa nada en verano (calor, vacaciones, etc.) Por lo menos, nada importante. Mucho menos en política. Pero aquel fin de enero de 1935 fue la excepción. Hubo una «revolución de 9 días» o «protesta armada» contra la dictadura del Dr. Gabriel Terra. Este político del Partido Colorado había dado un golpe de estado el 31 de marzo de 1933, sustituido a las Cámaras por un Consejo de Estado con hombres de su confianza, encarcelado, exiliado, o incluso torturado y asesinado a líderes opositores, como Julio César Grauert (y empujado al suicidio a otro excorreligionario y exministro suyo, Baltasar Brum). Otros fueron desterrados a la Isla de Flores, como en las revoluciones del Siglo XIX, se refugiaron en embajadas o se fueron a Argentina o Brasil. Naturalmente, el gobierno intentó minimizar este levantamiento (censura de diarios y radios),y lo llamó, despectivamente., «la chirinada» (por un oficial de apellido Chirino, que quiso matar al General Santos).

Otra particularidad de este levantamiento, fue que sus integrantes pertenecían a distintos partidos políticos. Por ello, la llamaron «la revolución tricolor» y usaron la Bandera de los 33. La mayoría eran blancos «independientes o radicales», es decir, no herreristas (Luis Alberto de Herrera apoyó a Terra desde 1933); colorados, llamados «batllistas netos» (el citado Grauert, Guichón, Hierro Gambardella, Tomás Berreta, o Luis Batlle Berres. Y también había socialistas, comunistas, anarquistas, y liberales que se oponían a la ideología fascista del nuevo régimen (que demostraba claras simpatías por Mussollini e incluso, Hitler).

La llave del movimiento era conseguir el apoyo de la mayoría de las Fuerzas Armadas, algo que no ocurrió, y lo condenó al fracaso. Aquí el hombre clave era el General Julio César Martínez (colorado), que había sido obligado a pasar a retiro por el Presidente Terra, pero aún conservaba ascendiente en la oficialidad y la tropa. El otro personaje fue «el guerrillero» Basilio Muñoz (¡75 años!), que había formado parte de Estado Mayor de Aparicio Saravia en 1897 y 1904. Ambos jefes fracasaron estrepitosamente. Martínez no logró sublevar a los oficiales de ninguna unidad militar y fue arrestado por subversivo.

El intrépido Muñoz ingresó desde Brasil por Aceguá, con 2.000 hombres pero casi sin armas, y fue rápidamente diezmado por un moderno Ejército, que usó la Aviación Militar -por vez primera en nuestra Historia- para ametrallar su campamento sobre el Río Negro (donde murieron su hijo Segundo y 4 revolucionarios más) y derrotarlo totalmente.

La revolución había empezado el 26 de enero en las cercanías de Mercedes. Su líder era Antonio Paseyro (del Movimiento Blanco Radical) quien habla de un contingente de «28 hombres (todos civiles), 25 fusiles y 5 vehículos», autos y pequeños camiones. Luego se les unió otro grupo de similar tamaño, encabezado por Leopoldo Pignataro, de Rosario y su zona; y desde San José, llegaron más rebeldes, entre los cuales estaba el escritor Paco Espínola (de familia de raigambre blanca). En total, 72 hombres, mal armados y sin formación militar. Esta fuerza conjunta debía «bajar» hacia el sureste y se juntaría con la «División Cerro Largo» (la de Muñoz) para presionar sobre Montevideo y exigir la dimisión del gobierno de facto.

La otra fuente documental (de un hecho muy poco estudiado en nuestra historiografía, habría que preguntarse por qué) es la oficial. Se trata del parte de batalla del Mayor Arturo B. Ríos, comandante del Batallón de Infantería Nro. 11 con asiento en Colonia del Sacramento. Escrito en un estilo más conciso, típicamente militar, el relato de Ríos, coincide en lo fundamental con el de Paseyro, en cuanto a las fuerzas en pugna, las características del combate y las bajas.

El Ejército movilizó en camiones por la flamante Ruta Nacional Nro. 1, «40 soldados, 2 oficiales y 3 ametralladoras pesadas» (Browing de 50 m.m., que resultarían letales) desde Colonia a un paso sobre el Arroyo Colla, conocido como Morlán (por el dueño de esos campos), unos 10 km. al norte de la ciudad de Rosario. Este era un punto estratégico para cruzar el Departamento y llegar a San José. La columna del mayor Ríos paró antes en la comisaría de Rosario, donde sumó «15 guardias civiles» (como se decía en la época), 2 cadetes de la Escuela Militar y algunos voluntarios (civiles). Cuando aparecieron «las cachilas» de los sublevados, la fuerza gubernista hizo prevalecer su poder de fuego, y se desató el infierno en la campiña coloniense.

«Apenas caímos al paso, cuando los jefes gritaron: ¡a las armas!. Corrí para formar la primera y única línea de combate. Recién me habían dado un Remington desesperadamente viejo. A mi izquierda entró un joven profesor del Liceo de Mercedes, finocultísimo, valiente… Se inició el fuego. Nos llovían las balas. Mi primera bala no salió. Volví a cargar y tirar, con idéntico resultado. Y me envolvían los endiablados silbidos. Cargué de nuevo, rabioso. Y se atascó la bala, de forma que no hubo manera de hacerla mover. El jefe se me acercó y me dijo que me quedara inmóvil en el suelo, para no hacer tanto blanco. Era imposible retroceder porque detrás nuestro hervía un infierno de balas. Y allí me quedé, exactamente una hora y cinco minutos» (Paco Espínola).

Este intenso tiroteo, dejó como saldo tres revolucionarios muertos (Raúl Magariños Solsona, Alberto Saavedra y Pedro Sosa), y varios heridos que se recuperaron. En el otro bando, cayeron «un militar y un policía», según Paseyro, o «3 de mis hombres», según el Mayor Ríos (uno de los militares puede haber fallecido días después, como sucedió con Sosa).

El resultado de la batalla fue incierto, pero lo concreto es que la columna rebelde no pudo continuar hacia San José, y la mayoría de los hombres se rindió enseguida o fue apresado unos días después de «vagar por los montes, sin agua ni comida», como diría Espínola. Se llevaron los heridos al hospital de Rosario y el resto de los prisioneros fue conducido primero a la comisaría local y después al cuartel de Colonia. 48 horas después eran puestos en libertad por orden del Ministro de Defensa Nacional. No se querían más muertos ni mártires.

Ya no quedaba mucho de la «revolución de los 9 días, ante la inoperatividad del General Martínez con sus excamaradas y la falta de recursos bélicos de Muñoz, no había chance de triunfar. El 3 de febrero todo había terminado.

La cobertura de prensa y la difusión de este hecho histórico estuvo, como se dijo, severamente controlada por el gobierno de Terra, tanto en lo nacional como en lo internacional. Se trató de restarle importancia a la revolución y presentarla como una revuelta sin sentido contra un gobierno que se sentía fuerte, y una población que estaba mucho más preocupada por conseguir trabajo y tener para alimentar a sus familias (aún se vivían los coletazos de la Crisis de 1929) que por la democracia y el régimen de gobierno. Sin embargo, dejó una marca indeleble de resistencia libertaria ante una dictadura que debilitó su legitimidad y continuidad (Terra convocará a elecciones en 1938, cuando voten las mujeres, y luego se alejó para siempre de la política).
Hay derrotas que se convierten en victorias. Lo importante es presentar batalla en su momento.

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