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lunes, 3 de marzo de 2025
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Las sandalias del pescador

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Gisleno se había criado en los montes, junto al río.

Sabía de plantas y de animales, de lagunas y de peces, de piques, de cardúmenes.

Olfateaba los bagres en el aire  cuando llegaba al pesquero decía, “aquí me planto”, y se llenaba de pescados.

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Pero, si bien Gisleno era fino para el olfato, era bastante “grueso” en cuanto a mugre, a “jedentina”. Dos por tres escuchaba cerca suyo.

¡Como hieden esas patas!

-¡Está bravo el caldo de gato!

– Hay que aprentar los diarios, canilla!

– Fuerte de alas ese avión.

Gisleno sufría con eso, y por más que se bañara, quedara una mañana entera en remojo, se ponía a caminar, y no había de desodorante en barra, crema o aerosol. Sus glándulas sudoriparas, eran de no creer…

Y si fuerte era de sobacos, sus extremidades inferiores no se quedaban atrás. Para colmo el pescador usaba unas sandalias de plástico, que de tanto andar largaban un olor fuerte y penetrante.

Un día, cansado de las burlas, preocupado también por su situación, ya que ninguna mujer le sostenía una charla, respingaban la nariz y se iban.

Entonces, decidió inventar sus propias armas para combatir el flagelo patifero y axilar, que lo diezmaba ante la consideración popular y el cariño femenino.

Combinó con una paciencia franciscana hierbas aromáticas. Su banco de prueba eran sus sandalias. Cada vez que lograba un perfume más o menos lo derramaba sobre las mismas. Se desilusionaba pronto porque fracasaba sin parar, pero, cuando afloraba de nuevo el tufillo se decidía y volvía a experimentar.

Las sandalias del pescador eran famosas en Puntas del Sauce Verde. Por eso, Gisleno redoblaba su esfuerzo para conseguir la fórmula mágica que lo liberara de su cruz.

Una vez probando, combinando, en su laboratorio de campaña (tres frascos de café vacíos, un vaso tipo pipeta que no usaba más, una curuya como mechero), un pequeño incendio le quemó las manos. Desesperado las metió en unas vasijas que tenían jugo de karaguatá machacado y rociado con aceite de mio-mio inventado por él.

Sumergió sus manos un rato largo mientras recorría el diccionario de todas las malas palabras habidas y por haber. Con gran asombro notó que a medida que pasaba el tiempo sentía un gran alivio. Quitó las manos, se las miró, y comenzó hacer tortitas de manteca para mamita que…

Las manos se le habían curado con impresionante rapidez y se le habían borrado las cicatrices. Hasta la mugre de días que tenia debajo de las uñas habían desaparecido. Descubrió Gisleno que su bálsamo era anti inflamatorio (tiempo después, cuando era famoso el bálsamo, una chica le pediría que le desinflamara un problema, a lo que Gisleno le debió señalar que su bálsamo era anti inflamatorio pero que no quitaba embarazos, pero esto, ahora, no viene al caso).

Las sandalias del pescador, en tanto, seguían allí, firmes, hediendo como nunca, pero ahora, a Gisleno poco le importaba, estaba entusiasmado con su bálsamo. Descubrió que incidía sobre la mente y el ánimo, ayudaba a la relajación, a la circulación de la sangre (bien frotado) y era un poderoso, y comprobado, afrodisíaco.

– ¿Estás seguro de eso?

– Como no, es solo pasarle al gallo un poquito por el pico, sea de noche o de día, en invierno o en verano y sale detrás de la gallina como quemado por aceite…

Dándole vuelta al asunto Gisleno siguió experimentando, buscando, su cura-pata,  cura-axila,  fue descubriendo fragancias frescas  vigorizantes, cremas para masajes corporales. Combinó y obtuvo esencia de sándalos, de jazmín, de palo de rosa, de romero y de enebro. Con unos agregados puestos en aguas calientes le producían espumas, lociones, en tres versiones: sensual, relajadora y vigorizante.

La clientela le crecía y crecía, sin cesar. Parecía un Rey Midas, hierba que tocaba la transformaba en oro.

El día más triste de su vida fue cuando combinando damasco con jugo de coronda y de quebracho, tres ramitas de arrayanes y esencia de Ibirapitá, mezclado con cactus, jazmín del país, azucenas y margaritas, logró el perfume ideal que borraba todo olor de axilas y de los pies.

Se bañó, se puso en las axilas y en los pies esa fragancia embriagadora que se expandía. Pero, cuando el pescador fue a buscar sus sandalias, un cachorro de Doberman que le habían regalado, se las había destripado.

Gisleno nunca pudo saber si lo que había descubierto le hubieran quitado el mal olor de patas.

 Aunque han pasado los años, en Puntas del Sauce Verde todavía quedan las mentas de las sandalias del pescador…

DE AVERIGUACIONES

Marlon Blanco llegó una tarde a Puntas del Sauce Verde, y luego de amanecer tomando cerveza en un boliche de la costa, mientras orinaba el cartel de “prohibido pisar el césped”, se prometió dar el último examen de su carrera para recibirse de detective por Correo. Es cierto, recibió el título dos años después pero, siempre tuvo la íntima convicción de que aquella huelga de carteros, como aquel descubrimiento de que habían funcionarios que abrían correspondencia para saber si tenían plata, cheque o algo de valor, le habría privado de un par de lecciones, que a la larga, y en un caso de extrema complejidad se iba a tener que guiar por su intuición ante que por el conocimiento científico.

 Ya con el diploma en sus manos, Marlon Blanco se dirigió a una inmobiliaria para alquilar una pequeña oficina para poner allí su agencia de detectives. Pasó más de una semana esperando por su primer cliente, en tanto, jugaba al solitario, se hacia trampa como loco, bostezaba con pasmosa regularidad. Decidió comprarse un televisor y mirar, desde fútbol hasta básquetbol de la NBA, desde Puglia Invita hasta Gran Hermano. Un día puso en un canal, que reflejó la imagen de una figura conocida. Para ir sabiendo, el hombre de rostro redondo decía en esos momentos, “me lo dijo un alto jerarca policial..”. Marlon exclamó entre un dejo de sorpresa y admiración..

-Hasta aquí llega el programa del pariente, ¡que lo tiró!, anda por toda la región, ese Var del 4…o cuatro en el bar?

La voz del deporte también le resultó familiar, ya que las defensas volvieron a superar a los ataques en la fecha del domingo, “indudablemente amigos”.

Como los clientes no aparecían, se miraba todo en la tele, a veces se le caían las lágrimas con las novelas, otras se calentaba con los árbitros en los partidos por las eliminatorias, y otras le gritaba cualquier improperios a los jurados de Tinelli. De tanto en tanto, como cuando era niño, y lo hacia en casa de sus abuelos, miraba “Almorzando con Mirtha Legrand”.

Un día puso un aviso en El Diario y comenzó a recibir clientes a bocha, un marido engañado, un proxeneta idem, una mujer despechada, tan despechada estaba que Marlon le aconsejó que se pusiera siliconas. Dirigentes de tres clubes de Salto lo contrataron para que averiguara las razones de por qué nunca daban la vuelta olímpica en Primera A.

Un pintor lo contrató para que encontrara su musa inspiradora que no sabía dónde la había perdido, solo que desde entonces le salían nada más que rayas, y torcidas. “Estoy como un hígado” dijo el pintor, cómo un hígado?, preguntó Marlón, “a la tela”, respondió el pintor.

Un empedernido jugador llegó con mil dólares en la mano, se los dio mientras le pedía que encontrara su boleta del 5 de Oro que había perdido en calle Rolón frente a la cancha de Sacacorchos, “¿es pariente del Pepe Guerra, por un casual?”, preguntó Marlon. No, para nada. Respondió el jugador. Consultó si había sacado un pozo de oro, de plata o revancha, a lo que el jugador le dijo que no, era una boleta en la que no había apuntado ninguno de los cinco números. Le dijo que la había jugado hacía diez días. Marlón le advirtió que ya había perdido valor para cobrar. El jugador le dijo que no le interesaba eso, que lo que quería, y para eso pagaba, era recuperar la boleta, nada más.

– Pero si no sacó nada, juega otra esta semana y listo.

– Si, pero, ¿y si alguien la encuentra y juega mis números?

– ¿Qué tiene que ver eso?

– Y que tengo que compartir el Pozo de Oro con otro, y yo quiero sacarlo solo…

  • CAMACA –
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