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Jorge Moragues: “el futuro no existe, hay que hacerlo”

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Un anarquista en la eterna búsqueda de la superación espiritual con los recuerdos de su querido barrio Palermo montevideano

4Si bien hace poco más de diez años que Jorge Moragues se encuentra radicado en nuestra ciudad y que siempre que bajábamos calle Uruguay lo veíamos en su céntrico comercio de telefonía celular (hoy trasladado al Cerro por calle Julio Delgado), comenzamos a conocerlo cuando en mayo pasado se presentó como candidato a intendente por Asamblea Popular. Ahí conocimos su concepción anarquista de la política y su particular visión de Salto. Hoy, convocado por el intendente Germán Coutinho para formar parte de su gobierno multipartidario en el área de la cultura, trata de conjugar su concepción de la vida con el pragmatismo que todo gobernante debe tener.

– ¿Dónde nació?

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– En Montevideo, en el barrio Palermo, un barrio muy fol-klórico, muy pintoresco, que tiene montones de mitos, de leyendas, de malevos, de carnaval, es un barrio donde vivían y viven prácticamente todos los cantantes folklóricos de música popular, Larbanois – Carrero, El Sabalero vivió ahí, a la vuelta de casa, vivía Rada. O sea, por lo menos en aquella época había todo un entorno cultural popular…

– ¿Y cómo fue su infancia en ese barrio con tanta historia?

– La geografía del barrio permite, a pesar de estar cerca del centro también estár cerca de la costa, entonces está la famosa rambla, el club Atenas y otros muchos clubes deportivos, lo que permitía tener una infancia normal, de barrio. Donde nosotros vivíamos era una zona dentro del barrio Palermo que es considerada una zona media porque estaba entre los dos conventillos, era una zona blanca dentro de un barrio negro, era como vivir en el medio de Harlem. Era gente de clase media, trabajadora, muy solidaria.

– Los referentes culturales de ese barrio que nombró fueron todos músicos, ¿de ahí su gusto por la música?

– Claro, yo tengo un parentesco –no muy cercano pero parentesco al fin- con uno de los fundadores de Totem, Eduardo Uzeta, que era el bajista del grupo, uno de los fundadores junto con Rada, y ensayaban a la vuelta de mi casa, y yo permanentemente estaba en los ensayos, o sea que me crié en ese entorno musical, ya a los 15 o 16 años empecé a rascar la guitarra y me gustó la idea de tener mi propia banda. En el barrio hicimos una bandita que después anduvo bastante bien en Montevideo.

– ¿Cómo pasa de su gusto por la música a especializarse en la técnica de sonido?

– Especializarme en la parte técnica de sonido fue un accidente porque ingresé en el Consejo de Primaria, en el Museo Pedagógico, y al año me designaron para ir a hacer un curso para aprender toda la parte de televisión y multimedia, o sea, aprender la parte de sonido y toda esa parte nueva que había. Empecé a trabajar en el Departamento de Ayudas Audiovisuales de Primaria.

– ¿Cómo respiraba en ese entonces el ambiente que se vivía en el país?

– Por estar cerca del centro y un poco en el volcán, nos tocó vivir una época dura por un lado, pero por otro tenía un poco de romanticismo y un poco de aprendizaje…

– Se nota cierto contraste entre los tiempos duros que se vivían en el país con ese romanticismo cultural que nos pinta de su barrio.

– Pero ese romanticismo trascendía incluso a nivel estudiantil, no solamente en el barrio, sino a nivel de los liceos de la zona, en donde estaban el Liceo José Pedro Varela y el Liceo Zorrilla, yo estuve en los dos. Al primero fui porque yo elegí, al segundo fui porque me mandaron después, como castigo.

– ¿Por qué?

– Por política, justo agarramos el cambio de la democracia a la dictadura y quienes habíamos participado en la militancia estudiantil nos mandaron al Zorrilla que era como un ghetto, donde había más control.

– ¿Qué ideas tenía usted en ese entonces?

– Sigo siendo el mismo de siempre, el mismo anarquista. Es gracioso, cuando llegabas al liceo y te nombraban delegado de clase como me tocó a mí, ibas a las reuniones y veías a gente de todas las agrupaciones de izquierda, y los que te afiliaban sin preguntarte si te importaba o no eran los de la UJC (Unión de Juventudes Comunistas), era increíble, te afiliaban como quien te afilia a un club social. Sin embargo los de izquierda tipo anarquistas, no te aceptaban de entrada, era una cosa rarísima, era todo lo contrario, como que te hacían pasar por un filtro. Claro, también la época ameritaba que no entrara cualquiera a militar porque era un peligro. Además existían las bandas de la JUP (Juventud Uruguaya de Pie) que entraban en los liceos y hacían destrozos.

– ¿Qué hacían?

– Entraban, le pegaban al que se pusiera adelante, tipo nazis, de extrema derecha, eran exactamente lo mismo… entraban al liceo y te pegaban, te castigaban, marcaban a los estudiantes con una gillette, yo viví todo eso… venían con apoyo, en la esquina siempre estaba la famosa “chanchita” (vehículo policial), era una casualidad que siempre había una “chanchita” en la esquina por si los muchachos pasaban algún aprieto, que en varias oportunidades lo tuvieron…

– Discúlpeme, pero más que romanticismo estudiantil observo problemas.

– Síi, pero eran problemas justamente con la gente que pensaba de izquierda, pero había un romanticismo en la parte educativa, a eso me refiero, había un nivel cultural muy superior al que hay ahora. A nivel docente se permitía que el estudiante pudiera elaborar su propia tesis sobre lo que estaban dando. Por ejemplo, a nivel de historia nos tocaba dar la clase a nosotros me acuerdo, los profesores se sentaban y escuchaban, y nosotros nos encargábamos de tocar el tema y hablarlo, cosa que hoy no existe, hoy es algo totalmente digitalizado, por eso no estoy de acuerdo con el Plan Ceibal, es como un chupete electrónico que no les permite a los niños desarrollar en forma natural su creatividad.

– ¿La dictadura mató el romanticismo de aquellos años?

– Mató el romanticismo y mató gente, fue completo, si matás a la persona matás al romanticismo. En realidad no sé si mató al romanticismo, lo que si, lo hizo buscar formas diferentes para expresarse, hubo todo un tiempo del 73 al 79 que hubo una especie de silencio, de no sabemos qué pasa, la gente dejó de ser solidaria, no hablaba de política, hablaba de otras cosas, pero en el fondo vos sabías que la gente se guardaba las cosas, y a la primer oportunidad que tuvieran iba a salir como salió a partir del 80 en adelante.

– ¿En qué momento decide irse del país?

– Me fui tantas veces que ya ni me acuerdo… a ver, la primera vez que me fui (se ríe), me fui por una semana a Buenos Aires y me quedé seis meses. Estaba interesado en estudiar un poco la filosofía hindú y conocí a una persona que me llevó a un templo hindú de ahí. Para poder viajar tuve que pedir permiso a mis padres porque era menor de edad, tenía 17 años, fue en 1976. Lo más gracioso es que estaba trabajando en Primaria y pedí licencia por teléfono, y me la dieron, es increíble.

– ¿Cómo es eso?

– Sin goce de sueldo, aclaremos, pedí licencia por veinte días, me la dieron, lo que hice por teléfono fue renovarla por seis meses y cuando me reintegré firmé todos los papeles. Lo más gracioso es que estuve seis meses en Buenos Aires y cuando estaba por recibir una especie de diploma…

– ¿Se fue?

– No, el que se vino fue el gurú para Montevideo, me tuve que venir de apuro atrás de él (risas).

– ¿Y de qué era ese diploma que le dieron?

– En realidad no era un diploma, se trataba de algo más profundo, se trata de técnicas de meditación trascendental, que me sirvieron muchísimo para cambiar un poco el carácter, para llevar un poco más de equilibrio a mi vida. A su vez yo hacía artes marciales, entonces eso me fue ayudando a formar mi personalidad, un poco desprendida de lo material, ser un poco más bohemio, despreocupado… esto además me ayudó mucho en la parte musical al darme esa paciencia que yo por temperamento no la tengo, soy muy impulsivo, eso me fue ayudando. De ahí volví a Montevideo, empecé a trabajar con la música en lugares nocturnos a nivel comercial, incluso toqué mucho tiempo en una banda que hacía bailes y espectáculos. Ahí hice todo un camino musical, incluso me llevó a cantar como solista en el Parador del Cerro, que en aquella época era el furor, era como cantar en el Olimpo.

– ¿Qué cantaba?

– En esa época era todo melódico.

– Y aquello que aprendió con el gurú, ¿lo sigue practicando hoy?

– Lo he perfeccionado con los años. Le decía que me fui del país varias veces, le conté mi primera salida, después me fui para Paraguay…

– ¿Lo seguía buscando al gurú?

– (Risas) No, no, ese hombre ya se había ido a la India, era otro. Pasa que me contrataron de una empresa, nos llevaron a cuatro uruguayos para ser supervisores de una empresa en Paraguay que tenía más de tres mil empleados. Ahí estuve un año y medio y comencé a ver cosas diferentes de la gente que me fueron ayudando a entender algunas cosas en mi formación política, estuve en el norte de Paraguay, en la selva. Estuve además en Bolivia, conozco bastante el sur de Bolivia. En Paraguay sentí un gran racismo hacia el hombre blanco, porque ellos son indígenas, y todo hombre blanco para ellos es mala persona porque piensan que son argentinos (risas). Le cuento una anécdota, cuando jugábamos al fútbol siempre pedía para jugar atrás, de defensa, y cuando venía uno de estos punteritos le daba con todo y lo mandaba contra los alambrados (risas), me acercaba y le decía  “yo charrúa”, “ah, charrúa” te respondían con los ojos bien abiertos, porque a nosotros nos dicen charrúas y a los argentinos les dicen despectivamente curepa, que en guaraní significa piel de chancho (risas). A nosotros nos tratan como hermanos indígenas, como a charrúas.

– ¿Después fue a Brasil?

– Me fui a Brasil en el 83 por las artes marciales, terminé trabajando en la academia en San Pablo y a su vez conocí a un monje budista y me fui a vivir a un templo prácticamente un año, toda una experiencia que me marcó definitivamente porque encontré cierto sincretismo entre el budismo y el anarquismo. Hay una mirada errónea que piensa que el budismo es una religión, nada que ver, es solo una filosofía de vida, es un camino espiritual.

– Noto que se encuentra en una permanente búsqueda.

– El problema es que para los que tenemos determinada manera de pensar, a veces nos dejamos llevar, yo creo en la causalidad de las cosas, una cosa trae a la otra. Digo, lo que estamos buscando los seres humanos siempre es avanzar a niveles de conciencia, superarnos a niveles de conciencia, esa es la lucha del ser humano. La lucha del ser humano no puede ser cambiar de auto cada seis meses, emborracharse a fin de año, no puede ser aspirar a tener dos casas más, ese no es el fin de un ser humano porque la prueba está que la mejor democracia del mundo es la muerte, es el hecho más democrático de todos, todos morimos igual, nada nos llevamos de esta vida, entonces, ¿para qué debemos aprovechar nuestra vida? Para crecer como persona, para dejar una pequeña herencia a quien tiene familia o a los amigos y a su vez ayudar al prójimo en lo que se pueda.

– ¿Cómo llegó a Salto?

– Vine primero en el año 84 trabajando en una empresa de venta de libros, era como un supervisor general y me quedé unos meses. Me quedó Salto grabado como una ciudad que me había gustado, me hice amigo de mucha gente. Y por el 90 cuando estaba en Brasil y había bajado para Rivera por un tema de salud, me había agarrado hepatitis en Río de Janeiro, me vine a Rivera para hacer mi convalecencia, ahí conozco a mi señora que es de Salto, estaba estudiando medicina. En un recital de Larbanois – Carrero en el teatro yo tenía que estar porque estaba dentro de la programación y era el primer día de mi convalecencia que podía salir, nos conocimos, nos casamos, nos fuimos a Montevideo y luego nos vinimos definitivamente a Salto. Previo a eso había estado un año en Estados Unidos…

– Finalmente, más allá de su reciente candidatura a la intendencia de Salto por Asamblea Popular, ¿cómo tomó el ofrecimiento hecho por el intendente Coutinho de colaborar con el gobierno?

– Si hubo decisiones difíciles en mi corta carrera política, la más difícil fue ésta, la de ingresar o no a un gobierno multipartidario. Casi mucho más difícil que la de ser candidato a intendente por Asamblea Popular, que fue como pararse en la punta del trampolín con las vendas puestas porque se trata de un partido que no tiene apoyo económico, que está jugado políticamente, entonces, no es fácil. Siempre me consideré un transgresor, soy un transgresor de la política, y considero que hoy los partidos van a tener que cambiar mucho y transformarse o van a desaparecer, porque a la gente no le interesa más la política. Van, votan y se olvidan, se acuerdan de la política cuando les falta algo, pero no les interesa como antes cuando iban a los comités, eso se acabó. Entonces, la experiencia de un gobierno multipartidario es importante desde el punto de vista humano porque se hace pensando en la gente, por el bien de la sociedad, se trata de una experiencia novedosa e importantísima, además de valiente y arriesgada por parte del intendente. Saldrá bien o saldrá mal, por más prácticas espirituales que haya hecho no puedo adivinar el futuro (risas), el futuro no existe, hay que hacerlo, por lo tanto, si esta experiencia es buena o es mala lo sabremos dentro de cinco años.

Entrevista de Leonardo Silva


PERFIL DE JORGE MORAGUES

Está casado, tiene dos hijas de su actual matrimonio y un varón de un “matrimonio fugaz” anterior. Es del signo de Leo. De chiquito soñaba con ser cameraman de televisión, “al final terminé siendo y me aburrió”. Es hincha de Peñarol y de Atenas en basketball.

Dice tener millones de asignaturas pendientes. Las comidas de olla son sus preferidas, “es medio difícil comerlas acá en verano” (risas). Mira fútbol como hobby, cuando está en Montevideo le gusta ir al estadio a ver a Peñarol. La honestidad y la avidez por querer aprender cosas es lo que más le gusta de la gente, mientras que lo que menos le gusta de las personas es la ignorancia, “es el mal de este mundo”.

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