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miércoles, 4 de junio de 2025
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Hoy: narraciones de Alice Zunini

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Diario EL PUEBLO digital
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Esta página, como tantos lunes, hoy vuelve a darle la palabra a un salteño. Y otra vez, de los salteños de este tiempo, los que aún andan entre nosotros. En este caso tiene la palabra Alice Zunini.
Psicóloga y docente de amplia trayectoria, siente también una enorme inclinación por el arte, por eso pinta y escribe. Los textos que siguen son parte de su creación.

EL JARDÍN
La mora dio sus frutos, al igual que la pitanga, es verano. Las temperaturas van subiendo y llegan a ser agobiantes. La cercanía del río permite acceder a una pequeña brisa, pero no es suficiente. Los espíritus se cansan, entra el aburrimiento, la desazón; el deseo de estar solamente en actitud de reposo agota. Estamos en Pandemia.
Me preocupo del riego diario, dado que el jardín parece ser una vía de salvación. Las plantas y flores reciben agua, y regalan colores y perfumes diversos. Eso es la vida, dar y recibir en forma permanente.
El jardín es pequeño, pero disfrutable, me hace bien realizar un recorrido matutino, dado que el follaje de los árboles me brinda paz, junto al trino de las aves.
El agua del pozo de sesenta metros de profundidad es pura y cristalina; todos los días vienen pájaros a beber, en especial un benteveo. Me place verlos.
Como telón de fondo, veo los ibirapitá en flor, generando un marco forestal espectacular, combinando el verde intenso y el amarillo.
El viejo sauce, que quizás creció por una semilla fortuita, hoy da cobijo y sombra a las orquídeas de octubre. El espectáculo es hermoso, diferentes colores y olores se entremezclan generando una mixtura bella. Las glicinas lilas caen como racimos, sobre la guía de hortensias rosadas. Dicen que si hay hortensias, no se casa la niña, pero acá ya no hay niñas para casar, sólo juegan niños pequeños en el jardín.
Los agapantos, también llamados flor del amor o lirios africanos, florecen permanentemente y bordean los canteros de piedra, al igual que los diferentes tipos de helechos. Las violetas africanas siempre están presentes con sus divertidas tonalidades. Detrás lucen las enredaderas de begonias entrecruzadas con las campsis, o trompas de fuego, muy visitadas por los picaflores y mariposas.
También florecen las hemerocalis, o azucena de color naranja, que genera alegría y en especial las strelitzias, llamadas también aves del paraíso con bellas tonalidades rojas y amarillas. Valoradas ellas, para el uso en arreglos florales.
Las palmeras y el limonero dan un toque interesante al jardín al igual que los ficus y el jazmín paraguayo. El espinillo, con su aspecto tan particular pertenece al vecindario, pero nos deleita con su aroma.
Los crotos, con sus hojas multicolores, dan vida a un rincón, donde luce el hibisco amarillo y la chiflera. Las azaleas de diversos colores aportan alegría.
Los anturios rosa y rojo, originales de las zonas tropicales, visitan poco el jardín porque prefieren la luminosidad de los ventanales del interior de la vivienda.
Todo parece estar en armonía, pero no viene gente, no hay visitas.
Sólo naturaleza, mil verdes y flores, todo crece divinamente y es tiempo de Pandemia.
(05.01.21)

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RECUERDOS DE FAMILIA EN TIEMPOS DE PANDEMIA
En el confinamiento, por la Pandemia del Coronavirus, varias son las propuestas que surgen por parte de amigos, familiares y profesores; lo cierto es que hemos logrado un alto conocimiento de todos los rincones de la casa y de los objetos que la componen, los cuales nos dan placer o nos generan cuidados y limpieza diaria.
Todos los días soy consciente de cuánto consumo; de lo que se pierde, y lo que se conserva. Economía, limpieza e higiene son el telón de fondo diario. Luego, el celular, noticias y tristeza. El jardín aporta alegría y la ventana también. El balcón se ha convertido en mi mundo. Desde allí veo, y me imagino mundos posibles. Respiro aire puro y me complace ver el río Uruguay, que lamentablemente cada vez tiene menos caudal, pero sus atardeceres son incomparables como decía el poeta Enrique Amorim.
Mientras limpio y ordeno, y ubico cada cosa en su lugar, pienso en ese lugar que les he asignado quién sabe por qué razón especial; pero cada objeto parece ser una pieza de puzzle que debo armar, desarmar y volver a armar cada día. Quizás eso me da seguridad y cierto control sobre la armonía y dinámica de la casa. Mi vida ahora es día a día, minuto a minuto como dice el gobierno.
Mi casa se convierte en una mesa servida para mí sola, en la plenitud del tiempo. Me permito disponer y circular por todo el espacio de la casa y del jardín con sus distintos colores y aromas que me advierten que aún estoy viva, tengo olfato. Me avisa de esa forma, que no estoy contagiada por el virus.
La luz solar, me indica en qué momento del día estoy, mañana, tarde o noche. Pues da igual que sea lunes, jueves, viernes o domingo, no cambia nada. Es un continuo transitar, sin rumbo fijo, sin prisa y sin objetivos claros. Todo da igual. Lo importante es mantenerse vivo y listo. Como decían las enfermeras en la Universidad, primero que el paciente esté vivo, después se verá cómo. Pero resulta que no es fácil estar sin afectos cercanos, la tecnología facilita, pero no suple.
Me pregunto, si será la herencia, el azar, la suerte o el destino, por qué tengo en mi casa la antigua y querida jarra de Limoges de mi bisabuela Francisca. Conocí a mi madre, pero no a mi abuela, ella murió cuando mi madre tenía apenas 5 años de edad y ese duelo duró muchos años. Debe haber sido terrible para una niña tan pequeña haber quedado sin madre. Según parece, por algunos relatos de familia, mi abuela materna era una señora muy exigente, trabajadora y que gustaba invitar los domingos a toda su familia a comer los tallarines, como buena italiana.
Mi bisabuela Francisca era maestra, muy lectora parece, porque la biblioteca era el lugar más destacado de su casa. Ella se comunicaba con familiares que vivían en Francia, en Avignon. Mi madre siempre mencionaba este hecho, y planteaba noticias de ellas, de París, de la moda, etc. Quizás de allí, mi curiosidad por la geografía y todo lo vinculado a la cultura francesa. Eso que llamamos, la comunicación o transmisión oral. Bueno, no hay pueblo sin memoria, y siempre me interesó saber de mis ancestros.
Recuerdo la casa de mi bisabuela porque con ella vivía también una tía que fue mi madrina y un tío que trabajaba en la oficina de Rentas, hoy DGI. Esta tía hablaba poco pero bordaba maravillas. Ella murió soltera, bueno, en las familias de antes siempre quedaba alguna hija soltera para cuidar de los mayores, terrible destino, pero real. Parece que esta tía cuidó bastante de mi madre al morir su hermana, o sea mi abuela.
Lo interesante es que esa jarra estuvo en la casa de mi madrina, luego en casa de mi madre y al desarmar la casa de mis padres, vino a mí. Ha tenido diferentes destinos, en casa de mi bisabuela cumplía la función de mantener agua en el dormitorio. En la casa de mi madre siempre estuvo de adorno en el comedor, sobre mármol blanco. En mi casa está en el baño, como adorno. Quizás tiene hoy, la única finalidad de dar un toque delicado a un rincón.
Verdaderamente esa pieza de porcelana resume toda una historia familiar. Ella está muda, inerte, pero llena de recuerdos familiares, alegrías y penas. Emilia, mi nieta, con sus tres años de vida la percibe y disfruta cuando lava sus manecitas. Me ha contado que le gusta la jarra, porque tiene princesas vestidas de color rosa y morado, que son sus colores preferidos. Ella representa la sexta generación y me place que le guste, y la compartamos. Veremos qué rumbo toma en unos años más esta jarra. Por el momento ella permanece allí, como testigo de los vaivenes de la vida. Confirmando sí, que lo estético y lo bello, se pueden conjugar y apreciar desde la infancia. Educar la mirada.
(Abril 2020)

APARECIDA
¨Aparecida¨ vive en la Glorieta del Parque Solari; por las noches recorre los senderos junto al inmenso follaje que cautiva.
Ella recoge las risas de los niños que han quedado suspendidas entre las flores y arma collares. A las lágrimas de los enamorados las transforma en pequeños cristales que iluminan en la noche.
Los visitantes nocturnos disfrutan de ese juego de luces y piden sus deseos. Se dice que Aparecida cuida de los enamorados del Parque y difunde entre los duendes sus bellas historias de ardientes pasiones y crueles desengaños.
A su paso, prende velas en el sendero, para que su sombra elimine a los malos espíritus de la zona. Ellos a veces habitan en las copas de los árboles o entre el tupido follaje.
Las flores son testigos de la ternura de los niños y de los juegos que llenan sus almas. Esas flores también inspiran a las novias, y las llenan de ilusiones en sus vidas.
Aparecida lleva un registro de todos los compromisos amorosos celebrados en el Parque, donde las parejas se han jurado amor eterno. Ella genera campos de posibilidad creadora y liberadora.
Aparecida abre el espíritu de los hombres, para que logren ser seres más felices y solidarios. Ella da señales y brinda condiciones de posibilidad de logros. Facilita la experiencia creadora en los hombres y mujeres del planeta, generando bienestar colectivo en la atmósfera del Parque. Ella emana plasticidad creadora. Valora la experiencia y afirma que: “la experiencia de vivir en el Parque, me forma y me transforma…”.
Aparecida deja huellas en el intercambio con los humanos que la conocen, dado que emana paz y calidez en sus palabras. Siempre vivencia experiencias y se mantiene en su alteridad constitutiva.
(Octubre 2019)

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