Hoy: cuentos de Amalia Zaldúa

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No necesita demasiado presentación en Salto. Amalia es la maestra y profesora (ya jubilada con más de 30 años de labor) y la más relevante figura de la dirección coral de nuestra ciudad, con su Coro Cantares. Nombrada «Ciudadana Ilustre de Salto» en 2012, fue la primera persona en recibir tal distinción. Lo menos conocido es su faceta de escritora, de cuentos y poemas.

Tampoco se conoce demasiado que nació en Tacuarembó, aunque aclara que fue «por casualidad, porque vivíamos afuera y era más cercano ir a Tacuarembó para que mi madre tuviera familia; vivíamos en el departamento de Salto pero más cerca de Tacuarembó». El Auditorio de Casa Quiroga lleva su nombre.
Es autora del libro de relatos «Los largos veranos», publicado en 2007.

Además, textos suyos se incluyen en «Cuentos y Poemas de Salto», libro editado en 2018. Hoy EL PUEBLO comparte con sus lectores dos breves cuentos de Amalia.

Liliana Castro Automóviles

LULA

El sol ilumina la ventana junto a la cual está Lula, la más joven de las tres. Brilla su pelo blanco con la luz. La cabeza inclinada sobre su labor.
Ahora le cuesta bordar. Los ojos no la ayudan. Detiene el trabajo y mira por la ventana el paisaje de siempre: a lo lejos, la arboleda de un parque, la calle ocre que sube hasta allí, los techos de las casas cercanas, el humo de las chimeneas…

Piensa: «Cada vez se me hace más difícil ver las cosas lejanas… parece que las envuelve algo brumoso…».
Se levanta y va hacia la puerta del corredor.
-¿Terminaste? – pregunta Luisa.

-No. Me falta todavía la otra delantera de la blusa.
-¿Y qué vas a hacer? Quedaron de venir a buscarla la semana que viene…
-Y…bueno… veré cómo hago… Se me cansan los ojos…

Se sienta en un banco largo, en el patio y piensa: «No quiero dejar de bordar. Sé que es un lujo el bordado a mano…y por eso se cobra bien…Pero…si sigo así no podré cumplir con los pedidos… Tendré que ir al oculista… y eso cuesta… No sé qué decir a mis hermanas… Pero así no puedo seguir…».

Luisa insiste: -Esa es de las que paga bien tu trabajo y no demora como otras. No la podemos perder como clienta…
Todo eso lo sabe Lula. Retorna a su labor mientras escucha el ronroneo de la máquina de coser de Luciana y el suave golpeteo de las agujas de tejer de Luisa.

Un silencio sagrado las envuelve a las tres.

MIEDO

Yo sé que ese era el cuarto del abuelo. No lo conocí, porque cuando nací, él ya no estaba. Sé que no debo hacerlo, por algo mamá me dijo: «A esa pieza no entres». Pero, veré qué pasa…El picaporte de la puerta es raro, parece la cabeza de un caimán. Lo toco y es áspero, frío y pesado. Apenas lo aprieto, se abre la puerta, como la boca del caimán y me veo en el cuarto prohibido. Del suelo gris se levantan dos niños como yo, uno un poco más grande, que me miran con ojos como agujas. Sus miradas penetran mi camisa, mis pantalones y mis alpargatas. No ven mi mano derecha, donde tengo la espada de madera que me regaló el tío Juan. Visten largas túnicas azules, ¿de dónde vendrán?…Ahora descubren mi espada plateada y quieren quitármela. Lo adivino en sus miradas alargadas y en sus manos como ganchos. Escondo la espada en mi espalda pero los ojos como agujas y los ganchos de las manos me la quitan. Yo estoy inmóvil como una estatua sin deseos.
¡Mira! – parece decir uno de ellos- no es una espada verdadera; es un juguete, no más lo que tiene este niño mal vestido y feo.
Sí –dice el otro- además, no habla como nosotros, parece una momia. Se quedó quieto como la momia del abuelo.
No hables así, él está allí, en el rincón aquel, donde todo se petrifica.

Hablo como ustedes, niños malos, ¿no ven que me muevo ahora?…Quise mover el brazo izquierdo y se me quedó trabado en el derecho y así no pude desenredarme para mostrarles mi poder de juego. Pero ellos no querían jugar, sino pelear conmigo.
Si no es por el abuelo momificado que estaba en el rincón oscuro y vino a salvarme, estoy seguro de que aquellos niños raros hubieran cortado mi cabeza con la espada plateada.

No es eso lo que ellos quieren –dijo el abuelo, después de penetrar mi pensamiento con el suyo- ellos son niños como tú; están aquí siempre, resguardando este espacio. Por eso te han quitado la espada, para que tú no rompas el aire con ella, ni dañes este sitio reservado para mí solo. Debes tratar de tocarlos para que te reconozcan y acepten tu presencia.
Todo esto me lo dijo el abuelo inmóvil, desde el rincón petrificado…Yo seguía con mis brazos trabados, solo trabajando con mi pensamiento, tratando de que la mirada de aquellos niños se retirara de mí; para eso, miré con fijeza al abuelo hasta que logré que su figura se moviera hacia mí. Los niños azules giraron entonces sus cabezas, siguiendo la dirección de mis ojos y pude así liberar mis brazos hasta tocar al más pequeño. Emitió este un sonido extraño y dulce y apagado, y el más grande me entregó la espada al tiempo que decía: «Es tuya. No la uses aquí porque puedes cortar el aire que mantiene todo en la quietud. Ni el polvo debe moverse en esta habitación. Si lo haces, todo cambiará en un instante».
No hice caso. Levanté la espada bruscamente para mostrarles mi fuerza… Una estela luminosa de infinitas partículas se escapó por la luz del sol que penetró por la rendija de la puerta entreabierta. Los niños azules desaparecieron silenciosamente en la alfombra y entonces pude ver, claramente, al abuelo, en su viejo retrato del rincón.

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