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Por: Leonardo Silva

REQUIEM. De pronto me encontré en medio de una rara semana, en la que casi no pude trabajar por tener que encerrarme en mi casa en formato cuarentena preventiva por haber tenido contacto con una persona que fue diagnosticada como positivo de COVID 19.

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Y cuando digo que casi no pude trabajar es porque al menos desde la comprensión invalorable de la dirección de diario EL PUEBLO, se me permitió trabajar telefónicamente desde mi ostracismo voluntario haciendo las notas requeridas. Lo que no pude hacer, porque requiere de una participación presencial, en ninguno de los programas periodísticos en los que trabajo tanto en la radio como en la televisión. Por lo que pude apreciar, esa ausencia se notó por la cantidad de mensajes que recibí por las distintas redes sociales, lo que agradeceré eternamente.

Pero pongamos los puntos en su debido lugar. El pasado domingo 18 de octubre al mediodía se pusieron en contacto telefónico conmigo desde Salud Pública para notificarme de la novedad y que tendría que hacer cuarentena preventiva en mi domicilio. En ningún momento me preguntaron por las personas que viven conmigo, es decir, ni por mi esposa ni por mi hijo, a quienes consideraron siempre fuera de peligro de un posible contagio en caso que yo hubiese sido contagiado al realizar una entrevista presencial en televisión y luego en la radio a la persona que se había enfermado de coronavirus.

¿Por qué mi familia estaba fuera de peligro de un posible contagio? Porque según datos estadísticos manejados por Salud Pública sobre el comportamiento del virus COVID 19, en caso de haberme contagiado, recién dos días después del aviso que me estaban haciendo en ese momento (o sea, a partir del martes 20), recién ahí yo estaría en condiciones de contagiar a alguien, es decir, 5 días después del último contacto con la persona infectada.

Mi vida no estuvo en riesgo en ningún momento, pero a veces la condena social es más poderosa que la salud de las personas, y el dedo acusador apareció a cada instante, seguramente debido a la ignorancia de las personas y no a la maldad ni al morbo, pues al recluirme en una habitación de mi casa hasta el viernes 23 a las 17 horas cuando me llama la médica personal que me habían asignado para hacerme un seguimiento diario de la evolución de mi estado de salud, para darme el resultado negativo de mi hisopado, cada vez que alguien de mi familia salía para tratar de mantener la normalidad de sus vidas, sentían miradas y comentarios que ya me daban por infectado y que podría contagiar a los demás a través de mi familia.

Tanta insania y morbo, repito, seguramente producto de la ignorancia, es lo que hoy en día nos define como civilización y demuestra que más enferma esta nuestra sociedad que quienes han padecido, padecen o padeceremos de este o de otro virus en algún momento. Pues en lugar de apostar por la empatía y la solidaridad de quienes se enferman de un virus invisible, apuestan por una enfermante cacería de brujas como en los mejores tiempos de la insana inquisición del medioevo.

Con este presente, es difícil ver con optimismo un futuro. ¿Acaso no sería una buena oportunidad en este tiempo que nos ha tocado vivir, apostar por tratar de ser mejores personas?

PD: Toda mi solidaridad con Francisco. Hasta la semana que viene…

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