Escritor artiguense presentó en Montevideo su libro «Cementerio inicial»

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POR: JORGE PIGNATARO

Escritor artiguense presentó en Montevideo su libro «Cementerio inicial»
Carlos Almeida nació en Bella Unión en 1982. A los 18 años llegó a estudiar a Salto, donde se radicó un tiempo. Luego partió a Montevideo, donde prosiguió estudios en Letras. Allí publicó el libro de poemas «Canto ajeno» (2014), y ahora, el pasado 19 de noviembre presentó otro: el poemario «Cementerio inicial». El profesor Juan Carlos Albarado, salteño radicado en la capital, fue parte de esta presentación, y luego preparó especialmente para EL PUEBLO la siguiente nota:

Este escritor artiguense que tuviera en su momento un pasaje inicial y formativo por la ciudad de Salto quebró el relativo estatismo de este 2020 con su segundo libro personal. El primero fue Canto ajeno (Antítesis, 2014).
En ocasiones la experticia parece abandonarnos. Para un lector eso puede ser una gran frustración o una oportunidad. Para el caso sería mejor verlo de esta última forma. El libro de Almeida nos puede dejar desarmados, o un poco a la intemperie (hoy podríamos decir, sin tapabocas en una aglomeración), tiritando de rabia o de miedo porque no es fácil llegar a un centro y este, además, se insinúa ominoso. Es así que, por repulsivo y por oscuro, se torna doblemente difícil explorarlo con esa facilidad efímera con la que, en ocasiones, nos acercamos a otros poetas. Aunque, para el que conoce el camino asumido por Almeida, no todo es sentirse como ante el abismo, pues algo de la poética de este Cementerio inicial se asomaba ya en su Canto ajeno. Un poema de este libro se replica, con leves modificaciones en Cementerio inicial: *

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El de estos versos es el instante de un despertar con reminiscencias al pasado, y sutiles proyecciones hacia el futuro. Supone, además, la formulación de un aparente contrasentido, ese de «Morir es nacer», que se fue vigorizando en el transcurso del poema, porque, importa decirlo, Cementerio inicial es, ante todo, un solo poema. En su aparente sencillez se agazapa primero la idea matriz, firme; después la apertura hacia los significados. Entonces, ¿Cuál es esa idea matriz? El despertar de algo poderoso, «Primogénito de inmortales» (p. 12). Algo o alguien poderoso que esperó por años, «Persisto, soy libre, reposo sin agonía» (Ibidem) y que, desde el estatismo reivindica la palabra, es decir, la voz, «¿Alguien puede oírme?» (62-63), fórmula que, en su obstinada repetición a lo largo de dos páginas, pretende resignificarse apelando a un lector cómplice que construya un discurso más allá de esa insistente interpelación.

Por último, una arteria late y llena los viejos odres con sangre nueva, pues hay una clara vertiente gótica, un intento de diálogo con ese aspecto perdido u olvidado del siglo xix en la literatura uruguaya contemporánea. Y, al menos hasta dónde sabemos, son escasísimas las conexiones presentes respecto a esta línea maldita o rara, al decir de Rubén Darío. Tal vez, aquel volumen de 1993, Poemas religiosos, de Gabriel Peveroni que Courtoisie festejara como de gran originalidad. O, en una forma más estilizada, toda la poesía de Marosa di Giorgio.

Dicen los hermanos Álvaro y Gervasio Guillot Muñoz, en su libro Lautreamont & Laforgue, que aquel reacciona «contra las efusiones confidenciales y biográficas» (Arca, 1974: 35), así también debemos evitar una búsqueda del autor en este poema. Almeida, al fin y al cabo, fue un medio para otra voz, para otro yo. Y este yo que emerge es, además, una figura en constante construcción poética, como ese adolescente desquiciado y clarividente que es Maldoror. De modo que podemos afirmar que planean sobre este libro Los cantos…, y aun Jules Supervielle, en ese surrealismo oscuro, patinado por un lirismo burlesco y abyecto.
Almeida monta la escena y con este libro la función apenas está por comenzar.
Cementerio inicial, de Carlos Almeida. (2020) Montevideo: La Coqueta, 76 págs.

*Morir es nacer:

me nombra el desconocido que desconfía de la matriz,
reincido en mis raíces de suelo fecundo en invierno,
indescifrables como el sedimento que las completa.
Retumbo, no contengo mis hojas.
Al contrario,
celebro su empuje
cuando resplandecen con la entereza de la noche y también
cuando caen al piso
derrocadas por su propio peso marchito
y pasan a habitar el estrato más profundo del terreno,
el de algunos difuntos
y los ríos subterráneos.
Es territorio vivo la profundidad, tiene
hambre,
la tiniebla remojada
no tiene más fortuna que germinar.
(Cementerio inicial, p. 59)

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