En tiempos dominados por la velocidad digital y la fugacidad de las redes, los medios de prensa escrita mantienen un rol esencial: son un contrapeso frente a la desinformación y una garantía para la democracia. La subsistencia de los diarios impresos no es un asunto comercial menor; es la condición para que la sociedad cuente con información verificada, plural y responsable.
Ese equilibrio se sostiene gracias a dos actores muchas veces invisibles. Por un lado, los socios suscriptores, cuyo aporte constante permite la independencia de los medios. Cada suscripción es un voto de confianza en el periodismo serio y un respaldo para que la prensa no dependa de intereses coyunturales ni de la volatilidad publicitaria. Son ellos quienes aseguran que las páginas sigan abiertas al debate y al análisis profundo, más allá de la urgencia de la inmediatez.
Por otro lado, está el canillita, trabajador incansable que cada madrugada recorre calles para entregar las noticias. Durante décadas fue mucho más que un vendedor: era el rostro humano del periódico en cada barrio, un mensajero de historias y un puente entre la redacción y la comunidad. Sin embargo, su oficio ha sido injustamente menospreciado, como si la dignidad del trabajo dependiera de títulos y no de compromiso. Reconocer y dignificar la tarea del canillita es también defender la cadena que hace posible la circulación de ideas.
Hoy, cuando la prensa escrita enfrenta desafíos sin precedentes, valorar a suscriptores y canillitas es defender un servicio esencial para la democracia. Sin ellos no peligra solo un diario: peligra la pluralidad de voces, la memoria y la capacidad de exigir cuentas a quienes gobiernan.
En un mundo donde la información se distorsiona al instante, el papel sigue ofreciendo un registro fiel y un refugio de credibilidad. Protegerlo no es nostalgia: es un deber democrático.–