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domingo, 9 de marzo de 2025
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Crónicas Africanas, relatos que serán difíciles de creer

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Por Salomón Reyes

1E1 – El Límite del Mar

Amanecía en la desembocadura del Río Congo, una lengua de agua barrosa que después de barrer el corazón de África, descarga su caudal en el Atlántico. La bruma del amanecer sólo dejaba ver la copa de los arboles más altos mientras se disipaba. En medio de aquella costa difícil de imaginar si no se tiene un mapa a la mano, se adivinaban las siluetas de unas 200 embarcaciones prontas para realizar un viaje inédito. Con una tripulación de unos mil marinos y provisiones para varias semanas, la flota se lanzaba a descubrir una tierra de la que habían escuchado hablar pero no tenían certeza de su existencia, América. La hipótesis de aquellos navegantes negros no era tan descabellada, porque si navegaban en línea recta durante unos 5,200 kilómetros, se darían de frente con la costa brasileña. En específico con lo que hoy se conoce como Recife. 




Los marinos no tenían claro la duración del viaje pero podrían resistir en alta mar unos 3 o 4 meses. Los tambores tronaban y se oían los cantos festivos de despedida. Aquella algarabía propia de los grandes sucesos, se detuvo en seco cuando el rey Abubákar II, un negro alto de unos 30 años y adornado con plumas, cueros y joyas de oro, bajó de su silla volante y se animó a pisar descalzo la arena mojada. Hizo movimientos mágicos mientras pronunciaba frases en lengua hausa y elevó el brazo para indicar que las naves podían zarpar. 

Como si fuera una cámara lenta, los barcos se alejaron de la costa entre la espuma marina que por momentos, parecía regresarlos de nuevo a la orilla y que quizá, hubiera sido mejor. Después de largas horas al fin desaparecieron del horizonte. Abubákar II se dio por satisfecho y ordenó a su corte, con una sonrisa de orgullo, volver a Hamsa, la capital de su imperio que distaba a 250 kilómetros tierra adentro. 
A las pocas semanas, un náufrago a la deriva y sujeto con angustia a unos palos flotantes fue avistado en una costa cercana. Los rivereños lanzaron al agua sus barcas Dogon y fueron al rescte de aquel hombre maltrecho. De aquella festejada expedición sólo un marino regresó y después de recuperar el físico y sosegar la cabeza, compareció ante su emperador para narrar lo acontecido.

“ Fue un espanto. Después de un largo recorrido nos encontramos con una corriente tan violenta y destructiva, que engulló en pocos minutos, a todas las embarcaciones. Usted señor se debe preguntar cómo me salvé. No lo sé, cuando recuperé mi conciencia, flotaba en medio del mar sobre unas maderas, los únicos restos de mi barco.”

Abubákar escuchó el relato y guardo silencio. Algo había salido mal y debía averiguarlo. Además él no era un señor derrotista, estaba convencido que el mar no era infinito, que más allá de la línea divisoria entre cielo y mar, existía una tierra diferente y estaba dispuesto a encontrarla.

Unos años más tarde, multiplicó su apuesta y preparó una flota de 2,000 barcos, sí 2,000 barcos para encarar de nuevo al mar. Esta vez las cosas no podían salir mal porque él mismo sería el capitán de la flota. Ver partir aquellas naves con más de 12.000 hombres debió ser un espectáculo asombroso. Sin embargo el destino no estuvo a la altura de la pasión de aquel emperador aventurero que con todos aquellos barcos se perdió para siempre en el rudo Atlántico.

Los dos viajes que se acaban de narrar ocurrieron entre los años 1303 y 1312 DC y quizá  se tratan de las primeras expediciones transcontinentales realizada por africanos.

Abubákar II fue uno de los grandes reyes africanos que heredó el trono del Reino de Mali debido a que era sobrino del gran Sundiata, el héroe y forjador del imperio que dominó el Africa Sudánica entre los siglos XII y el XVI. Su idea de que el mar tenía límites forjó su leyenda, que se agrandó al entregar su vida por aquella misión fantástica. 

Lo cierto es que el señor de Mali y sus súbditos, no estaban listos para enfrentar la empresa que pretendían porque desconocían las técnicas elementales de navegación que les hubiera deparado otra suerte. No manejaban la técnica del timón; no sabían nada de la brújula, que ya había sido inventada por los chinos, tampoco tenían experiencia en desembarques ni en técnica de velas y mucho menos conocían la lectura de la bóveda celeste que les hubiera permitido guiarse y tener mejor ubicación. Por otro lado, no imaginemos que aquellas embarcaciones se parecían a las naves de los europeos o los árabes que ya circulaban en el Mediterráneo, en el Mar Muerto o el Océano Índico. Se trataban de barcazas medianas con forma achatada y poca estabilidad. Toda su experiencia de navegación venía de los ríos que aunque caudalosos no se podían comparar con el mar. Sus graves deficiencias como marinos pudieron convertirse en uno de las factores que a la larga, facilitaría su colonización siglos más tarde. 

Cuando en 1482 aparecieron en las mismas costas, las carabelas portuguesas cargadas de malos presagios, los kongoleños no estaban preparados para descifrar lo que eso iba representar. Portugal llegara, debido a un despiste, en el año de 1500 a Brasil y en breve, dará comienzo la trata de esclavos hacía América. Un continente que pudo ser descubierto dos siglos antes por los arriesgados marinos de Abubákar II. El rey portugués João II en su curiosa relación con el reino de Kongo se apresuró a prohibirles dos cosas: el comercio con otras naciones extranjeras y el desarrollo de la navegación en alta mar, sellando para los africanos, el peor de los destinos. 

Sólo una pregunta queda por responder. ¿De aquellas 2.000 naves que partieron en 1313 ninguna consiguió de verdad, tocar tierra en América? 
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