APUNTES EN BORRADOR XIV

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CONTINUACIÓN… seguimos delineando estos primeros apuntes que no son más que un borrador de una historia que venimos escribiendo cada lunes desde esta columna. Hemos decidido iniciar esta aventura creativa que aún resta saber qué senderos tomará. Veamos.

***

Liliana Castro Automóviles

TRES. Unos minutos en el futuro…

Cada miembro del personal médico se había constituido en una especie de héroe para la sociedad en tiempo de superhéroes de cine y televisión, a tal extremo que aumentó la matriculación en aquellas carreras donde la medicina era el eje central, médicos con especialidades básicamente en virología, laboratoristas, nurses y un enorme etcétera, porque la ramificación en carreras a raíz de la invasión viral que venía soportando el planeta había incidido incluso en la planificación de nuevas carreras universitarias. Pero mientras la sociedad los veneraba, en sus hogares se convertían en desconocidos.

Hacía días que Juan José no iba a su casa, habiendo terminado su guardia, se seguía ofreciendo como voluntario para tapar la ausencia de algún colega caído con síntomas y en espera de la evolución de su enfermedad. Un poco por su vocación de servicio, otro poco porque tenía miedo de llegar a su casa y contagiar a alguien en caso de llevar el virus con él; otra, porque no quería abandonar su zona de confort. Ejercer la medicina era lo único que sabía hacer y donde se sentía vivir, pese a tener que sobrellevar paralelamente esa contradicción de tener que convivir con la muerte a diario. El único contacto que terminaba teniendo con su familia era en algún descanso a través de una videollamada con sus hijos y con su esposa, a la que notaba cada día más distante y menos afectuosa.

Aún recordaba sus palabras. “Tus hijos están creciendo sin su padre. Esto no es de ahora, no es que llevás días sin venir a casa y no compartís tiempo con ellos. Has venido actuando de la misma forma pandemia tras pandemia. Apenas te reconozco en la pantalla de un maldito teléfono”. Ella tenía razón, sabía que tenía que recomponer eso. Pero necesitaba un poco más de tiempo para pensar, aunque sabía que el tiempo iba en su contra.

Eran las cinco de una madrugada fría de mayo, ideal para salir a correr algunos kilómetros por la costa para despejar la mente. Necesita un poco de aire fresco luego que su último paciente, un joven fornido de unos cuarenta años que venía recuperándose y quizás en un par de días le darían el pase de cuidados intensivos a sala intermedia, hacía apenas una hora inesperadamente hizo un paro cardiorrespiratorio y falleció dejando una viuda y tres hijos chiquitos. “El coronavirus no perdona”, pensó.

Tenía su ropa deportiva en su casillero, se cambió, tomó sus auriculares inalámbricos, puso buen rock a todo volumen desde su celular y salió a correr. Fue feliz durante esos minutos, corriendo, descargando tensión y estrés, aspirando en profundidad con cada zancada el aroma inconfundible de los eucaliptus de la costa. No sentía el esfuerzo, sus pies apenas tocaban el suelo, se sentía volar. Cuando estaba de regreso y se dirigía nuevamente al sanatorio, no escuchó venir al camión recolector que regresaba al terminar su recorrida ni verlo doblar en la esquina a gran velocidad…

La espirometría no perdona”, pensó el policía que escribía el boletín en la escena del accidente.

(Hasta la semana que viene…)

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