Por Dr. Adrián Báez
Estimados lectores:
En tiempos en los que buena parte de la ciudadanía sostiene —aunque se contradiga consumiendo sus productos y olvidando utilizar el control remoto que ofrece variadas opciones— que la televisión no aporta nada cultural ni de “contenido”, los que nos consideramos amantes del buen cine, hábito inculcado desde nuestra niñez por padres y abuelos, hemos disfrutado en los últimos tiempos de las películas del recordado y querido Mario Moreno “Cantinflas”.
Cada una de sus películas es una enseñanza revestida de comedia, considerando quizás que, a través de la risa como método pedagógico, se podía contribuir a la humanización del ser humano.
El compromiso social de Cantinflas era tal que sus denuncias o reclamos surgían sin perder el tono calmo y sereno de quien sabe tener la razón o defiende principios elevados.
La película que respalda de forma precisa esta afirmación es “Su Excelencia”, en la que interpreta a un embajador de un pequeño país sin poderío económico, militar ni político —mucho menos atómico—, pero del que todos esperan su visión, ya que su voto es decisivo para definir posturas en una Asamblea Internacional que parodia a la ONU.
Comienza su discurso afirmando:
«Estamos viviendo un momento histórico en que el hombre, científica e intelectualmente, es un gigante, pero moralmente es un pigmeo.»
Luego, argumenta en contra de las dos posturas dominantes, demostrando que ninguna tiene la razón absoluta ni está completamente equivocada. Subraya la falta de coherencia entre las palabras pronunciadas y las acciones realizadas. Su discurso, de rotunda actualidad en la política regional e internacional, culmina con las siguientes palabras:
_»Señores representantes, hay otra razón por la que no puedo dar mi voto: hace exactamente veinticuatro horas presenté mi renuncia como embajador de mi país. Espero que me sea aceptada. Por lo tanto, no les he hablado como Excelencia, sino como un simple ciudadano, como un hombre libre, como cualquier hombre. Sin embargo, creo interpretar el máximo anhelo de todos los hombres de la tierra: el anhelo de vivir en paz, el anhelo de ser libres, el anhelo de legar a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos un mundo mejor, donde reine la buena voluntad y la concordia.
Y qué fácil sería, señores, lograr ese mundo mejor en el que todos los hombres —blancos, negros, amarillos y cobrizos, ricos y pobres— pudiéramos convivir como hermanos. Si no fuéramos tan ciegos, tan obcecados, tan orgullosos; si tan solo rigiéramos nuestras vidas por las sublimes palabras que, hace dos mil años, dijo aquel humilde carpintero de Galilea, sencillo, descalzo, sin frac ni condecoraciones: ‘Amaos… amaos los unos a los otros.’
Pero, desgraciadamente, ustedes entendieron mal, confundieron los términos. ¿Y qué es lo que han hecho? ¿Qué es lo que hacen?: ‘Armaos los unos contra los otros.’… He dicho.»_
Ante tanta violencia, miseria y enfrentamientos, y frente a la indiferencia de quienes tienen el poder de cambiar realidades, este mensaje de sinceridad y coherencia debe ser bien recibido y comprendido. En tiempos de elecciones, cuando se eligen a los encargados de gestionar las esperanzas, anhelos y el futuro de las sociedades, cada uno de nosotros debe ser más responsable y menos egoísta respecto a la realidad del mundo y de nuestras comunidades.