Me está resultando difícil levantarme cada mañana, cansancio y debilidad, eso es una señal de que algo anda mal y que me estoy poniendo viejo. Estoy en una edad que me molesta todo y odio el sonido fuerte. Ahora camino lento, cuidándome de alguna baldosa floja en la vereda, soportando un dolor agudo que me sube por los huesos y que se estaciona directamente en la zona lumbar.
Recién salimos de la consulta con el médico. Algo anda mal, lo sé, me lo confirma el Doctor Porciani, todavía resuenan en mi mente sus palabras;
” Lo suyo es delicado Magarzo, pero todo puede ser tratado, principalmente esa fatiga, es pérdida de fuerza muscular, necesita empezar a moverse más, terapia física y presionarse un poco cada día. Si tenía apetito antes y ahora cambió, ¡hay que prestarle atención! Su situación es delicada, le diría. Va a depender del resultado de los últimos análisis y el efecto de los medicamentos.
Posiblemente en los próximos días va a notar algunos cambios en su cuerpo, así que va a tener que hacerse de mucha paciencia y aceptar efectos adversos” y un centenar de recomendaciones más que no quiero oír.
Desde algún tiempo no encuentro alivio y es desesperante lo que vengo soportando que no me permite conciliar el sueño.
En la parada del ómnibus aprovecho para descansar mientras espero a Milagros, que fue a hacer fila para pagar los tickets y levantar los medicamentos.
Nuestra sociedad no es esa fresca y virginal fuente de sabiduría y de toda belleza, sino el alumnado de una pésima escuela callejera, y lo que debemos soportar de ella cada día, eso pienso.
En eso, un soplo de viento se me gana en los oídos para provocarme como un desequilibrio. Veo venir a un joven de mal aspecto, alto y delgado, se me aproxima resoplando y me pongo en una precaria defensiva. Es un ser desagradable, con olor a traspiración acumulada de varios días en toda su ropa.
– Recién salí de la cárcel y necesito comer algo – me dice de mala manera. Le sugiero que vaya a la Oficina de Asistencia Social que quizás allí le puedan dar solución.
Ya estuve ayer y me dieron solo quinientos pesos…. ¡Dame cien pesos, con eso me arreglo! – De verdad no tengo, porque mi mujer llevó para pagar los tickets de los medicamentos.
– ¡Viejo de mierda por qué no te morís de una vez! – me dice enojado al marcharse.
Me quedo con mucha impotencia y mordiendo la bronca ante tanta falta de respeto. Respeto, eso fue lo que tanto enseñé a mis hijos, respeto. Siempre le decía a cada uno de ellos, pequeños todavía; – En la vida hay que ser gente- y me lo habían preguntado que quería decir con eso. Ser gente, respetar a los demás, cualquiera sea su condición.
Llega Milagros no le digo nada de lo sucedido, pero ella nota que algo me molesta, pero no me interroga. Manejo con cuidado y mudo de regreso a casa, sin poder responder ni hacer comentarios a sus palabras por el nudo que tengo en la garganta. Al llegar, no entro el auto y le indico que quiero aprovechar para ir a poner combustible, antes de guardarlo. Pero no, conduje rápido por el mismo camino, volví al mismo lugar donde había estado hacía unos minutos, quería encontrarlo y allí lo vi, alto y delgado, deambulando zigzagueante en las proximidades del hospital, iba solitario por la vereda.
Experimenté algo extraño que se apoderó de mí y quedé ciego, lo aseguro, quedé completamente ciego, cuando sentí el impacto, pero fue un placer, un verdadero placer.
ALCIDES FLORES