El hombre tiene una naturaleza que no puede ser ignorada sin sufrir consecuencias.
G. K. Chesterton
En su obra Summa Theologica, Santos Tomas de Aquino asociaba la naturaleza humana con la ESENCIA DE LAS COSAS, y es la esencia lo que determina la identidad fundamental de una cosa, lo que le da sus características esenciales, es decir, aquello que hace que una cosa sea lo que es y no otra cosa. Un animal es un ser vivo que se guía por su instinto, un hombre por su capacidad de razonar y tomar decisiones, una piedra es un objeto inanimado y una planta un ser vivo vegetativo.
Si el ser humano es incapaz de visualizar la esencia de las cosas, niega la naturaleza y al negarla no puede haber conocimiento racional y todo pasa a analizarse en forma subjetiva – particular en lugar de objetivo – universal. Todo queda desnaturalizado. La perspectiva de las cosas ya no se aborda con un enfoque universal, sino particular y la ESENCIA pasa a ser TU perro y no EL perro, TU amigo, TU vecino, TU padre o TU hijo y no EL ser humano; apartas de tu vida la universalidad de la esencia y te enfocas en lo efímero de la subjetividad, de lo individual.
La esencia de la naturaleza es preexistente y autónoma de las circunstancias personales o de los sentimientos cambiantes. La moralidad y la virtud no depende de las circunstancias, sino de la conformidad con la naturaleza esencial de las cosas.
Somos testigos en forma recurrente de cómo ciertos temas muy controversiales se abordan centrándose en las circunstancias y los sentimientos del ser humano, y no en la esencia natural del acto. En el caso del aborto, el término «interrupción voluntaria del embarazo» se utiliza para suavizar el acto de terminar con la vida de un niño en gestación. Al enfocarse en las circunstancias (por ejemplo, la salud de la madre o las condiciones socioeconómicas) y los sentimientos (el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo), se pierde de vista la esencia de lo que está sucediendo: la terminación de una vida humana.
De forma similar, en la eutanasia se habla de “muerte digna o dulce” para justificar la eliminación de una vida sufriente o sin sentido, cuando la esencia de la cosa es si realmente tenemos derecho a matar intencionalmente a otro ser humano. Esa es la esencia y cuando la ignoramos, no debatimos nunca de lo que realmente son las cosas.
En la ideología de género, el debate se enfoca en la autoidentificación y los sentimientos personales, sin considerar la esencia biológica y natural del sexo. La idea de que una persona pueda percibirse como un género distinto del que biológicamente es está basada en la interpretación subjetiva de los sentimientos, pero distorsiona la esencia de lo que significa ser hombre o mujer desde una perspectiva natural.
No se debate sobre lo que son la esencia de las cosas sino de sus circunstancias.
La manipulación del lenguaje juega un papel crucial en la distorsión de la naturaleza humana pues se redefinen términos en forma arbitraria, de manera que se alejan de su esencia objetiva, el lenguaje contribuye a la normalización de actos que antes se consideraban inmorales.
La distorsión del lenguaje se convierte en un vehículo para legalizar y normalizar prácticas que, de acuerdo con una visión de la naturaleza humana basada en la esencia, serían moralmente inaceptables. De esta manera, el lenguaje se cambia para que las personas ya no piensen en lo que realmente es un acto, sino en sus efectos o justificaciones circunstanciales.
El hecho de la existencia de la naturaleza humana significa que hay moralidad en los actos y que hay cosas que están bien y otras que están mal. Y eso es lo que los fastidia.
Los relativistas de la moral son los que ignoran la esencia de las cosas y entonces la noción del bien y el mal queda en función de lo que las personas sienten o experimentan en momentos particulares. Eso no solo es un error sino un peligro pues las decisiones morales se vuelven relativas y basadas en la voluntad o los deseos inmediatos, en lugar de en principios morales universales, que ofician como faros y guías de una sociedad.
La esencia de un acto moral no cambia según las circunstancias o los sentimientos que lo acompañan. Un acto de aborto sigue siendo un acto de terminación de una vida humana, independientemente de las razones o circunstancias que se presenten. Del mismo modo, la naturaleza biológica del ser humano, que define lo que significa ser hombre o mujer, no puede ser modificada por la percepción subjetiva de una persona, por más legítimos que puedan parecer sus sentimientos.
En todo relativista, la esencia es invisible a sus ojos y en lugar de enfocarse en ese bebe descuartizado, a quien no le permitieron vivir y tiraron al tacho de la basura como desecho hospitalario, desvian el foco del debate y se centran en las circunstancias y sentimientos de la madre y entonces su discurso pasa por los medios económicos, la situación social, que es su cuerpo, la prioridad de sus proyectos personales, que fue violada o que simplemente no desea tenerlo.
Al alejarnos de la esencia de las cosas, negamos la naturaleza humana y así nos degradamos moralmente. La objetividad moral de los actos no pasa por nuestros propios intereses, deseos o circunstancias personales, “chofereando” la ética conforme las necesidades, problemas o circunstancias personales. No se trata de distorsionar el lenguaje para manipular la ética que nos sirva para justificar nuestros actos que, en el fuero interno, sabemos inmorales.
Muchas personas de nuestra sociedad, políticos, sindicalistas, feministas, abortistas, wokistas, animalistas, ecologistas, han perdido por completo el sentido de la esencia de las cosas y por ello transcurren su vida justificando y legislando actos aberrantes, en contra de la naturaleza humana, la dignidad, las virtudes y la ética.
El desafío está en volver a una ética que reconozca la esencia de las cosas y no la distorsione dejándose llevar solo por las circunstancias o los sentimientos pasajeros.