La frontera como modo de vida: entre rebajas recortadas y discursos de estabilidad
El Ministerio de Economía y Finanzas decidió ampliar el alcance del descuento al IMESI para las naftas en la frontera, pero al mismo tiempo redujo el porcentaje de la rebaja. En los hechos, esto significa que más localidades pueden acceder al beneficio, aunque con un descuento menor. El argumento oficial es que así se combate la venta informal de combustible y se equilibra la competencia, pero en la práctica los consumidores ven cómo el alivio se achica, en un contexto donde cada peso cuenta.
Pocos días después, el ministro Gabriel Oddone estuvo en Salto y planteó un mensaje más amplio: Uruguay debe crecer más rápido, atraer inversión, innovar y mantener la estabilidad fiscal. Según sus palabras, no se puede usar el tipo de cambio como herramienta, y cualquier ajuste debe hacerse con “precisión quirúrgica” para no desarmar el sistema tributario. Es un discurso que busca transmitir confianza y mostrar que el país es sólido, ordenado y atractivo para quienes miran desde afuera.
El contraste entre ambas acciones es evidente. Por un lado, se toman medidas puntuales que afectan directamente el bolsillo de quienes viven en la frontera y sienten la presión diaria de competir con los precios de Brasil o Argentina. Por otro, se habla de metas de crecimiento, de inversión a largo plazo y de estabilidad como si esas tensiones locales fueran secundarias. El riesgo es que el discurso de la estabilidad suene lejano para quienes ven que el descuento se achica justo cuando más lo necesitan.
El desafío del gobierno es encontrar un equilibrio: cuidar la macroeconomía sin descuidar a las familias y comercios que dependen de medidas concretas para sobrevivir. Si las rebajas en combustibles se perciben como una dádiva recortada mientras se habla de grandes objetivos nacionales, la confianza se resiente. El crecimiento del país se construye con inversión y estabilidad, sí, pero también con soluciones que respondan a la vida cotidiana en la frontera.
Y aquí hay un punto clave: debemos aceptar, como departamento y sobre todo como salteños, que somos una ciudad de frontera. Nuestra economía no se entiende sin ese ida y vuelta constante con los vecinos, sin el turismo que cruza a hacer compras, a disfrutar de las termas o simplemente a pasar el día. La frontera no es una línea que separa, es un modo de vida que da sustento a miles de familias. Cuando las políticas optan por cerrar en lugar de compensar, se corre el riesgo de ahogar esa dinámica natural. A la larga, la rigidez puede generar más daños que beneficios, porque la frontera siempre buscará su equilibrio, ya sea por los canales formales o por los informales. Comprender y asumir esa realidad es el primer paso para diseñar políticas que no sólo administren el problema, sino que lo conviertan en una oportunidad de desarrollo.
Informate más sobre la presencia de Oddone en Salto.