Desde Salto al corazón de la capital , su trabajo refleja una vida entera entregada al cuidado, la escucha y el respeto por el paciente .
Detrás de cada médico hay una historia que antecede al guardapolvo, a los hospitales y a las guardias interminables. En el caso de este salteño que hoy vive y ejerce en Montevideo, esa historia empieza en una infancia sencilla, marcada por tardes de juegos en la calle, pelotas que rodaban entre amigos del barrio y luciérnagas que iluminaban las noches. Entre revistas e historietas que le despertaban la curiosidad, su mundo se iba llenando de pequeños estímulos que, sin que él lo supiera todavía, más adelante se transformarían en una vocación.
No hubo una figura familiar que lo empujara directamente hacia la medicina; ningún mandato, ninguna tradición. Fue la ciencia la que lo llamó. Un interés silencioso, casi natural, que fue creciendo hasta convertirse en un camino. No recuerda un momento puntual, una epifanía que lo revelara todo de golpe; fue un proceso lento, una inclinación que se fue decantando sola, mientras descubría el fascinante funcionamiento del cuerpo humano.
Sus primeros años como estudiante están llenos de imágenes que cualquier médico puede reconocer: anfiteatros repletos, mates que pasaban de mano en mano, el intenso olor a formol de las salas donde aprendía anatomía y las salidas a los barrios periféricos, donde el contacto con la realidad social abría una mirada más profunda sobre la vida.
Dejar Salto para radicarse en Montevideo significó mucho más que un cambio de ciudad. Fue desprenderse de la familia, de los amigos y de todo aquello que había formado parte de su identidad. Enfrentarse a un lugar nuevo implicó un proceso de adaptación duro, donde cada día traía consigo un aprendizaje: medir los gastos, cocinarse, lavar su ropa, organizarse solo. Ese período, tan desafiante como necesario, lo hizo madurar, valorar lo poco que tenía y comprender el peso real de la autonomía.
El contacto con los pacientes llegó pronto, primero como estudiante y luego en los años de especialización. Su primer trabajo fue en una emergencia móvil; después, ya recibido, comenzó a dedicarse a la medicina intensiva. Y aunque no haya un caso concreto que haya marcado un antes y un después, convivir con el sufrimiento humano, con la fragilidad de quienes atraviesan distintos grados de enfermedad, le enseñó más de lo que imaginó: lo ayudó a agradecer la salud, a ser más empático y a entender que muchas veces las personas cargan historias que uno no alcanza a ver.
La medicina, con su mezcla de dolor, esperanza y humanidad, le mostró cuán breve y efímera puede ser la vida. Le enseñó que se pierde tiempo en cosas insignificantes, que a veces se lastima sin querer a quienes más se quiere y que descuidar el propio cuerpo tiene un costo que llega con los años. Comprendió también que los enfermos son seres vulnerables, en inferioridad de condiciones, y que juzgar sin información es un acto tan injusto como frecuente.
Hoy, desde su experiencia, le habla a los jóvenes salteños que sueñan con seguir un camino similar: les recuerda que la medicina es una carrera larga y exigente, pero también un universo inmenso de posibilidades, lleno de especialidades y de emociones. Un mundo que transforma la mirada, que cambia la vida y que permite crecer como profesional y como persona.
Esta es su historia: la de un niño salteño que corría detrás de luciérnagas y que, paso a paso, encontró en la medicina no solo su vocación, sino también una forma de entender la vida.
¿Cómo recuerda su infancia en Salto?
«Bueno, es un aluvión de imágenes intermitentes, pero si tengo que destacar algo que recuerdo es el salir a jugar con mis amigos del barrio a la pelota en la calle o a correr luciérnagas. Recuerdo también que me gustaba mucho leer revistas e historietas.»
¿Hubo alguien en su familia o en su entorno que lo inspirara a elegir medicina?
«No, directamente nadie. Simplemente sabía que me gustaba la ciencia y me incliné hacia ese lado.»
¿En qué momento descubrió que quería ser médico?
«No tuve una epifanía, jajajaja. Se fue decantando solo por su propio peso, le fui agarrando el gustito al funcionamiento del cuerpo humano y me decidí por ahí.»
¿Qué recuerdo tiene de sus primeros años como estudiante?
«Recuerdo muchas personas, anfiteatros llenos para las clases, tomar mate, el olor a formol donde se disecaban los cuerpos para aprender anatomía y las salidas a barrios periféricos para levantar datos sobre su forma de vida.»
¿Qué significó para usted dejar Salto y radicarse en Montevideo?
«Digamos que el cambio fue muy grande, dejar familia, amigos y raíces para comenzar una vida en un lugar completamente distinto.»
¿Cómo vivió ese proceso de adaptación, tanto en lo personal como en lo profesional?
«Fue un proceso bastante duro, donde te tenías que medir con los gastos, tenías que cocinarte y lavar tu propia ropa. Creo que todo eso permitió que uno madurara, creciera y aprendiera a valorar lo poco que tenía.»
¿Dónde comenzó a ejercer la medicina en Montevideo?
«Bueno, como estudiante uno ya toma contacto con los pacientes durante la carrera y, luego que finaliza, al hacer la especialización ve otro tipo de pacientes. Mientras hacía la especialidad mi primer trabajo fue la emergencia móvil; posteriormente, de recibido, comencé a dedicarme a la medicina intensiva.»
¿Hubo algún paciente o experiencia clínica que haya cambiado su forma de ver la profesión?
«Digamos que ver un ser humano enfermo, con distintos grados de gravedad, te ayuda a crecer mucho como persona, no solo en lo profesional. Te ayuda a valorar lo que tenés y a dar gracias por algo tan simple y, a su vez, tan importante como el tener salud.»
¿Qué le enseñó la medicina sobre la vida, el dolor y la esperanza de las personas?
«En este sentido he aprendido que a veces perdemos el tiempo en muchas cosas sin sentido, o a veces herimos a nuestros seres queridos por cosas puntuales de la vida y perdemos de vista lo efímera y corta que es la vida, que en cualquier momento te puede sorprender con alguna enfermedad inusitada. O a veces no cuidamos nuestros cuerpos como deberíamos y, cuando envejecemos, nos encontramos con las consecuencias. Que un ser que está enfermo está desprotegido y en inferioridad de condiciones, y que a veces juzgamos demasiado rápido a las personas con poca información.»
¿Qué consejo le daría a un joven salteño que sueña con estudiar medicina y seguir un camino similar al suyo?
«Mi consejo es que la medicina es una carrera bastante larga y que exige mucho estudio, pero que si uno se lo propone y persevera, llega. Y hoy en día existen muchas opciones dentro de la carrera para distintas especialidades. Es un mundo donde, si te dedicás a tratar con pacientes, tiene mucha emoción y te ayuda a crecer mucho y a cambiar tu visión de la vida.»









